Desde Járkov, en la frontera con Rusia: "Putin está buscando una guerra civil en Ucrania"
En primera persona.- Un redactor de EL ESPAÑOL relata su experiencia en la segunda ciudad más grande de Ucrania y cómo viven el conflicto sus habitantes después de un mes en el que la tensión no ha parado de crecer.
13 febrero, 2022 03:44Noticias relacionadas
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Son las 8:39 de la mañana y el tren nocturno número 18 llega con puntualidad nórdica a la estación ferroviaria de Járkov, procedente de Lvyv. Son 1.016 kilómetros de distancia que el vehículo de la era comunista, ahora reformado, recorre en 13 horas y media. La faraónica estación de estilo soviético de la segunda ciudad más grande de Ucrania está abarrotada de gente.
Los casi dos millones de ex soviéticos que viven en esta zona fronteriza acuden al trabajo diariamente y continúan con su vida normal a pesar de que a menos de 40 kilómetros hay 100.000 soldados rusos acechándoles y esperando órdenes de su líder supremo, Vladimir Putin.
Sasha, ingeniero agroalimentario de 32 años, se baja del tren conmigo. Ha pasado las últimas 13 horas y media de su vida junto a mí en el mismo compartimento. Aunque tiene aspecto de matón ruso salido de una película de acción, en realidad es ucraniano y quiere cuidar de mí. "George, te acompaño a la consigna para que dejes la mochila y después te digo cómo ir en metro a la Plaza de La Libertad. Te va a gustar, allí podrás preguntar cómo se siente el pueblo. Si alguien con mal aspecto se te acerca llamas a la Policía, no te preocupes".
Es de los pocos ucranianos que saben el suficiente inglés como para comunicarse. Por la noche, pese a su aspecto intimidatorio y pese a ser un hombre parco en palabras al que no le gusta la política, me acaba confesando que no se cree nada de lo que dice la televisión: "Eso de los 100.000 soldados rusos al otro lado de la frontera es mentira, son todo 'fake news' creadas para desestabilizar el país", sostiene.
"Además, es todo muy raro. Los ucranianos y las ucranianas podemos pasar a Rusia sin problema a ver a nuestros familiares. Y, sin embargo, a Ucrania sólo pueden entrar mujeres rusas con papeles que acrediten que guardan algún tipo de parentesco familiar a este lado de la frontera. A los hombres rusos no les dejan pasar por si se unen a las milicias pro-rusas. Yo lo que creo es que Putin y Zelenksi (el presidente de Ucrania) quieren seguir viviendo muy bien, mientras el pueblo se desangra. No me extrañaría que esto acabara en una guerra civil. El problema es de los gobernantes, no nuestro", reflexiona Sasha.
'Putin es un dictador'
Me quedo pensando en sus palabras y, sin que me deje hacerle ni una foto, me monto en el espectacular metro de Járkov y me despido de Sasha. Él se tiene que ir a trabajar. La estación de metro en la que me subo, tiene lámparas con forma de átomos. La estación de metro en la que me bajo, de nombre impronunciable, tiene lámparas con maquetas del programa espacial Sputnik. Járkov es una ciudad de contrastes, que aúna la modernidad con la decadencia soviética bien mantenida. Hace calor, la temperatura, aunque hay bastante nieve, roza los 4 grados centígrados.
Nada más salir del subterráneo me topo con una señora mayor, Lilia, apostada dentro de una gran tienda de campaña blanca, rodeada de imágenes de la guerra contra Rusia y de fotografías de Putin y Lukashenko (presidente de Bielorrusia) con sus bocas ensangrentadas. Me recibe con la mano en alto diciendo "Slava Ukrayini" ("Gloria a Ucrania", traducido al español). Después de media hora intentando hablar con ella (habla ruso, como el del 95% de la población de Járkov), deduzco mediante signos y señales con el dedo que "Putin es un dictador como lo fue Hitler. Quiere destruir este país".
Me enseña un mapa de Europa y me hace entender que después de Ucrania irá a por Austria, Hungría, Polonia, Moldavia y otras ex repúblicas soviéticas. "No podemos permitírselo, "Slava Ukrayini". A continuación, me enseña la imagen de un señor que enseguida deduzco era su marido y que murió en la guerra contra las milicias rusas en Donetsk o en Lugansk.
Como no entiendo muchas más cosas de las que intenta explicarme, continúo por la calle principal, Sumska, hasta la Plaza de la Libertad, de dimensiones mastodónticas. Cada pocos metros hay un grupo de policías reunido, charlando y observando. En una esquina veo a un chaval con cara de saber hablar inglés, se llama Ura y es un estudiante de Psicología. Tiene 19 años.
¿Y si hay una incursión rusa?
Le pregunto por la posible invasión rusa: "Estamos muy preocupados por la situación. Amamos al pueblo ruso, tenemos todo en común. Mi ex novia era rusa, del otro lado de la frontera. La mayoría de edificios de esta plaza, la segunda más grande del mundo después de la de Tiananmén, y el metro, son de construcción soviética. El problema no es el pueblo ruso, el problema es Putin y la cúpula de gobernantes que le ampara. Estamos rezando para que todo vuelva a la normalidad y el Gobierno ruso se vuelva más transigente, como en la época de Gorbachov".
El joven Ura reconoce que tiene miedo, cada cuatro frases hace alguna mención a la conducta humana ante situaciones de emergencia: "Mentiría si no confesara que estamos asustados". Tiene claro lo que hará si los rusos, militarmente superiores, atacan primero: "Si finalmente se produce la invasión, me iré al campo, al pueblo de mi abuela, en el sur de Ucrania. Y si las tropas rusas siguen avanzando, me iré del país. A Francia, a Inglaterra, a dónde sea. Yo sólo quiero poder llevar una vida normal, trabajar y tratar de ser feliz, aquí la vida no es nada fácil, incluso aunque no haya invasiones".
Un tercio de sus compañeros de clase en la universidad provienen de las regiones ocupadas de Donetsk y de Lugansk. Pese a que Járkov es uno de los principales focos industriales, culturales y educativos de Ucrania (paradójicamente produce tanques, armas, productos electrónicos y nucleares), la mayoría de personas mayores no pueden pagar la luz ni el gas, desproporcionadamente caros, procedentes de Rusia.
De repente, Ura me dice que se tiene que ir corriendo porque llega tarde a una cita con su nueva novia, me da su correo y desaparece. Con tanta información en mi cabeza decido hacer una pausa y beberme un aromático y barato café ucraniano antes de visitar el nuevo zoo ultramoderno, por recomendación de Sasha. La verdad es que es espectacular. ¿Qué pensarán los lobos árticos o los linces siberianos de los 100.000 soldados rusos situados a pocos kilómetros de distancia? ¿Y de las tácticas desestabilizadoras de Putin?