Sustituyó una pintada contra Merkel que rezaba “Merkel debe irse” ("Merkel muss weg!") -posiblemente a causa de su política abierta hacia los refugiados, altamente criticada en Alemania- por una frase a favor de la convivencia: “Apúntatelo: el odio debe irse” ("Merke! Hass muss weg!"), aprovechando que en alemán al quitar la “l” final al apellido de la canciller, el resultado es el imperativo de apuntarse o acordarse de algo.
Irmela Mensah- Schramm es una berlinesa de 70 años que lleva nada menos que tres décadas dedicándose a limpiar las calles germanas de pegatinas y pintadas de odio: contra mensajes nazis, de ultraderecha, homófobos, antisemitas y racistas en general... Y cuando estima que la ocasión lo requiere, sobreescribe el mensaje.
En mayo de este año se topó con la pintada que la llevó esta semana ante un juez.
Alguien vio cómo reescribía la frase con su espray y llamó a la policía. Tenía que pagar más de 300 euros de multa por daños al mobiliario urbano, pero ella se negó. La Fiscalía pidió como respuesta 1.800 euros de multa porque había hecho un grafiti aún más grande que el que lo precedía y además no mostraba signo de arrepentimiento, relata Mensah- Schramm todavía indignada e incrédula a EL ESPAÑOL desde su casa en la capital alemana.
“¿De qué tengo que mostrar arrepentimiento?”, plantea. Además explica por qué su pintada resultó ser mayor que aquella que quiso anular: “Si escribo odio (Hass) correctamente, debe ser con la H mayúscula, de acuerdo con las reglas de la ortografía alemana, eso es inevitable… Lo único que puedo decir es: ja, ja”, comenta en tono burlón por el argumentario de la acusación fiscal.
Esta semana el juez ha decidido dejarlo en una amonestación. Además, Mensah-Schramm tendrá que pagar las costas del proceso y estará un año bajo libertad condicional. Si vuelve a hacer de las suyas, tendrá que pagar 300 euros. ¿Se arriesgará? “¡Claro que me arriesgaré, naturalmente!”, responde sin dudarlo ni un segundo.
Ya tiene fichada, incluso con foto, la siguiente pintada que tuneará: la semana que viene ira a cambiar la frase “Fuck Asyl” (Que le den al asilo) por “Für Asyl” (A favor del asilo). Explica que aunque trata de limpiar o quitar las frases ofensivas de los lugares públicos, con los grafitis sobre hormigón, resulta misión imposible sin los aparatos profesionales para ello. Sólo escribe encima de aquellos que estima necesario. Y únicamente cuando le parecen ofensivos. “No me interesa estropear los grafitis, ¡si soy una fan del grafiti!”.
Esta pedagoga terapéutica retirada que trabajaba en un colegio para niños con discapacidad en Berlín ya ha tenido que comparecer ante la Justicia al menos en 5 ocasiones, según su recuento. “Con eso la Justicia siempre es rápida”, ironiza, pues a ella le llevan los demonios encontrarse una y otra vez con pintadas, pegatinas o carteles xenófobos u ofensivos de otra manera sin que las autoridades los retiren.
Recuerda que en una ocasión fue citada como testigo por el caso de una mujer “del entorno nazi” a la que había acabado fotografiando después de que le ofreciera el saludo nazi repetidamente en distintas ocasiones. La Ley germana es muy estricta en su impedimento a la apología del nazismo, pero por lo visto en la práctica no tanto. En aquella ocasión no le pasó nada a aquella mujer, tampoco a Mensah-Schramm. Pero asegura que el juez le recriminó haber provocado a la xenófoba.
Ahora sí que es la primera vez que una de sus acciones ha acabado teniendo consecuencias legales para ella y su historia ha corrido como la pólvora de un medio de comunicación alemán a otro. "Nunca había vivido algo así", reconoce aturdida por el interés que ha generado tras este caso.
Soy del año 45. No puedo hacer nada por lo que pasó antes, pero sí puedo hacer algo por lo que pase ahora
En realidad, Mensah-Schramm es una activista que goza de cierto reconocimiento en su país. En 1994 el Estado alemán la condecoró con la Medalla al Servicio Estatal (Bundesverdienstmedaille), la máxima distinción civil posible a personas que trabajan por el bien común. Y el año pasado obtuvo el premio alemán Göttinger por la Paz de la Fundación Dr. Roland Röhl dedicada a la promoción e investigación de los conflictos y la paz.
Mensah-Schramm nunca sale de su casa sin sus “herramientas básicas” de trabajo, por si acaso, y “por principio”. En una bolsa de tela sobre la que lleva escrito a mano “Contra los nazis”, lleva una espátula de cocina para poder retirar pegatinas o carteles, un quitaesmaltes, un trapo, un espray y un libro para registrar lo que pueda acontecer (“siempre pasa algo”, indica). A veces planea su actuación, como el grafiti que piensa cambiar la semana que viene; otras veces simplemente se encuentra con algún elemento que considera que fomenta el odio se pone manos a la obra al instante.
Cuenta, por ejemplo, que una vez había una frase que decía: “Lo que han vivido los judíos, es lo que les espera a los turcos”. Se lo dijo a la policía y le respondieron simplemente que “no saben lo que escriben”, afirma. “Eso me da mucha rabia”.
Excepcionalmente, también actúa si ve cómo atacan a alguien por sus orígenes. Como cuando una vez intervino en un túnel peatonal a favor de una mujer romaní (a Mensah-Schramm no se le ocurre decir “gitana”) a la que insultaban violentamente. ¿Y no tuvo miedo? Más bien al contrario. “Sentí tanta rabia, que tuve que controlarme”, para no responder con la misma moneda al agresor, se entiende. “Mi forma de darle dinero, fue manifestándome”.
Hoy tiene 70 años y se ha topado con miles -literalmente miles- de mensajes de ese estilo sobre paredes, farolas, vallas... pero su misión contra el odio se materializó al poco de llegar a los 40. Cuenta que un día cuando iba de camino al trabajo, se encontró con un cartel en el que pedían “libertad para Rudolph Hess”, el otrora hombre de confianza de Hitler que por aquel entonces cumplía condena en una cárcel de las afueras de Berlín.
“Estaba consternada, pero tampoco hice nada. Tampoco tenía nada a mano para hacerlo. Y cuando conduje de vuelta a casa, todavía estaba allí. Lo raspé con mi llave hasta que lo eliminé. Y entonces tuve una sensación genial”, expresa con un tono de alivio que aún hoy transmite al otro lado de la línea telefónica.
Colecciona un archivo de unas 100.000 pegatinas y pintadas que ha limpiado -siempre intenta retirarlas lavándolas antes de recurrir al espray como último recurso- desde que empezara con este activismo a mediados de los noventa. Comparte fotos de ello en un libro y una exposición itinerante titulada “El odio extermina” a la vez que ofrece talleres antiracistas para estudiantes. Incluso, participó con sus imágenes en una exposición del Museo Histórico Alemán precisamente en torno a las fechas de la pintada que le ha valido la amonestación del juez. El museo estatal la presentaba entonces como ejemplo de “valor civil”.
Esta mujer, que también ofrece talleres a favor de la convivencia y la tolerancia, no concibe una jubilación tranquila. “Soy del año 45. No puedo hacer nada por lo que pasó antes, pero sí puedo hacer algo por lo que pase ahora. Además, ¡me aburriría como una ostra! Y me han dicho que parezco más joven de lo que soy. Esto me conserva joven.”
Con el auge de la extrema derecha en Alemania a raíz de la crisis de refugiados se ha visto obligada a retirar mensajes de la calle en los que incluso ponía “Sieg heil”, la frase nazi por excelencia cuando Hitler regía. En cuanto al partido de ultraderecha Alternativa para Alemania que está ganando posiciones en las elecciones regionales a las puertas de los comicios generales de 2017, cuenta que “la policía quería impedir que quitara pegatinas [de ellos], porque no es un partido prohibido. Eso es una chorrada”, se queja.
A todo esto, aprovecha para aclarar que no es una seguidora de Angela Merkel. De hecho, cree que aunque ha gestionado la crisis de refugiados lo mejor que ha podido con más de un millón de demandantes de asilo que llegaron sólo en 2015, no lo hizo del todo bien. “Tampoco tenía otra opción. Dijo: “Lo conseguiremos”, pero se sobrevaloró. Fue un caos. Eso sí, no me gustaría tener que meterme en su piel. Ha dicho palabras valientes”.
La sonrisa de las imágenes y la energía que transmite Irmela Mensah-Schramm a sus 70 años al otro lado del teléfono contagia vida. Su ejemplo ya ha cundido en su hermana, que dos años mayor que ella, también se dedica a retirar pegatinas que fomentan el odio de las calles alemanas. Su marido, sin embargo, se mantiene al margen. Lo tiene más difícil, explica. “Es africano, de Ghana”. Y negro. Como para atreverse a retirar o sobreescribir mensajes que incitan a la violencia contra los extranjeros. “De todas formas, si un hombre hiciera lo que yo hago, lo criminalizarían con mayor facilidad que a una mujer. Y más viéndome a mí, con mi pelo blanco”.