Cada año las exportaciones de Alemania son mayores. Movieron el año pasado 1,318 billones de euros, un 3% más que en 2017, según datos de la Oficina Federal de Estadística. Pero todos los bienes exportados por la economía germana no son coches 'premium' ni bienes industriales de alta gama. Una parte nada desdeñable y cada vez más polémica de esas exportaciones no son otra cosa más que basura. En concreto, toneladas de plásticos 'Made in Germany' que acaban en países como Malasia, Indonesia, pero también mucho más cercanos, como Polonia.
Según estimaciones recientes que han transcendido en los medios de comunicación germanos, Alemania exportaba no menos de 360 millones de euros en basuras plásticas en 2018. Ese dinero representa mucha basura. Tanto es así que el país de la canciller Angela Merkel se ha convertido en el líder europeo de exportación de basuras plásticas.
Según datos de las investigadores Amy Brook, Shunli Wang y Jenna Jambeck publicados el año pasado en la revista científica Science Advances, Alemania exportaba del orden de 17,5 millones de toneladas métricas de basuras plásticas en 2016. A nivel mundial, sólo Estados Unidos y Japón superan los números exportadores de basura de Alemania. Esos dos son países a los que se les atribuyen números por encima de los 20 millones de toneladas métricas. Brook, Wang y Jambeck concedían, siempre con datos de 2016, algo más de 25 millones de toneladas métricas a Estados Unidos. La cifra de Japón rondaba ese año los 22,5 millones de toneladas métricas.
Como ocurre con Estados Unidos y Japón, los expertos ven los números sobre las exportaciones de basura de Alemania en una clara tendencia al alza, algo especialmente llamativo en un país con reputación de reciclador y donde ciertas posiciones del ecologismo político se han convertido casi en auténticas convenciones sociales. No hay que olvidar que en 2022 está previsto el 'apagón' definitivo de las centrales nucleares germanas, ni que actualmente ya hay encuestas que sitúan a los Los Verdes como el partido más votado en caso de unas nuevas elecciones.
Todos los días, en los supermercados, no es raro que haya colas de consumidores esperando para reciclar botellas de plástico y vidrio a través de máquinas que facilitan el procesado de los envases. A cambio de cada botella, el usuario que las devuelve obtiene entre 0,8 y 0,25 céntimos de euros según el recipiente devuelto. En toda casa germana y bloque de vecinos, se tiene integrado a la hora de tirar la basura que los plásticos van al contenedor amarillo. Es más, aquí se venden bolsas de basura amarillas para este tipo de desechos.
Las basuras plásticas, sin embargo, rompen en buena medida el estereotipo que se tiene de Alemania en materia de respeto y cuidado medioambiental. Porque muy poca basura de este tipo acaba siendo reciclada. Apenas un 15,6%, según datos recientes del estudio Plastikatlas 2019– algo así como “Atlas del plástico” – que firman la organización ecologista Federación Alemana para el Medioambiente y la Conservación de la Naturaleza (BUND por sus siglas alemanas) y la Fundación Heinrich Böll, una institución cercana al partido de Los Verdes. “A los alemanes les gustaría ser campeones del mundo de reciclaje, pero eso es sólo una ilusión”, se lee en dicho informe.
En él se da cuenta de cómo el año pasado eran exportadas decenas de miles de toneladas de plásticos alemanes a países asiáticos como Malasia (132.106), India (67.622) o Indonesia (64.459). Basuras plásticas también tienen los alemanes para sus socios europeos. Alemania exportó en 2018 nada menos que 109.010 toneladas a los Países Bajos y 65.948 toneladas a Polonia. Los Países Bajos, al igual que Hong-Kong – región administrativa china a la que Alemania exportó 73.000 toneladas de basuras plásticas en 2018 –, ejercen de centros de transbordo para esos plásticos.
Envoltorios de queso y gominolas
En teoría, toda esa basura se tendría que tratar respetando los “estándares europeos”, pero en los lugares en los que acaba “hay pocos controles, y algunas de esas basuras pueden acaban en depósitos ilegales, y de ahí a los ríos de los países y luego en los océanos”, según constataba hace unos días el diario alemán Süddeutsche Zeitung. A principios de año, la segunda cadena de televisión pública alemana, la ZDF, mostraba en uno de sus reportajes cómo terminaban en suelo malayo, no lejos de la capital Kuala Lumpur, plásticos de envoltorios de queso para pizza, jamón cocido y hasta de gominolas.
“Si no queremos que nuestra basura acabe en la playa o en el mar necesitamos un sistema que nos permita saber que ese recipiente de yogurt que está ahí en una playa de Malasia lo llevó ese o aquel fabricante alemán. Entonces ese fabricante tendría que ocuparse de que después haya una recolección (de los restos)”, decía a la ZDF Henning Wilts, experto del Instituto Wuppertal para el Clima, un thinktank centrado en temas medioambientales.
Ese sistema del que hablaba Wilts aún está por ver la luz. Entre tanto, Alemania ha visto crecer la preocupación por el sucio negocio que puede llegar a convertirse la exportación e importación de basuras plásticas. China, por ejemplo, se ha dedicado tradicionalmente de forma intensa a la importación de este tipo de plásticos. “Desde 1992, el gigante asiático ha importado un 45% del total de plásticos”, según las cuentas de Brook, Wang y Jambeck, los científicos expertos en el mercado global de las basuras plásticas.
Sin embargo, China introdujo a principios de 2018 una nueva normativa, limitando en gran medida las importaciones de los restos plásticos que acaban en su suelo. A saber, los plásticos que, por estar sucios o no ser fácilmente reciclables, viajan miles de kilómetros desde países como Alemania. Consecuencia de esa regulación, según se lee en el “Atlas del plástico” de este año, es que “un cambio drástico del flujo de los residuos de plástico a otros países”.
“Los países exportadores empezaron (con el cambio en la política china) a dirigir más material al sureste asiático, principalmente a Tailandia, Vietnam y Malasia. En Tailandia, las importaciones crecieron un 70% en los primeros cuatro meses de 2018 respecto al mismo periodo del año anterior, en Malasia se multiplicaron por seis. Al mismo tiempo, las importaciones de China cayeron un 90%”, se lee en el informe de BUND y de la Fundación Heinrich Böll. Puede que China haya dejado de ser el gran contenedor de la basura de los países más desarrollados del planeta. Pero, visto está, hay partes de Asia que lo siguen siendo.