Durante casi 40 años estuvo al frente de una poderosa e influyente congregación religiosa peruana. Un periodo en el que se registraron cerca de un centenar de supuestos abusos. Muchos ellos de carácter sexual, incluidos violaciones a menores de edad. El responsable de aquella comunidad responde al nombre de Luis Fernando Figari, tiene ahora 69 años y reside actualmente en un apartamento de una zona exclusiva de Roma.
El Vaticano abrió una investigación sobre la que no ha trascendido nada, pero la fiscalía peruana ha tomado cartas en el asunto y le ha interrogado por primera vez este mes por la vía penal. Aunque en su caso sólo aborda cinco denuncias recientes, porque el resto de los casos ya habrían prescrito.
Figari fundó el llamado Sodalicio de Vida Cristiana en 1971. Primero lo intentó con el Derecho y después con la Teología, pero nunca terminó sus estudios. “No era un personaje carismático, pero sí pertenecía a la clase alta de Lima, entre la que tenía buenos contactos”, relata desde Perú la periodista Paola Ugaz, coautora junto a Pedro Salinas del libro Mitad monjes, mitad soldados, que dio a conocer el escándalo hace ahora un año.
Según Ugaz, el Sodalicio “surge como respuesta a la incipiente Teología de la Liberación [un movimiento cristiano que nace en 1968 de la mano del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, quien enarbola la bandera de la “opción preferencial por los pobres”] y la dictadura izquierdista de Juan Velasco”. Admirador de Franco y nostálgico de Primo de Rivera, Figari terminaba sus reuniones con la mano en alto cantando el ‘Cara al sol’.
De esta forma, Figari y sus colaboradores se dedicaban a la captación de jóvenes bajo el lema ‘Mitad monje, mitad soldado’ que dio título a la investigación periodística. En ella se recopilan las experiencias de una treintena de víctimas, cinco de ellas por abusos sexuales. La mayoría, sin embargo, utilizan nombres ficticios. “Muchos no quieren hablar porque están casados o simplemente por miedo, pero existen cerca de un centenar de testimonios”, asegura Ugaz.
Uno de los denunciantes, identificado como Santiago, asegura en el libro que Figari lo penetró mientras le pedía que se masturbara. Y en otras ocasiones el fundador del movimiento supuestamente obligaba a los chicos a desnudarse para que lo abrazaran. Estas prácticas se realizaban durante retiros espirituales, con muchachos de entre 14 y 15 años, denuncian.
Figari se presentaba a los jóvenes diciéndoles que tenía poderes sobrenaturales y se adentraba en los juegos sexuales a través de ritos esotéricos, detalla la periodista. “Todas las víctimas tienen secuelas psicológicas e incluso a algunos los traumas los convirtieron también en verdugos”, agrega Ugaz, que recuerda el caso de un miembro de la comunidad al que descubrieron en un hotel con un niño de 6 años al que engatusaba con cromos para mantener relaciones sexuales.
Estas prácticas, que supuestamente se prolongaron durante décadas, pasaron inadvertidas para el Vaticano, porque en 1997 el papa Juan Pablo II reconoce a la comunidad como “sociedad de derecho pontificio”, lo que pone a la congregación bajo la regulación del Derecho Canónico. Incluso se inició un proceso de beatificación de quien fuera la mano derecha de Figari en el Sodalicio, Germán Doig –fallecido en 2001-, que fue interrumpido cuando salieron a la luz varias denuncias por abusos.
Ocurrió en 2011, un año después de que Figari hubiera renunciado a su cargo alegando “motivos de salud”. Ya entonces se especuló en la prensa peruana con este pasado oscuro, aunque desde el Vaticano aseguran no haber sido conscientes de la situación hasta abril de 2015.
En ese momento la Santa Sede abre una investigación para esclarecer lo ocurrido. Nombra como visitador apostólico –una suerte de abogado, cuya misión es recopilar toda la información- al monseñor español Fortunato Pablo Urcey, aunque éste reconoce que no va a hablar con las víctimas ni a leer el libro ‘Mitad monjes, mitad soldados’. Y más tarde, el Vaticano designa como delegado ante el Sodalicio al arzobispo de Indianápolis, Joseph William Tobin, al que se le encarga supervisar la actividad de la comunidad religiosa.
Para entonces Figari ya hace más de un año que ha abandonado Perú y se ha trasladado a un apartamento de la congregación en la céntrica Via del Corso de Roma. Según fuentes del Sodalicio en Italia, los responsables de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica instan a los nuevos líderes del Sodalicio a mantener a Figari aislado antes incluso de abrir el proceso contra él.
En paralelo, por la vía civil la Fiscalía Penal de Lima investiga de oficio los supuestos abusos sexuales cometidos por Figari. Aunque debido a que la mayoría de esos delitos ya habrían prescrito, el caso cobra una nueva dimensión tras la denuncia de cinco víctimas que lo acusan de lesiones psíquicas, asociación ilícita para delinquir y secuestro.
En su primera vista con la fiscal, celebrada el pasado 10 de octubre en la embajada peruana en Roma, Figari apareció por primera vez en público desde su llegada a Italia, y después de negar todas las acusaciones contra él aseguró que no había dado antes la cara porque desde el Vaticano le “han prohibido hablar y regresar a Perú”.
Un extremo que desmiente el secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, el también español monseñor José Rodríguez Carballo. El religioso contradice incluso la versión del Sodalicio al afirmar que el traslado de Figari a la capital italiana se produjo únicamente por decisión de sus actuales superiores.
Desde el Vaticano rechazan ofrecer más detalles hasta que no concluya la investigación. Aunque tampoco apartan de la comunidad a Figari, como reclaman los actuales miembros del Sodalicio.
Según estas fuentes, el Vaticano frenó el traslado del histórico líder a un lugar “más austero”. Así, continúa en la misma habitación en “estado de aislamiento”, de la que –dicen- sólo sale para acudir a un hospital romano en el que está siendo tratado de un tumor. Sin embargo, al menos un par de cardenales consultados por este diario han reconocido haber visitado a Figari en su residencia privada al margen de sus obligaciones con la Santa Sede.
El caso de Figari “recuerda al de Maciel”, reconoce la periodista Paola Ugaz, en referencia al fundador de los Legionarios de Cristo, al que la Santa Sede tan sólo le pidió que dejara de ejercer el sacerdocio después de ser acusado de abuso sexual contra seminaristas. “Los pasos del Vaticano son lentos, aunque las familias de las víctimas preferían más comprensión por parte de la Iglesia y del papa Francisco”, agrega Ugaz.
Mientras, desde el propio Sodalicio de Vida Cristiana lamentan también la actitud del Vaticano. “Maciel era mucho peor y no fueron capaces de enclaustrarlo”, señalan fuentes de la comunidad.