Robert Biedron ríe cuando le preguntan si alguna vez imaginó que acabaría siendo el primer parlamentario en Polonia o el primer alcalde del país abiertamente gay. Creció en una zona montañosa del país, “una región muy conservadora, más que el resto de Polonia, así que se puede imaginar cuánto”, apunta. No soñaba con una carrera política. “Quería vivir mi vida con dignidad”, repite a lo largo de la conversación telefónica con EL ESPAÑOL desde Slupsk, la ciudad a 18 kilómetros de la costa báltica en la que lleva el bastón de mando desde 2014.
Recuerda que a su madre le costó mucho digerir la noticia. Se enteró por un amigo que llamó a su casa cuando él tenía 18 años para decirle a su progenitora que estaba enamorado de él y que su hijo era homosexual. Ella no quiso creerle. Pero aquel chico volvió a llamar y ella acabó preguntándole: “¿Eres eso?”. “Ni siquiera se atrevió a pronunciar la palabra, a decir homosexual”, recuerda sin un ápice de rencor. Sólo la ha visto llorar tanto en dos ocasiones: aquel día y cuando el padre de Biedron falleció hace dos años. Su hijo entiende la reacción de entonces, sabe que fue una noticia difícil de digerir en un lugar donde la homosexualidad era un completo tabú. Corrían los años 90.
Biedron era el único homosexual -que se supiera- de su pueblo… Aquellas ataduras en las que no podía mostrarse cómo era, le impulsaron a luchar por los derechos de lesbianas, homosexuales, transexuales y bisexuales, además de defender los derechos humanos en general, como consultor de diversas organizaciones.
“Empecé a luchar por los derechos humanos, pero tampoco estaba cambiando demasiadas cosas. Necesitaba hacerme político para cambiarlo”, cuenta. Graduado en Ciencias Políticas y Sociales, su salto a la vida pública como activista primero y después como político -consiguió un escaño en 2011- no fue fácil. “Al principio incluso desde el colectivo LGBT me decían que era un tema privado, que no hacía falta mostrarlo. No hace tanto de eso”, lamenta. “Tuve que persuadirlos”.
En Slupsk los votantes le han permitido cumplir su sueño. “La sociedad [polaca] ha cambiado, pero los políticos siguen viviendo en la Edad Media”, opina. Sigue teniendo que escuchar reproches homófobos de otros políticos, incluso le han llegado a pegar a él y su pareja varias veces. “Aún a día de hoy no puedo hacer muchas cosas (...). Una vez que mandé reparar una carretera, dijeron que lo hacía para que mi amante pudiera venir a verme”, rememora.
En la ciudad de la que es alcalde es bien distinto. Allí hasta parece un confesor laico de algunos de sus aproximadamente 96.000 habitantes. Cuando saca su sofá rojo a la calle para hablar de tú a tú con quien lo desee, la gente se puede poner a la cola para contarle “todo tipo de problemas que se pueda imaginar: para la gente hablar con un alcalde es casi como hablar con un cura”. La gente le cuenta sus problemas familiares, de amor, de la escuela…
“La sociedad polaca y la de toda esta zona se llaman 'no participativas'. Tenía que encontrar formas innovadoras” para cambiar eso, justifica la idea del sofá. “Cuando estaba en el Parlamento, no teníamos ni idea de lo que era la vida real”, sostiene.
Lo que más le preocupa resolver en su ciudad es la deuda de 283 millones de zlotys (73,8 millones de euros) que tenía el municipio cuando él tomó las riendas. Ahora ya ha conseguido reducirla a 250 millones (65,2 en euros) y no tiene déficit, presume. “Debo ser muy cuidadoso con el dinero. He conseguido estabilizar (el problema financiero). Estoy orgulloso de eso”.
Su prioridad por llevar las finanzas de Slupsk a buen puerto es hacerlo con un “desarrollo sostenible, sin dejar a nadie atrás”. Por ello está “invirtiendo mucho en viviendas sociales”, pero reconoce que con las arcas municipales en tan mal estado es un “proceso muy difícil”.
“Si tiene amigos que busquen un trabajo, serán bienvenidos aquí”, dice medio en broma medio en serio. Asegura que basta con hablar inglés y destaca la presencia de empresas de tecnología en su municipio. Una de ellas, por ejemplo, ahora mismo busca 80 trabajadores. Pero “en toda Polonia hacen falta 3 millones de trabajadores, si nuestra economía quiere crecer en esta dirección”, porque los profesionales polacos han emigrado a países como Reino Unido o España. “No les tenemos, aunque algunos están volviendo”, señala.
Esa política aperturista al trabajador extranjero no es habitual en la actual Polonia, donde el partido euroescéptico y ultraconservador Ley y Justicia -que llegó al poder hace un año- no quiere ni oír hablar de los inmigrantes o refugiados, aunque la afluencia de demandantes de asilo ni siquiera ha llegado a este país vecino de Alemania, por una situación geográfica que lo dejaba fuera de la denominada “ruta de los Balcanes”.
Su primera ministra, Beata Szydlo, dijo en marzo pasado, tras los atentados en Bruselas: “Digo muy claramente que no veo ninguna posibilidad en este momento de que vengan inmigrantes a Polonia”. Pero no hace falta remontarse tan lejos. Esta misma semana la mandataria ha declarado: "Queremos para el Ejército polaco material producido en Polonia por trabajadores polacos", después de cancelar un contrato por el que Varsovia iba a comprar a Airbus 50 helicópteros, explica Efe.
Biedron, que desde 2016 es miembro del Grupo Asesor de Género, Desplazamiento Forzado y Protección del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados, asegura: “La mía es una de las pocas ciudades en Polonia que está abierta a la llegada de refugiados. No sólo por solidaridad, sino también por una cuestión económica: los necesitamos. Pero debido al Gobierno, no acogemos a ningún refugiado”.
Con su vida de alcalde, este activista reciclado como político se encuentra en su salsa luchando por los derechos humanos a su manera y a pequeña -o no tan pequeña- escala. Biedron no pretende volver a dar el salto a la política nacional, aunque algunos ya le estén pidiendo que se presente a las presidenciales de 2020. No le interesa “para nada” y reitera: “Sólo quiero vivir mi vida con dignidad”.
Su madre ya hace tiempo que asumió que su hijo es homosexual han podido recomponer su relación. Incluso ella ha tenido que sufrir amenazas de gente que desprecia a su hijo por su condición sexual. “Ahora llora de lo orgullosa que está de mí. Soy muy afortunado por tener a una familia que me apoya”.
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