El año pasado, en lo peor de la crisis de los refugiados, la canciller alemana Angela Merkel pedía “flexibilidad” a su país. Alemania, conocida por su “rigor y minuciosidad”, según los términos de Merkel, tenía que abrir sus puertas para acoger a las decenas de miles de refugiados que huían de la guerra. La respuesta que dio su país a ese drama fue a todas luces humanitaria. Pero también presenta algunas sombras. En ellas se mueven amenazas como la que representaba Jaber al Bakr hasta su detención el lunes en Leipzig.
El suyo es el caso más reciente que conecta los problemas del terrorismo yihadista y los asociados a la llegada masiva de demandantes de asilo a Alemania. Al Bakr, un presunto terrorista sirio de 22 años vinculado al Estado Islámico (EI), tenía en su casa de Chemnitz (este germano) 1,5 kilos de material explosivo. Al Bakr, que había llegado a Alemania el año pasado haciéndose pasar por un solicitante de asilo, planeaba atentar contra uno de los aeropuertos de Berlín.
El caso de Al Bakr no es el único. A finales de septiembre, la policía detuvo en Colonia (oeste) a un adolescente sirio que vivía en un hogar para asilados y que, tras haber entrado en contacto con el EI, estaba elaborando planes para cometer un ataque. Días antes, la policía germana detenía en los Länder de Schleswig-Holstein (norte) y Baja Sajonia (noroeste) a tres sirios miembros del EI llegados en calidad de refugiados a Alemania.
En julio, en las ciudades bávaras de Ansbach y Wurzburgo, otras dos personas registradas como demandantes de asilo se reivindicaron como “soldados” del EI antes de morir en sus respectivos ataques. En Wurzburgo, Riaz Khan Ahmadzai, registrado en 2015 como refugiado originario de Afganistán, hirió con un hacha y un cuchillo a cinco personas en un vagón de tren. En Ansbach, otras quince personas resultaron heridas después de que Mohammad Daleel hiciera explotar la bomba que transportaba en su mochila a las puertas de un festival de música. Daleel llegó a suelo germano en 2014 y se le había denegado el estatus de refugiado. Su deportación estaba pendiente de ejecución.
Alemania recibió 890.000 solicitantes de asilo en 2015, según las últimas cifras del Ministerio del Interior, que rebajó a principios de mes el número llegadas. Anteriormente se había estimado en 1,1 millones de personas. Las proporciones de esos números obligan a considerar este problema como una cuestión que también concierne la seguridad.
“Durante las primeras semanas de la crisis de los refugiados las autoridades alemanas se vieron superadas, resultó imposible registrar a la gente, en ese tiempo no era posible lidiar con la identidad de quién estaba entrando en el país, no había ni sitio para darles cobijo a cada uno”, comenta a EL ESPAÑOL René Rieger, experto en cuestiones de seguridad y presidente del Grupo de Investigación para Oriente Medio y Asuntos Internacionales, un think tank con sede en Múnich. “En este sentido, fue un error dejar entrar a decenas de miles de personas para luego tener que lidiar con los problemas después”, añade.
EXIGENCIAS Y CRÍTICAS
En la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU), partido hermanado a la Unión Demócrata Cristiana (CDU) que lidera Merkel, el caso de Al Bakr ha servido para pedir más mano dura. Se ha solicitado, de hecho, que se refuercen los servicios secretos, un mayor control de los refugiados y mayor dureza contra las amenazas. Se da la circunstancia que el presunto terrorista detenido el lunes pudo escapar a la redada de su apartamento de este fin de semana.
Desde el partido xenófobo Alternativa para Alemania (AfD), el más crítico con la gestión del Gobierno en materia de refugiados, no han desaprovechado la ocasión para hablar de la “pérdida de control de las autoridades” germanas a la hora de “investigar a los demandantes de asilo”, según los términos de Georg Pazderski, una de las voces prominentes de esta formación.
Según Rieger, con la situación de los refugiados en el país “existe un cierto riesgo”, pero “no se puede decir que la política de refugiados fue un error desde un punto de vista de la seguridad”. “Cuando se observa el número de refugiados que vinieron a Alemania, los que están implicados en actividades terrorismo es extremadamente pequeño, y cuando se miran los ataques ocurridos en los últimos meses y años, muy a menudo, lo que ocurre es que los autores son gente con pasaporte de la UE”, subraya este investigador.
MEDIO MILLAR DE YIHADISTAS
De acuerdo con las cuentas del ministro del Interior alemán, Thomas de Maizière, en el país habría hasta 520 yihadistas dispuestos a atentar. Estos radicales podrían contar con el apoyo de algo más de 350 colaboradores. Esos números no incluyen las células durmientes compuestas por terroristas no fichados. De este modo, “sería demasiado simplista decir que sin los refugiados no tendríamos problemas de seguridad”, estima Rieger. “Entre los alemanes tenemos gente que podría cometer actos de terrorismo”, añade.
La percepción de que el riesgo de atentado terrorista pueda ser ahora mayor que en el pasado y que ese riesgo resulte de la política de puertas abiertas a los demandantes de asilo de Merkel en los primeros compases de la crisis de los refugiados es algo que no comparte Karl Kopp, uno de los responsable de Pro-Asyl, una de las mayores organizaciones germanas de ayuda a los refugiados. “La política de Merkel no fue un error, el error estuvo en toda Europa, que no estuvo unida a la hora de hacer el registro en Grecia e Italia de los refugiados que venían”, afirma Kopp a este periódico.
Para él, la política de puerta abiertas de Merkel, que atiende a lo que la canciller siempre ha llamado una “responsabilidad humanitaria” ante quienes huyen de la “guerra y el terrorismo”, hace ya tiempo que dejó de ser una realidad. Los robos y agresiones sexuales a mujeres ocurridos la pasada Nochevieja –en los que se vieron implicados una mayoría de inmigrantes, incluidos refugiados–, pasando por los ataques de Ansbach y Wurzburgo, explican en buena medida que esa política no sea la misma.
REDUCIR LA LLEGADA DE REFUGIADOS
Con Kopp coincide Carsten Koschmieder, politólogo de la Universidad Libre de Berlín. “En realidad, Merkel ha trabajado para que el número de llegadas se reduzca y que la población alemana pueda tener la sensación de que el problema está resuelto, que ya no vienen tantos, con la idea de que el Gobierno pueda ocuparse de la integración y de otros temas, como el crecimiento económico”, plantea Koschmieder a este diario.
En una reciente entrevista con el periódico regional Sächsischen Zeitung, la canciller aludía a las alteraciones de su gestión como resultado de “hacer política” y no de un “cambio de política". Sea como fuere, en la sociedad germana hace ya tiempo que no se percibe que haya una inmensa mayoría con los brazos abiertos a los refugiados.
Zain Hazzouri, un refugiado sirio que lleva más de un año en Berlín y que todavía se esfuerza en aprender alemán, dice a EL ESPAÑOL que no ha notado “sospechas de ningún tipo” sobre él. Hazzouri colabora a menudo en actividades organizadas por alemanes que sigue ayudando a refugiados como voluntarios en Berlín. Parece haber encontrado su sitio en la capital germana.
Pero no todos sus amigos sirios están en la misma situación. “Tengo amigos que sí me dicen que están notando que la gente ya no es tan acogedora”, añade este joven de 22 años natural de Alepo. Cuando se le habla de los ataques de este verano en Wurzburgo y Ansbach y de casos como el de Al Bakr, Hazzouri explica que “entre todos los refugiados, como entre todas las personas, hay gente de todo tipo, buena y mala o con problemas mentales”.
Para él, la política de refugiados de Alemania, lejos de ser un error, ha supuesto poder empezar una nueva vida. Tras una larga espera que ha durado algo más de un año, Hazzouri goza desde hace un mes de un permiso de residencia de doce meses. Sus planes, sin embargo, van más allá. "Quiero estudiar Informática, en Berlín o en otra ciudad y quedarme en Alemania”, apunta. “No hay nada a lo que volver en Alepo”, asume.
EL "POPULISMO", AL ACECHO
Diana Henniges, responsable de la asociación berlinesa de ayuda a los refugiados MoabitHilf, rechaza que pueda haber cambios relevantes como consecuencia de casos como el de Al Bakr. “La gente que pueda tener miedo ahora porque un terrorista haya sido detenido ya tenía miedo antes de los refugiados, no hay diferencias”, afirma Henniges. “En nuestra organización, nadie tiene miedo”, añade. Para ella, es “populismo” querer hablar de refugiados y terrorismo.
Por hacer precisamente eso, AfD está recogiendo réditos políticos. En la población germana abunda la sensación de que los demandantes de asilo llegados en los últimos 24 meses lo hicieron “de forma incontrolada”, según Koschmieder, el politólogo de la Universidad Libre de Berlín. “También se piensa que vinieron demasiados”, agrega este politólogo.
La pujanza de AfD es, para Koschmieder, consecuencia de esta percepción. “Todos los partidos están perdiendo electores frente a AfD, que es el único partido que se beneficia cuando están en el ambiente los temas de inmigración, criminalidad, seguridad, nación y quién debe o no debe quedarse en Alemania”, según Koschmieder.
Así, una reciente encuesta del instituto de sondeos INSA publicada esta semana en el diario Bild señalaba que la intención de voto a favor de la CDU ha caído por debajo del 30%, situándose en un 29,5%. AfD, que hace un año rondaba el 6% en esas encuestas, figura ahora como tercera fuerza política en los sondeos. Se le atribuye un 15% del apoyo del electorado.
Kopp, el responsable de Pro-Asyl, quiere evitar que el caso Al Bakr favorezca a AfD. Para él, si hay un mensaje a tener en cuenta es que “un refugiado sirio planeaba seguramente un atentado, pero otros tres lo redujeron y lo entregaron a la policía”. Al Bakr fue reducido por el grupo de refugiados lo asistió en Leipzig antes de saber que se trataba de un fugitivo buscado por la policía. “La comunidad siria de Alemania ha evitado que algo malo pase, y esto muestra que se ha dado una negativa a los populistas y a los islamistas”, concluye.