Rusia siempre ha sido un vecino incómodo para Finlandia. De ahí que el país nórdico haya tomado la decisión de solicitar su entrada en la OTAN tras la decisión de Putin de invadir Ucrania. ¿Qué otra cosa se podría haber hecho ante una nación que no respeta la integridad territorial de otros países?, se preguntaba la embajadora de Finlandia en España, Sari Rautio, en una entrevista con EL ESPAÑOL. Y es que hace ocho décadas, el país más extenso del mundo consiguió apoderarse de una parte del territorio finlandés a través de una agresión que recuerda a la efectuada en Crimea en 2014.
Se trata de la región de Karelia, una estrecha franja de tierra que separa el lago ruso de Ladoga del golfo de Finlandia y cuya soberanía ha generado tensión entre ambos países desde tiempos del Imperio zarista.
Tras ser arrebatada a Suecia durante las guerras napoleónicas, Finlandia se convirtió en un Gran Ducado autónomo que, a pesar de estar bajo el dominio del zar, contaba con su propio sistema administrativo, su propio Parlamento y su ejército.
A finales del siglo XIX el régimen intentó rusificar el territorio, sin éxito gracias a la rebelión de los finlandeses; que boicotearon las instituciones y enviaron una carta de oposición firmada por gran parte de la población. “Para Rusia esta resistencia pacífica fue más difícil de afrontar que las revueltas violentas, que podían ser aplastadas”, explica el historiador británico Geoffrey Hosking en Una muy breve historia de Rusia (Alianza).
Este episodio permitió a Finlandia conservar una identidad propia y reivindicarla tras el estallido de la Revolución Rusa. Así, en 1917, los bolcheviques, recién llegados al poder, reconocieron la independencia de Finlandia. Sin embargo, algunas décadas después, el país nórdico volvió a ver peligrar su autonomía.
Fue a los pocos meses de estallar la Segunda Guerra Mundial, cuando una Unión Soviética, paranoica, comenzó a ver con recelo las buenas relaciones que mantenían Finlandia y Alemania. Sobre todo porque la proximidad de las fronteras finlandesas con Leningrado, la segunda ciudad rusa más importante, se convertían en un problema para Stalin.
Según explica Hosking, el dictador soviético no temía un ataque finlandés, pero sí creía que una posible cooperación militar entre Helsinki y Berlín permitiría a Hitler hacer rodar sus tanques hacia el este. ¿La solución? Mover las fronteras.
Stalin primero trató de negociar con Finlandia -con quien mantenía un pacto de no agresión desde 1932- para que le permitiera controlar el istmo de Karelia y defenderse de una posible invasión alemana. Sin embargo, el país nórdico no estaba dispuesto a ceder ni un solo centímetro de su territorio. Mucho menos una banda de tierra de 45 a 110 kilómetros de longitud "que tiene una posición geográfica estratégica por su acceso al mar blanco y a lagos de importante extensión", según señala María José Pérez, profesora de Relaciones Internacionales y especialista en Política Exterior de Rusia de la UCM.
La URSS no aceptó un no por respuesta y en noviembre de 1939 el Ejército Rojo atacó a Finlandia, dando comienzo a lo que se conoce como la Guerra de Invierno. La contienda estuvo marcada por la desproporción de fuerzas entre el coloso comunista y Finlandia. También por las temperaturas extremas (de entre -30ºC y -40ºC), que permitieron a los finlandeses, acostumbrados al clima, resisitir durante meses e incluso infligir un considerable número de bajas en las filas soviéticas.
Finalmente, el sistema defensivo de Finlandia colapsó y el país se vio obligado a firmar en 1940 un doloroso tratado de paz donde cedía algunas islas y la región de Karelia a cambio de mantener la independencia.
Con la pérdida de ese territorio (un 11% de la superficie total), Finlandia tuvo que reubicar a cerca de 400.000 habitantes finlandeses. Y aunque intentó recuperarlo en otra guerra, la llamada Guerra de Continuación que duró desde 1941 hasta 1944, no hubo suerte.
El débil reclamo de Finlandia
Las relaciones entre ambas potencias se mantuvieron tensas durante toda la segunda mitad del siglo XX. Hasta que cayó la Unión Soviética en 1991. En ese momento, una parte del pueblo finlandés comenzó a preguntarse sobre la conveniencia de reivindicar la soberanía de esos territorios anexionados por una potencia que, de facto, había dejado de existir.
El debate se instaló en el Parlamento del país y se crearon movimientos políticos como ProKarelia, creado ex profeso para reclamar la devolución de la provincia. Sin embargo, la propuesta no prosperó. "Nunca ha habido una reivindicación en firme de Finlandia para que se devuelva el territorio; tampoco una negociación", señala Pérez.
Sólo el 30% de los finlandeses estaban a favor de recuperar la región de Karelia en 2005
Quizá tenga algo que ver el hecho de que sólo un 30% de los finlandeses respaldan la recuperación de Karelia, según una encuesta realizada en 2005 por dos medios locales. Hay, además de la oposición de la opinión pública, otros motivos.
"Lo que más importaba en su día a Finlandia para reclamar Karelia era la población finlandesa, pero esta es hoy mayoritariamente rusa", explica la académica de la UCM. "No hay interés en aumentar la minoría rusa dentro del país, que probablemente no hable finés y no quiera integrarse", aclara Pérez.
Se le suma también otro argumento en contra: el coste de la anexión. El nivel de desarrollo de la región es inferior a la de Finlandia, que actualmente tiene un PIB per cápita muy superior al de Rusia. Es por eso que, concluye la experta, "incorporar la zona supondría un gasto demasiado alto para parte de Finlandia".
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