En los últimos días sus oponentes del Movimiento 5 Estrellas, se afanaban en demostrar que el populista era él. “Renzi llegó a la Presidencia del Consejo de Ministros con un tuit”, repetían los diputados grillini. Se referían al mensaje que el entonces secretario general del Partido Democrático, un pipiolo de 39 años, le dirigía a través de las redes sociales al entonces primer ministro, Enrico Letta. “Enrico, estate tranquilo”, le espetaba Renzi pocas horas antes de ocupar su puesto.
El alcalde de Florencia se trasladó con un golpe de mano al Palacio Chigi, bajo mandato del presidente de la República, Giorgio Napolitano. Su cometido era sacar adelante la reforma institucional que Napolitano llevaba años intentando, pero para la que no había encontrado ningún líder con suficiente energía.
Le tocó a un joven más que seguro de sí mismo. Arrogante, le afean sus rivales. Con arrojo, le alaban los suyos. Formó un gabinete sin apenas figuras de relumbrón, en el que sólo él brillaba, con la única excepción de la ministra de Reformas, Maria Elena Boschi, cuyo cometido era conducir el programa transformador con el que se presentaba el Gobierno y actuar de amortiguador para cuando llegaran los golpes.
El colmillo afilado
Encontró la mayoría para formar Gobierno gracias a un antiguo delfín de Silvio Berlusconi, el centrista Angelino Alfano, y pactó con el propio Berlusconi la andadura de la reforma institucional. Pero el enlace duró apenas unas semanas, las que tardó Renzi en demostrar que tenía el colmillo afilado, al catapultar a la Presidencia de la República a Sergio Mattarella, una figura –del mundo de la magistratura- que no contaba con el agrado de Berlusconi.
Renzi se enfrentó a los sindicatos al aprobar la reforma del mercado laboral, chocó con los profesores a propósito de una nueva ley educativa con la que trataba de volcarse a la izquierda. Se las vio con la Iglesia y tampoco terminó de convencer a los colectivos homosexuales al dotar a Italia por primera vez en su historia de una ley para regular las uniones entre parejas del mismo sexo. En algunos salió magullado, pero resultó vencedor en todos sus envites.
A la mínima acusación de autoritarismo sacaba a relucir el 41% que su formación, el Partido Democrático, había obtenido en las elecciones europeas, en plena luna de miel tras la llegada al poder del joven líder. Pero por mucho que se empeñara, aquella era una victoria propagandística, Renzi no había sido refrendado en las urnas.
Y no quiso una victoria cualquiera, sino un éxito duradero. Que le permitiera ser el primer ministro que pusiera fin a la borrachera de 63 gobiernos tras la Segunda Guerra Mundial. Y así fue como pergeñó una reforma del sistema institucional que finalmente lo condujo al fracaso.
Consiguió sacar adelante una ley electoral que plantea un premio de mayoría a la lista más votada y una segunda vuelta en caso de que ningún candidato consiga la mayoría. Y en paralelo, aprobó en el Parlamento esta reforma constitucional con la que el Senado quedaría prácticamente sin funciones legislativas. Conclusión, gobiernos más fuertes y mayor autonomía de la Cámara de Diputados. Agilidad democrática para él, “peligro de dictadura” llegó a afirmar un político como Silvio Berlusconi.
La creciente soledad
La reforma constitucional no habría tenido que pasar por el filtro del referéndum si hubiera encontrado el apoyo de dos tercios del Parlamento. Pero Renzi, que cultivaba un círculo íntimo no ya en su partido sino en las convenciones de fieles que ideó en su Florencia natal, estaba cada vez más solo. El pecado original de su elección con el que se merendó en dos tardes a la vieja guardia de su partido salió a flote y el resto de la oposición aprovechó para lanzar la ofensiva.
Era un periodo todavía tranquilo, seguía gozando de tanta confianza que llegaron los días en los que afirmó que si perdía en el referéndum se marchaba a casa. Pero sus aliados estaban más en las cancillerías extranjeras, temerosos de un mañana incierto, que en casa. Las elecciones locales, en las que el 5 Estrellas le arrebató las importantes alcaldías de Roma y Turín, le puso los pies en el suelo. Pero siguió adelante con la quijotada.
Batalla de aspavientos con Bruselas
Aceptó, ante la presión de su partido, enmendar la ley electoral y se enfangó en una batalla de aspavientos con la Unión Europea, ya fuera por la gestión de la inmigración o por una décima del déficit. Para colmo le sobrevinieron dos terremotos, una crisis bancaria y un crecimiento económico por debajo de lo esperado. Ni Maria Elena Boschi, su ministra fetiche, estaba ya ahí para parar el golpe, tras no haber sabido gestionar la implicación de su padre en la bancarrota de una pequeña entidad financiera llamada Banca Etruria.
En las últimas semanas, la derrota en el referéndum era una posibilidad más que palpable. De hecho hacía días que las crónicas no pronosticaban un resultado, sino qué pasaría después del ‘no’. Una derrota por la mínima habría dejado espacio al joven primer ministro a presentarse a unas próximas elecciones, pero la severa derrota en el referéndum arroja más dudas.
Renzi se despidió de su cargo junto asegurando que ha hecho “todo lo que podía hacer en esta fase”, pero no aclaró si ésta sería la última. El descalabro de Renzi ha durado poco más de 1.000 días. Se nos fue pronto, dirán sus allegados. Pero quede dicho que en el país que dijo querer transformar, sólo dos hombres –Silvio Berlusconi y Bettino Craxi- consiguieron gobernar el país durante un mayor tiempo consecutivo.