Uno de los camareros del Doska Bar trabajando

Uno de los camareros del Doska Bar trabajando María Senovilla Bakhmut

Europa

Las últimas botellas de champán de Bakhmut: "Son para brindar cuando ganemos la guerra"

Un bar de Maidan, regentado por un barman que habla español, custodia las últimas cajas que el Ejército ucraniano sacó de la ciudad más disputada del Donbás antes de que llegaran los rusos.

6 noviembre, 2023 02:39
Kiev

Antes de que las tropas de Moscú –y los mercenarios de Wagner– tomaran Bakhmut, los soldados ucranianos rescataron la última partida del champán más prestigioso que se fabricaba en Ucrania: el de las bodegas Artémivsk. Hoy, varias cajas de la última cosecha que darán esas tierras –totalmente arrasadas por las bombas– se venden en un bar de Maidan para recaudar fondos para el ejército de Zelenski. "Es el champán para brindar cuando ganemos la guerra", explica el dueño del local, Max, en un perfecto español.

La Bodega Artémivsk se fundó en 1951, en los túneles de las antiguas minas de sal que se extendían entre Bakhmut y Soledar. Era una planta imponente, al estilo soviético, donde se producían vinos espumosos y champán a una profundidad de más de 70 metros.

No sabemos si esos históricos túneles siguen en pie o si han sucumbido bajo los cañonazos que continúan sacudiendo la ciudad más disputada del Donbás. Pero tal vez esas cajas de champán que lograron sacar los soldados sean lo único que quede del antiguo esplendor de Bakhmut –conocida por sus balnearios, sus jardines de rosas y sus vinos espumosos–.

Max Kyrychenko posa en el entrada de su bar de Maidan, donde custodia el champán de Bajmut

Max Kyrychenko posa en el entrada de su bar de Maidan, donde custodia el champán de Bajmut María Senovilla Bakhmut

Una parte de estas burbujas están destinadas a recaudar fondos para comprar drones a los combatientes que intentan retomar Bakhmut de nuevo. "Desde que reabrí el bar, el verano pasado, no he dejado de recaudar fondos para el ejército. Es lo que toca ahora, ayudar de la forma en la que cada uno pueda", continúa Max Kyrychenko.

Él aprendió español en Cantabria, y también el oficio de barman. "Yo era un niño de Chernóbil, y después de la catástrofe nuclear muchos países brindaron la posibilidad a los niños como yo de pasar los veranos en hogares alejados de la radioactividad", explica. España también formó parte de ese programa, llamado "Un hijo más", y Max terminó viviendo en la pequeña localidad de Cabrojo (Cabezón de la Sal) durante todos los veranos de su infancia hasta que cumplió los 18.

[La disidente rusa que ataca Moscú con drones: 'Lucharé por Ucrania hasta la muerte si hace falta']

"Mi familia española fue la primera que me escribió cuando comenzó la invasión de Ucrania", recuerda. Amparo y Jesús, y sus hijas Patri y Eva se preocuparon por él más que la parte de su propia familia que vivía en Rusia. "Tengo allí tías y tíos, y aún no han preguntado cómo estoy", admite.

Esta familia cántabra regentaba una posada y un bar, y el pequeño Max de entonces terminó enamorado de ese ambiente. "Yo les ayudaba cada verano, y al final tuve claro que también quería dedicarme a esto", relata. Aunque estudió hostelería en Ucrania, asegura orgulloso que "el oficio lo aprendí con mi familia española".

Max Kyrychenko saluda saluda a uno de sus clientes durante la entrevista

Max Kyrychenko saluda saluda a uno de sus clientes durante la entrevista María Senovilla Bakhmut

Poner tu vida en pausa

El sueño de Max se hizo realidad en mayo de 2018, cuando el Doska Bar abrió sus puertas en el bullicioso barrio de Maidan –donde tuvieron lugar las protestas que terminaron de prender la llama de la confrontación entre europeístas y prorrusos–. Kyrychenko quiso hacer un guiño a España, instalando un futbolín en su bar. "A los ucranianos les encanta, ahora ya puedes encontrar futbolines en más locales, pero el mío fue el primero".

El negocio iba bien hasta que Putin decidió invadir Ucrania y prometió, además, tomar Kiev en tres días. "Fue un shock, si vosotros os quedasteis en shock en España, imagina cómo nos quedamos aquí", recuerda. "Los tres primeros días estuvimos metidos en casa, mirando la guerra por televisión y sin saber qué podíamos hacer. Ni siquiera pensé en el bar", dice.

[De abogada a comandante: 'Bruja' lidera a 40 hombres en la contraofensiva en el sur de Bakhmut]

Después, como millones de ucranianos, decidió llevar a su novia a la frontera para ponerla a salvo en otro país, y empezó a ayudar a la Defensa Territorial. "Durante el cerco de Kiev no funcionaba nada en la ciudad, ni tampoco se podía vender alcohol, así que decidí ayudar a los defensores: yo tenía un dron, y fui a una posición cercana a mi casa y se lo ofrecí. Ellos me dijeron 'genial, nos viene genial, pero no sabemos pilotarlo'... y al final me quedé allí tres meses con el dron y con los soldados".

Cuando los rusos se retiraron de Kiev y de Cherniguiv –al comprobar que lo de tomar la capital en tres días no iba a ser posible–, la vida empezó a asomar tímidamente. "Me llamaron mis camareros –continúa Max– y me dijeron que los establecimientos estaban volviendo a abrir y que necesitaban trabajar".

Interior del Doska Bar de Maidan, uno de los bares que han reabierto en Kiev en plena guerra

Interior del Doska Bar de Maidan, uno de los bares que han reabierto en Kiev en plena guerra María Senovilla Bakhmut

Resistencia pasiva

Aunque la noche ucraniana hoy está increíblemente viva, reabrir los bares en plena guerra fue muy complicado: "Al principio apenas había clientes –reconoce Max–, y el toque de queda era muy temprano... pero a partir de agosto la gente volvió a salir, a frecuentar los bares, a vivir".

"Incluso los soldados, cuando tienen días de permiso y vuelven a Kiev, también necesitan desconectar y poder ir a un lugar a tomar una cerveza, o hablar con sus amigos", explica el barman cuando le pregunto qué opinan los militares de que la vida nocturna haya vuelto a las ciudades alejadas del frente de combate, mientras ellos mueren cada día en el campo de batalla.

"Algunos te dicen que precisamente están peleando en el frente para que sus familias puedan seguir viviendo con normalidad; hay otros a los que no les parece bien, también hay que entenderlos", añade.

Lo cierto es que ahora en casi todas las celebraciones –desde fiestas a conciertos– se recaudan fondos para los militares ucranianos. Con la venta del champán de Bakhmut –la partida que custodia Max fue envasada justo una semana antes de que empezara la invasión rusa–, el Doska Bar se suma a estas iniciativas.

Una calle de Maidan frecuentada por jóvenes que disfrutan de la noche de Kiev hasta que el toque de queda se lo permite

Una calle de Maidan frecuentada por jóvenes que disfrutan de la noche de Kiev hasta que el toque de queda se lo permite María Senovilla Bakhmut

"Tenemos previsto organizar una velada especial en la que vengan los militares y sean ellos los que preparen los cócteles y, además, cuenten su historia a los clientes. Lo que han vivido en Bakhmut y en otros lugares", adelanta el barman, que casi todos los viernes organiza algún evento para recaudar fondos. "Mi bar no es grande, pero ayudo con lo que puedo", asegura.

El bar de Max es un viejo conocido en Maidan, pero es sorprendente la cantidad de nuevos locales que han abierto durante los últimos meses. "Es lógico –nos aclara el barman–, piensa que ahora los hombres no pueden salir del país, y los que no están sirviendo en las Fuerzas Armadas están en las ciudades, y salen".

Las dos caras de la guerra

Cuando dan las ocho de la tarde, recorrer la avenida principal de Maidan supone ir sorteando a los cientos de jóvenes que se arremolinan en las terrazas, o hacen corrillo en torno a los espectáculos de danza callejera. Apuran hasta las once de la noche, cuando todos los locales echan el cierre.

El toque de queda en Kiev es a medianoche. En lugares como Kramatorsk –donde ni siquiera hay alumbrado en la calle cuando cae la noche, para que los rusos lo tengan un poco más difícil a la hora de hacer puntería con sus misiles– está prohibido estar en la calle después de las nueve.

[Ucranianos que vuelven a Borodyanka, Bucha e Irpin, la ruta del horror: "Sólo sé que quiero vivir aquí"]

Sorprende comparar las ciudades de Donetsk con lugares como Kiev, Dnipro o Leopólis, donde, además de tener ocio nocturno, las escuelas y universidades han vuelto a dar clases presenciales y todos los servicios funcionan con relativa normalidad –salvo cuando suenan las sirenas antiaéreas, porque Rusia ha lanzado una nueva oleadas de drones suicidas o misiles de largo alcance–.

Son las dos caras de la guerra: ese 25% de Ucrania por donde se extienden los frentes de combate y se desangran generaciones enteras de hombres, y la otra parte del país, donde las calles están iluminadas y llenas de jóvenes con ganas de comerse el mundo de día y de noche.