Que a Boris Johnson le gustan las fiestas no es ya ninguna novedad. Tampoco lo es su capacidad para capear temporales como el desatado con el Partygate, la polémica sobre las fiestas ilegales celebradas en Downing Street durante lo peor del confinamiento. Un escándalo que el primer ministro británico ya ha pagado, sí, pero sólo con una multa de 60 euros. De la sanción política todavía no hay rastro, a pesar de que las pruebas de las infracciones cometidas contra sus propias normas no dejan de acumularse.
Esta misma semana, el canal de noticias ITV difundía una serie de imágenes donde Johnson aparecía, copa en mano, en una fiesta en la sede del Gobierno en noviembre de 2020, cuando las restricciones anticovid prohibían socializar. Una celebración supuestamente ilegal que se suma a las 16 que han sido destapadas por diversos medios británicos y que la Scotland Yard ya ha investigado (imponiendo 126 multas a 83 personas)... y archivado.
Sin embargo, ni las pesquisas policiales, ni las peticiones de dimisión de sus compañeros, ni la avalancha de renuncias en el núcleo duro de su Gobierno que siguieron a las primeras revelaciones periodísticas han podido con él. Las mentiras tampoco le han pasado factura: dijo no saber nada de las fiestas ante el Parlamento, que poco después dio luz verde a la Comisión de Privilegios para investigar a Johnson por supuesto desacato, aunque todavía no se sabe nada de las conclusiones.
En enero Johnson pidió perdón a medias a sus colegas. "Debí haberme dado cuenta de que millones de personas serían incapaces de ver que, técnicamente, se estaban cumpliendo las recomendaciones", dijo. Poco después se disculpó ante la reina. Lleva aferrado al cargo desde entonces, lo que le convierte en el único primer ministro británico que incumple la ley y no renuncia.
Para forzar su salida del número 10 de Downing Street se necesitaría que 54 de los 360 diputados de su partido pierdan la confianza en él y envíen una carta al Comité 1922, un órgano del partido conservador. Así se podría convocar una moción de censura, como la que afrontaron Margaret Thatcher y Theresa May.
Más de 22 parlamentarios conservadores han pedido la dimisión de Boris Johnson
En enero de 2022, el 63 % de los británicos querían que Johnson dimitiese, según una encuesta de YouGov. Hoy por hoy, su índice de popularidad es del 29%, según la misma plataforma. Más preocupante es el número de los parlamentarios del Partido Conservador que han pedido públicamente (con mayor o menor firmeza) la dimisión de Johnson: más de 22, según recoge The Telegraph. Una cifra que podría ser mayor de puertas a dentro de un partido visiblemente molesto con el premier. La pregunta es: ¿qué ha pasado para que todo siga igual?
Ucrania como cortina de humo
La suerte es una carta que se puede jugar siempre. Sin embargo, todo apunta a que la guerra en Ucrania ha sido el salvavidas que Johnson necesitaba. A inicios de año, la salida del primer ministro británico parecía inminente, pero la decisión de Rusia de invadir a su vecino a finales de marzo eclipsó las consecuencias del Partygate.
Cuando el Kremlin todavía acumulaba fuerzas militares en las fronteras, Johnson centró su discurso en la ayuda defensiva que Reino Unido iba a enviar (y envió) a Ucrania. Cuando la contienda estalló, el premier se negó en repetidas ocasiones a responder sobre el escándalo de las fiestas alegando que ya había pedido perdón.
Algunos analistas internacionales señalaron entonces que la guerra le había brindado la oportunidad perfecta para mostrarse como líder internacional y huir del conflicto interno.
Una estrategia que se vio reforzada a inicios de marzo, cuando el líder conservador escocés, Douglas Ross, decidió retirar su carta de censura. "En medio de una crisis internacional no es el momento de discutir renuncias. Habrá un momento y un lugar para debatir el Partygate, pero deberíamos poner en pausa mientras hay una guerra”, justificó Ross ante la BBC.
Una nueva ola de indignación
A pesar de los esfuerzos por escurrir el bulto, la difusión de las imágenes en las que aparece Boris Johnson ha provocado una nueva oleada de indignación del Parlamento británico.
"Creo que el primer ministro ha engañado a la Cámara de los Comunes desde el palco. Eso es motivo de dimisión", escribía en Twitter el diputado conservador Roger Gale.
El Partido Laborista tampoco ha escatimado en críticas. Las más duras proceden del alcalde de Londres, Sadiq Khan, que en un comunicado ha exigido a la policía metropolitana explicaciones sobre la decisión anunciada hace unos días de dar carpetazo a la investigación sobre el Partygate.
Sin embargo, la fiesta no acaba aquí para Johnson. Se espera que esta misma semana salga a la luz el informe de Sue Gray, la segunda secretaria permanente en la Oficina del Gabinete, encargada de indagar sobre los excesos del actual primer ministro británico.
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