A Ucrania le llaman "el granero de Europa" y no es ninguna exageración. Hasta el 56% de sus 603.548 kilómetros cuadrados son cultivables, lo que la convierte, tras Bangla Desh, en el segundo país con más superficie dedicada al cultivo del grano y de otros alimentos. Maíz, centeno, girasol, huevos, miel, cebada, queso… la agricultura ucraniana no solo alimentaba a su país y a su vecina Rusia, sino que daba de comer a gran parte de Europa (hasta el 42% de los cereales importados por España en 2021 procedían de Ucrania) y del mundo (era la octava, por ejemplo, en exportaciones de trigo).
Cuando pensamos en la guerra, nos centramos como es lógico en las vidas, en las estrategias y en las ciudades conquistadas o destruidas por la artillería. Sin embargo, una guerra es mucho más. Más incluso que sanciones o paquetes de ayuda. Una guerra es un intento de estrangular a tu enemigo hasta que deje de boquear. No solo por tierra y por aire… sino también por mar. Ucrania, que, según datos del Financial Times, usaba sus puertos del Mar Negro y el Mar de Azov para exportar hasta seis millones de toneladas de grano al mes, tiene pendientes de entrega, atascadas en los distintos puntos de origen, hasta veinte millones de toneladas a los que no puede dar salida.
Esos veinte millones de toneladas de alimentos podrían no ya bajar los precios disparados en todo el mundo, sino directamente dar de comer a buena parte de la población mundial. David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, declaraba esta misma semana que el bloqueo al que Rusia está sometiendo a los barcos que intenten cruzar el Mar Negro puede "matar a millones de personas".
Por su parte, Sidharth Kaushal, del británico Royal United Services Institute afirmó recientemente que "el bloqueo es una bomba de relojería para el mundo. Mientras la guerra de ocupación siga en tablas, el tiempo estará del lado de los bloqueadores".
El orgullo de la marina rusa
¿Cómo ha conseguido Rusia este dominio total de las aguas que rodean Ucrania? Uno de los mantras más repetidos de la estrategia militar es que es imposible tener un buen ejército terrestre y una buena marina. Inglaterra y España, por ejemplo, siempre han apostado por lo segundo. Francia y Alemania, por lo primero. Ahora bien, Rusia nunca ha querido elegir.
Ya desde los tiempos de los zares, ha cuidado de sus barcos como si fueran auténticos tótems más que armas, símbolos del orgullo patrio. Muchos señalan este empeño en mantener una marina eficaz y costosa como una de las claves de la falta de medios sobre el terreno en la invasión de Ucrania, pero eso sería materia para otro artículo.
El caso es que Rusia es una potencia naval de primer orden, más allá de desastres como el hundimiento del Movska el pasado abril, uno de los hechos más dolorosos para la opinión pública rusa desde el inicio de la guerra. Ese dominio tiene que ver con la tradición… y con la negociación política. Cuando la Unión Soviética se disolvió en distintos estados, Ucrania aceptó ceder prácticamente toda la flota del Mar Negro a Rusia a cambio de ciertas garantías territoriales que han acabado por no cumplirse.
No es casualidad, por lo tanto, que en realidad la única campaña realmente exitosa del ejército ruso -con la excepción del puerto de Mariúpol, que resistió mucho más de lo previsto- haya tenido lugar en la costa sur. Apoyando a las tropas de Crimea con múltiples ataques anfibios, Rusia consiguió hacerse casi de inmediato con casi todos los puertos del sur del país, excepción hecha, ya decimos, de Mariúpol y, sobre todo, de Odesa, que resistió los primeros ataques y decidió minar toda la costa para evitar nuevos intentos.
Veinte millones de toneladas, a la espera
Precisamente, esa decisión de minar la costa es ahora mismo uno de los grandes problemas a la hora de reanudar el comercio. Es imposible entrar al puerto de Odesa… pero también es imposible salir. En cuanto a las demás ciudades costeras -Jersón, Melitopol, la propia Mariúpol…- están en manos rusas y su actividad comercial aún no se ha reanudado. Cuando lo haga, los beneficios irán obviamente para el país de Vladimir Putin, que encontrará ahí otra manera de financiar la invasión más allá del gas y del petróleo.
Tanto Ucrania como la Unión Europea como la ONU están buscando alternativas, sobre todo de cara al próximo invierno, teniendo en cuenta que no se prevén grandes cambios en la situación bélica durante los próximos meses. Una opción es continuar la exportación por pequeños puertos no minados, pero ¿quién va a encargarse de proteger militarmente a esos barcos de la amenaza rusa? Ucrania apenas tiene recursos para ello y están cumpliendo otras funciones. Turquía podría hacerlo, pero eso supondría meter a la OTAN en el conflicto, con la consiguiente escalada del conflicto.
La única opción marítima pasaría por una negociación en el seno de la ONU por la cual países aliados o afines a Rusia convencieran a Putin de que necesitan que esas veinte millones de toneladas más las que puedan recogerse en los próximos meses. Haría falta una negociación en la que Putin tendría siempre la sartén por el mango, y ya sabemos que es un maestro del chantaje. A cambio de evitar la hambruna, es previsible que pida el fin de cualquier sanción o por lo menos del envío de armas a Ucrania, algo que Occidente no va a aceptar.
Un problema de base
En cualquier caso, queda un problema más: para que los alimentos puedan salir de algún puerto, antes tienen que llegar a él. No sabemos exactamente en qué condiciones están los campos ucranianos, especialmente los del este, los más productivos. Hablamos de zonas arrasadas por bombas, fuegos, tanques en movimiento, inundaciones forzadas, emplazamiento de minas… ¿Habrá algo parecido a una cosecha el próximo otoño, para empezar? Y si la hay, ¿cómo trasladar lo cosechado en un país cuyas infraestructuras han quedado devastadas?
La opción más sensata sería hacerlo por carretera o por ferrocarril, pero es una opción que presenta varias limitaciones: de entrada, el tejido ferroviario ucraniano está seriamente tocado y no solamente en el este. Lo que queda se utiliza exclusivamente para el desplazamiento de provisiones, munición y hombres a los distintos frentes. No hay mucho margen para grandes movimientos de alimento. Por su parte, las carreteras están destruidas, minadas y pueden ser objetivo de la artillería o los misiles rusos. Tampoco son seguras. Y en las fronteras, no hay oficiales de aduana suficientes para controlar tanto ajetreo.
Aparte, esto solucionaría a corto plazo la situación en la Unión Europea, pero no en el resto del mundo. La amenaza de la hambruna seguiría ahí como seguiría el desplome de la economía ucraniana, que depende tantísimo de estas exportaciones. El FMI pronosticó en marzo una caída del 35% en el PIB de 2022, pero no hay manera de saber cómo ha afectado a esta previsión el hecho de que la guerra se esté alargando, obligando a Ucrania a destinar más y más recursos a protegerse, perdiendo el control de al menos la central nuclear de Zaporiyia y de buena parte de las acerías y siderurgias del este del país. Mucho va a tener que pelear Occidente por mantener a flote a su aliado. El próximo invierno promete ser muy duro para todos.