'Gloria a los héroes' de Ucrania: empotrado con los agotados soldados que siguen resistiendo a Rusia
Entablamos una conversación surrealista sobre las elecciones francesas y el atentado fallido contra Trump. Y entonces… ¡zafarrancho de combate!
28 julio, 2024 03:15Estamos a diez metros bajo tierra, en el sótano de la ópera de Járkov, en la zona este de Ucrania. Es un buen refugio de la época soviética que está diseñado para resistir un ataque nuclear. Aquí se resguardan los habitantes de la segunda ciudad más importante del país cuando los bombardeos no dan tregua o cuando un escritor francés viene, como hoy, a cumplir su promesa y presentarles a sus protagonistas la película que ha dedicado a la resistencia ucraniana.
Civiles y combatientes... Amputados con sus muletas y miembros de los legendarios comandos Kraken capitaneados por una joven inglesa salida de una novela de Graham Greene... Viudas de soldados muertos y madres de niños deportados... Un cura... Un rabino... La película se titula, en ucraniano, 'Gloria a los héroes'. Y, así, estos héroes se han acercado a ver la celebración de su valentía en una pantalla improvisada.
Estamos en la víspera del 14 de julio. Podría decirse que este es un lugar extraño para celebrar la fiesta nacional francesa. Sí y no. Porque Francia, según explica Ihor Terejov, el alcalde que organiza el acto, junto con Maria Mezentseva, una joven diputada del partido de Zelenski, "es la capital de la libertad".
Pero Járkov, añadimos nosotros, junto con Gilles Hertzog y Marc Roussel, en nuestra presentación, "es la primera línea en la misma batalla por la libertad contra la tiranía actual frente al imperialismo ruso".
Francia, y por ende Ucrania. La frase de Malraux ("Francia nunca es tan grande como cuando lo es para todos los hombres"), que me ronda desde mis primeros reportajes hace ya cincuenta años, encaja a la perfección ahora. Esta es mi manera de ser patriota. Es mi manera, en mitad de este cruel verano de olas de calor, de honrar a mi país.
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Mi presencia en Járkov no se anunció hasta el último momento, pero cuando terminó la proyección, la información ya circulaba por las redes. Hay grupos de "vengadores rusos" que se disputan el honor (y la prima) que se le ha prometido a quien consiga que me arrepienta de haber venido.
Tenemos que encontrar un lugar para pasar la noche donde a nadie se le ocurra buscarnos. Hemos de hacer caso omiso a las camas sin sábanas, a las puertas con pestillo que se tambalean, a los cortes de electricidad que se suceden varias veces al día, durante varias horas seguidas, sin posibilidad de que un generador nos permita encender el ventilador.
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Nos reunimos en la última estación de servicio antes de la frontera rusa, donde nos esperan Igor, cuatro soldados de élite de la Jartia y, por supuesto, Zhadan, equipado con un chaleco antibalas con la inscripción "Radio Rocks".
Conducimos diez kilómetros hacia el norte por pistas de tierra que atraviesan el páramo. Pasamos por pueblos que las bombas planeadoras rusas han reducido a escombros.
Llegamos a Lyptsi, epicentro de los combates, donde aparcamos los coches entre la maleza antes de proseguir el camino a pie, sin perder velocidad, hasta llegar a una granja en la que solo queda la entrada a una escalera que se hunde en el sótano.
Allí, en el búnker, encontramos a otros cinco hombres, sentados en catres, con los ojos quemados del insomnio, con los que entablamos una conversación surrealista sobre las elecciones francesas y el atentado fallido contra Trump. Y entonces... ¡zafarrancho de combate!
Igor dice: "¡Adelante!". Los hombres, que se habían puesto de pie, acompañados del estrépito de culatas y cartuchos, suben corriendo por las escaleras. Corremos durante un kilómetro por campo abierto, chocamos con escombros mezclados con mazacotes de barro reseco del calor.
Dos veces, al resguardo de un muro que aún seguía en pie, parecido a un calvario, nos paramos para tomar aliento. Y entonces, todavía corriendo, a punto de quedarnos sin aire, llegamos hasta un cañón 155 camuflado en un soto.
No puedo dar la ubicación exacta, pero imagínense una pared de pantallas frente a hombres que parecen a la vez soldados (uniformes sucios, tatuajes descoloridos) y frikis tecnológicos (con cuadernos escolares anticuados en los que anotan signos misteriosos).
Dice Igor: "Ahora os explicaré lo que acaba de pasar. Aquí tienen a Boris quien, cuando hablábamos de Trump y de las elecciones francesas, me dijo por el pinganillo: 'El cielo está sucio'. Aquí está Serguéi, quien, cuando no vio más drones sospechosos en la zona, corrigió 'el cielo está limpio' y nos dio luz verde.
"Ahí, en esa otra pantalla, se ven nuestros drones que, mientras corríamos, seguían al objetivo [una unidad rusa que pretendía atacar], al que disparé y que, al segundo disparo, logramos abatir por completo. Y aquí de nuevo, ¿veis estos puntos azules?".
"Esa es nuestra brigada. Hipermodernidad. Hiperaprovechamiento de hombres que son el tesoro de Ucrania y a los que solo contratamos si podemos protegerlos. ¿Cómo esperar que Putin no odie esta ciudad brillante, inteligente y puntera en todas las tecnologías? Y luego, mirad esto...". Señala otra pantalla. Se distinguen sombras, que entiendo que son infraestructuras militares rusas al otro lado de la frontera. "Desde hace unas semanas, nuestros aliados por fin nos permiten atacar territorio enemigo, hasta la cocina, ¡y de acuerdo con la 'carta' establecida por la OTAN!".
Se echa a reír. "Así es. Nuestra unidad se llama Jartia [Khartia] porque respetamos escrupulosamente la 'carta'. Todo está ahí…".
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En el sureste, Kupiansk es otro de los puntos calientes del frente por donde los rusos intentan abrirse paso.
Descubrimos la ciudad hace casi dos años, cuando los ucranianos la recuperaron y allí se respiraba el ambiente de una Nápoles liberada.
Hoy la ciudad está vacía. Las calles a las que entonces empezaban a volver las babushkas, anunciando en la puerta de las casas destruidas el regreso del "auténtico borsch ucraniano", se han convertido de nuevo en lugares fantasma, en blanco de los bombardeos.
Y esta tarde, en un último esfuerzo por aflojar el asedio, las fuerzas ucranianas apostadas a la entrada de los barrios occidentales se han batido en duelo de artillería con las fuerzas rusas que disparaban desde el valle, cinco kilómetros más abajo.
"Ya veis", dice el general Artem Bogomolov, comandante de las defensas de la región, "por qué tenemos una necesidad tan imperiosa de armas de largo alcance. Escuchad... Contad... Sabéis distinguir perfectamente entre misiles que llegan y misiles que salen... Pues bien, mientras hablamos, hay una media de ocho entrantes y un saliente... Ocho misiles cayendo sobre nosotros por cada misil que sale de aquí...".
Estamos en el punto más alto, un promontorio gigantesco que domina la vista tanto de Kupiansk como de la posición enemiga. Y, a medida que va cayendo el sol, vemos, en efecto, las largas estelas de los obuses que surcaban el cielo que teníamos encima.
Pienso que la última vez que vi a Bogomolov fue en Bajmut, la ciudad mártir, completamente destruida, en la que sus tropas resistieron durante un año entero. De repente, noto en su redondo y jovial rostro de centurión una extraña mirada febril, casi horrorizada, que entonces no tenía.
Y me asalta una premonición: ¿y si la bonita Kupiansk fuera la próxima Bakhmut? ¿Y si los bárbaros que tenemos delante hubieran decidido ya reducirla también a un montón de ruinas y cenizas?
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Denys Prokopenko, jefe de la Brigada Azov, no es hombre de muchas palabras. Nos reunimos con él en un campamento secreto en el bosque, donde nos han conducido en un blindado de última generación, fabricado en Ucrania, equipado con un detector de drones que nos ha hecho parar tres veces.
Tiene los mismos pómulos rubicundos, la misma sonrisa deslumbrante y los mismos ojos azules de ave rapaz que me impresionaron en Mariúpol en 2020, cuando nos conocimos.
El general Syrsky también es parco en palabras. Un héroe discreto de la batalla de Kiev, luego liberador de Járkov y ahora comandante en jefe de las fuerzas armadas ucranianas, tras sustituir a Valeri Zaloujni, degradado por haber hablado más de la cuenta en los medios de comunicación; rehúye a los periodistas y pasa todo su tiempo sobre el terreno, entre sus soldados.
Estamos en una de sus bases, más al norte, perdidos en el bosque, donde nos han conducido con gran secretismo por pistas que parecen todas iguales y en las que nuestros 4x4 se han encallado y perdido varias veces.
Es un campamento de tiendas escondidas entre los árboles y guarnecidas con jergones de paja adornados con estampas de colores chillones. Aquí hay mil hombres. Se percibe que están ocupados, pero febriles. Ansiosos por entrar en combate, pero agotados. Se ponen firmes cuando él aparece.
A veces gritan "Slava Ukraini" a su paso, a lo que él responde con un sobrio "Heroyam Slava". Pero veo en sus ojos un cansancio nuevo que no había notado en ninguno de mis viajes anteriores.
"Todo el mundo está agotado", dice el general, como si me leyera el pensamiento. Se detiene. Me mira fijamente. "Nos enfrentamos a terroristas que utilizan la táctica de la apisonadora para enviar oleadas de carne humana al matadero".
"¿Puede transmitir un mensaje?". Duda. Me lleva aparte, con su amigo Serge Osipenko haciendo de traductor. Hemos llegado a un amplio calvero que parece un huerto arrasado, ahí el bochorno vuelve a ser agobiante.
"Estamos agradecidos con el presidente Macron. Apreciamos la firmeza de su apoyo y su voluntad de enviarnos instructores. Pero necesitamos más para responder a esta barbarie y, al responder a ella, permitir que Europa le haga frente. Aviones. Lanzamisiles. Sus cañones César, en particular, de los mejores del mundo, pero de los que tenemos muy pocos".
¿Francia al rescate de Ucrania? ¿Está Europa tomando el relevo de unos Estados Unidos que los ucranianos saben que mañana pueden levantarse con la cara de Donald Trump? Quizás ese sea el mensaje. Este hombre es un estratega que, si dispone de los recursos adecuados, será el Foch de Ucrania y, lo repito una vez más, de Europa.
Nos vamos a Odesa, donde queremos ver la catedral de la Transfiguración, que fue bombardeada el año pasado y aún no ha sido reconstruida. Él, como un lobo al acecho esperando el momento de abalanzarse sobre su presa, desaparece entre la maleza, bajo un cielo de nubes que de repente se tornan amenazadoras, en el corazón de su reino de valientes que llevan en sus manos un poco de nuestro destino.
Tiene un plan. Puede ganar. Solo necesita que sus hermanas y hermanos de Europa le den los medios para ponerlo en marcha. ¿Serán lo bastante inteligentes? ¿Lo bastante valientes? Dios proveerá.