Un bombero cansado se sienta cerca de la clínica infantil Okhmatdit, atacada en julio.

Un bombero cansado se sienta cerca de la clínica infantil Okhmatdit, atacada en julio. Aleksandr Gusev Europa Press

Europa

Rusia ha bombardeado o asaltado más de 750 clínicas y hospitales ucranianos en casi tres años de guerra

Kiev (Ucrania)
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Desde que comenzó la guerra, el 24 de febrero del 2022, han sido más de 1.500 las facilidades médicas ucranianas afectadas directa y gravemente por la ofensiva rusa. Son datos recopilados por un grupo de organizaciones no gubernamentales entre las cuales se encuentra Physicians for Human Rights; un centro volcado con la defensa de los Derechos Humanos a través de la medicina y la ciencia poseedor de un Nobel de la Paz.

Del millar y medio de incidencias documentadas, más de la mitad –774– han consistido en bombardeos o asaltos directos a hospitales y clínicas. Como, por ejemplo, el que recogen los fotoperiodistas Mstyslav Chernov y Evgeniy Maloletka en el documental 20 días en Mariúpol o el que sufrió el hospital infantil Okhmatdyt, de Kiev, el pasado mes de julio. El resto entra dentro de la categoría de problemas logísticos derivados de ataques aéreos y similares. Como el que afectó a los hospitales de la ciudad de Horishni Plavni, en el centro de Ucrania, a mediados de noviembre del 2022 después de que varios cazas rusos provocaran cortes de luz prolongados en la zona.

El mismo grupo de organizaciones –compuesto también por eyeWitness, Insecurity Insight, Media Initiative for Human Rights y el Ukrainian Healthcare Center– también ha documentado la muerte de 234 trabajadores médicos desde febrero del 2022. “Hay una base razonable para creer que los ataques al sistema de atención sanitaria de Ucrania constituyen crímenes de guerra y comprenden una línea de conducta que potencialmente podría constituir también crímenes contra la humanidad”, aseguran.

La (falta de) burocracia no ayuda

Los ataques rusos han contribuido a tensionar un sistema sanitario que, no obstante, tiene varios frentes abiertos más allá de los misiles o drones y que lidia como buenamente puede con las consecuencias de una guerra que va camino de cumplir su tercer aniversario.

Según explica en una conversación con EL ESPAÑOL Pavlo Kovtoniuk, ex viceministro de Sanidad ucraniano y una de las personas al frente del Ukrainian Healthcare Center, el principal problema es estructural.

Hasta el comienzo de la guerra, en el 2014, Ucrania contaba con varios sistemas sanitarios que funcionaban en paralelo: había uno destinado a la población civil, otro para los funcionarios, otro centrado en los militares y varios más”, cuenta durante un encuentro organizado por los think tanks Eastern Circles y Ukrainian Prism en un céntrico barrio de Kiev. “Sin embargo, cuando la guerra comenzó caímos en la cuenta de que el sistema no funcionaba, principalmente por la falta de experiencia del sistema sanitario militar a la hora de tratar heridas de guerra”.

La solución, según explica Kovtoniuk, consistió en trasladar a los heridos en combate a los hospitales civiles más próximos ya que éstos, además, estaban mejor equipados. Con lo cual, los hospitales civiles se convirtieron en hospitales generales donde comenzaron a ser tratados indistintamente militares y no militares. El problema, añade Kovtoniuk, es que la fusión de ambos sistemas en la práctica no vino seguida de una puesta al día burocrática.

Lo cual ha generado unos desajustes importantes en un entramado sanitario que sigue recibiendo recursos, muchos de ellos gracias a la ayuda internacional, pero que ya no sabe muy bien dónde va a parar cada cosa o qué necesita cada quién. Algo que complica sobremanera la planificación eficiente a la hora de repartir el presupuesto del que dispone el Ministerio de Sanidad para sostener su red hospitalaria.

Los veteranos de guerra: un horizonte preocupante

Otra de las cuestiones que preocupa a las autoridades sanitarias ucranianas es la de los veteranos de guerra. A pesar de que muchos todavía siguen en activo, hay dos variables que Ucrania necesita atender pronto: la salud mental y la rehabilitación física.

Hemos cambiado la manera de comunicar la problemática de la salud mental para que la gente supere el estigma asociado a la misma y se anime a contactar con los especialistas”, afirmaba Viktor Liashko, ministro de Sanidad de Ucrania, en una entrevista concedida recientemente al portal Euronews. “Nuestra principal labor es prevenir que los problemas emocionales escalen hasta convertirse en desórdenes psiquiátricos”. Entre otras cosas, añadió, porque el sistema sanitario ucraniano “no está equipado para atender ese tipo de desórdenes a gran escala”.

Kovtoniuk coincide al indicar que el bienestar psicológico de la población, y en particular el de quienes luchan en el frente, es uno de los “puntos débiles” del país. El problema, en su opinión, tiene su origen en lo que él llama “el legado soviético”. “Hasta 1991 la salud mental estaba asociada no solo al sistema sanitario sino también al KGB y a una serie de prácticas que generaban miedo: institucionalización, aislamiento, sedación, etcétera”, cuenta. El estigma del que hablaba Liashko, vaya.

Dicho escenario –continúa explicando el ex viceministro de Sanidad– hizo que Ucrania no empezara a montar una red de cuidados destinados a la salud mental inspirada en Occidente hasta poco después del 2010. El problema es que la rebelión de las provincias orientales y la toma de Crimea por parte de Rusia no tardó en llegar. Es decir: comenzó la guerra. Y, con ella, todos los problemas asociados que afectan también a una población civil que pasa los días acosada por las alarmas antiaéreas mientras espera recibir noticias de los seres queridos que han marchado al frente. “Hablamos de ansiedad, estrés, falta de sueño crónica…”, enumera Kovtoniuk.

Sus declaraciones coinciden con las de Yevhen Poyarkov, director de la red ucraniana de enfermedades del sueño. En una entrevista concedida al diario Kyiv Independent, Poyarkov afirmó que en los últimos tres años ha certificado “una caída generalizada de la salud física por falta de sueño” debido a la cantidad de alarmas antiaéreas que se activan por la noche; el horario preferido por Rusia a la hora de lanzar sus misiles y sus drones. Cuando toca explicar los problemas que más se encuentra en el día a día, Poyarkov enumera los siguientes: fatiga, ansiedad, más dificultad para concentrarse, pérdida de atención y también de memoria.

Ahora tenemos que organizar el tratamiento de la salud mental desde cero”, cuenta Kovtoniuk. “Y ese no es un problema hospitalario, o no solo hospitalario, sino de terapia”. Y de una terapia prolongada en el tiempo.

Luego está el asunto de la rehabilitación física, donde se han logrado avances sustanciales en los últimos tiempos –gracias a una serie de iniciativas privadas– pero en donde todavía queda bastante por hacer. “Se ha mejorado mucho en lo que a la primera fase de la rehabilitación se refiere”, explica Kovtoniuk. “Lo que nos preocupa es la última, cuando los veteranos, que en su mayoría viven en pueblos o pequeñas localidades, regresan a casa y se encuentran solos, sin un centro cerca que pueda acompañarlos durante el resto de la recuperación”.

Ese parece ser uno de los asuntos que más está persiguiendo el Ukrainian Healthcare Center. Kovtoniuk explica que ya han puesto a trabajar al Ministerio de Sanidad y al Ministerio de Defensa mano a mano para que busquen la manera de aprobar medidas que faciliten la vida de quienes han sufrido secuelas físicas combatiendo a Rusia.

La ayuda internacional

Aunque cada vez son más los ucranianos que muestran públicamente su hartazgo con Occidente por una implicación armamentística más precaria de lo esperado, en el campo de la Sanidad la percepción es distinta.

Nuestros socios europeos nos están ayudando muchísimo”, asegura Kovtoniuk. Y cita la cantidad de civiles ucranianos que a lo largo de estos tres años han sido acogidos en hospitales de Polonia, Alemania, Italia o España, entre otros. Una acogida que ha permitido hacer hueco para los militares heridos y reducir los costes del Estado asociados, por ejemplo, a los cuidados que requieren todos aquellos enfermos de cáncer que ahora están siendo tratados en la Unión Europea.

Otra aportación nada desdeñable sería el entrenamiento ofrecido por equipos médicos de todo el continente en sus respectivas especialidades. Una experiencia, dice Kovtoniuk, “francamente valiosa” para la nueva generación de médicos ucranianos. Miles de jóvenes que, en lugar de emigrar, han decidido quedarse y aportar su granito de arena en retaguardia calzándose una bata.