Ultraortodoxos protestan contra la decisión del Supremo israelí de prohibir su exención del servicio militar.

Ultraortodoxos protestan contra la decisión del Supremo israelí de prohibir su exención del servicio militar. Reuters

Oriente Próximo

El Gobierno de Netanyahu, en riesgo de colapso por el fin de la exención militar para ultraortodoxos

La decisión del Supremo israleí puede provocar un terremoto entre los aliados del actual primer ministro y afectar a la guerra en Gaza.

26 junio, 2024 02:42

El Tribunal Supremo israelí determinó este martes por decisión unánime de sus nueve miembros que no podía haber exención de obligaciones militares a los ultraortodoxos que apelen a motivos religiosos. Es la cuarta vez que el máximo tribunal se expresa en este sentido después de las sentencias de 1998, 2012 y 2017.

En el razonamiento, se invita al gobierno a redactar de una vez una ley que aclare definitivamente la cuestión, algo que los distintos gobiernos han ido dejando pasar sin buscar consenso alguno. En ausencia de esa ley, la discriminación de facto es intolerable. Más, según el Tribunal, en tiempos de guerra.

En otras palabras, mientras dicha ley no exista, el gobierno no puede seguir pidiendo al ejército que no llame a filas a ultraortodoxos. Si esa petición se siguiera dando, el ejército no tendría obligación alguna de obedecer.

La pelota queda así en el tejado de la Knéset, el parlamento israelí, donde el Likud presenta una mayoría precaria que exige los votos a favor de una amplia coalición de partidos, dos de los cuales ya incluyeron en el acuerdo de gobierno la exigencia de que sus simpatizantes no pudieran ser llamados a filas.

Ahora, Netanyahu tiene dos opciones y ambas son complicadas: acatar la decisión del Supremo, para lo que ni siquiera sería necesaria ley alguna, sino que, simplemente, bastaría con dejar hacer a ejército… o forzar una legislación que determine esa exención y la motive.

El problema aquí es que la mayoría gubernamental es tan ajustada que, aunque los ultraortodoxos, obviamente, apoyarían dicha ley, no está claro si otros partidos, más preocupados por la guerra y las necesidades del ejército, estarían dispuestos a votarla.

Ni siquiera está claro que una ley así fuera compatible con la Constitución, lo que, a su vez, tendría que determinar de nuevo el propio Tribunal Supremo. Eso le daría tiempo a Netanyahu, pero no solucionaría la cuestión de fondo. Eso sí, desde el poder, el tiempo se agradece y mucho. De hecho, parece que estos últimos meses de la carrera del veterano líder conservador no son sino un continuo huir hacia delante esperando un momento mejor que no acaba de llegar.

¿Qué ganan los ultraortodoxos?

En cualquier caso, es poco probable que una ley así pudiera estar lista y aprobada antes de que la Knéset entre en su período de receso vacacional. Eso provocará, en teoría, que los religiosos empiecen a ser llamados a filas de forma inmediata.

No se sabe qué consecuencias sociales puede tener esa decisión, pues la comunidad ultraortodoxa lleva años muy unida en esta causa y es probable que planteen algún tipo de desafío a las autoridades. “Israel fue creado para defender la Torah y nosotros somos sus estudiosos”, aducen como razón para abstraerse de sus obligaciones prácticas.

El primer ministro Benjamin Netanyahu en un acto en el cementerio Nachalat Yitzhak.

El primer ministro Benjamin Netanyahu en un acto en el cementerio Nachalat Yitzhak. Reuters

La coalición que incluye a Fuerza Judía, partido liderado por el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, y a Sionistas Religiosos, presidido por Bezalel Smotrich, ministro de Economía, consiguió en las pasadas elecciones hasta catorce diputados, doblando los resultados de la convocatoria anterior.

Aunque ambos líderes están más centrados en la lucha contra todo lo que suene a palestino y en hacer de alborotadores en Cisjordania, animando a los colonos hebreos a quedarse con territorios de los árabes y fomentando la creación de grupos paramilitares, no cabe duda de que las minorías más religiosas no verían con buenos ojos continuar en un gobierno que mande a sus hijos al frente.

El problema aquí para la ultraderecha sionista es la alternativa. Supongamos que Ben Gvir y Smotrich abandonan el gobierno y dejan a Netanyahu con minoría en el Parlamento. ¿Qué vendría después? Sin duda, una repetición de elecciones, en las que podría ganar el progresista Yair Lapid o el conservador moderado, Benny Gantz, exministro de Defensa, exjefe de las FDI y exmiembro del Gabinete de Guerra creado tras la masacre del 7 de octubre.

Ninguna de las dos opciones parece mejorar lo actual, por malo que le parezca a los extremistas. Incluso una nueva victoria de Netanyahu y una nueva coalición forzada dejaría las cosas como están. En ese sentido, tal vez los ultras prefieran quedarse con el poder que ya tienen y no arriesgarse a perderlo, aunque la señal que estarían mandando al Likud sería clara: estos son mis principios, pero, llegado el momento, puedo adaptarme a otros.

Período de reflexión en Gaza

En lo que se deciden, Israel entra en un período de reflexión en todos los ámbitos. Del interno ya hemos hablado, pero el que más preocupa a la comunidad internacional es el externo. Si los ultraortodoxos desaparecen de los puestos de poder, Netanyahu tendrá más margen para llegar a acuerdos. O eso quieren creer en Estados Unidos, porque Bibi ha demostrado siempre ser un político indescifrable.

De momento, Gallant está en Washington reuniéndose con Blinken y con Harris para ultimar los detalles del paso a la fase tres de la guerra: la de una menor intensidad que lleve al principio de la reconstrucción.

Ahora bien, esa fase tres ha sido repudiada y aceptada por Netanyahu en tan solo 24 horas sin que sepamos qué ha pasado en medio. Por esa regla de tres, es difícil aventurar qué va a suceder en las 24 horas siguientes. Tampoco sabemos si la retirada de tropas de Gaza va a provocar el renacimiento de Hamás, como está sucediendo en Gaza City o en Jan Yunis. Es un temor compartido por israelíes y estadounidenses y al que no es ajeno el propio ejército.

Tzachi Hanegbi, jefe del Consejo de Seguridad Nacional de Israel, se pronunció este martes en términos parecidos a los que había utilizado el portavoz de las FDI, el contraalmirante Daniel Hagari, la semana pasada: “Derrotar la idea de Hamás es imposible. Lo que hay que hacer es construir una idea alternativa que seduzca a los gazatíes para que no tengan que pasar sus vidas con el único objetivo de acabar con Israel”.

El conflicto con Hezbolá

Con el gobierno actual, esa alternativa es impensable. Los ultraortodoxos no solo exigen que se suspenda cualquier acuerdo con Hamás, sino que llevan tiempo pidiendo una intervención armada en el norte que proteja los asentamientos ilegales en Cisjordania y aleje a Hezbolá de la frontera.

La idea de una guerra total en el Líbano aterra a la comunidad internacional, pero la semana pasada dio la sensación de ser algo inevitable: el ejército ya había aprobado su plan de intervención y tanto Netanyahu como Gallant dejaron caer que la ofensiva era inminente.

Esos planes, con una posible crisis de gobierno acechando, deberían quedar en suspenso. Entrar en Gaza sin un plan para su reconstrucción fue un enorme error: ni se ha acabado con Hamás ni se ha rescatado a todos los rehenes, pues casi cien siguen en manos de los terroristas. Atacar a Hezbolá sin un objetivo determinado más allá del “vamos a darles una lección” tiene pinta de que puede acabar de la misma manera.

Si todos estos excesos y el alejamiento de su principal aliado, Estados Unidos, al que Netanyahu parece más preocupado de ofender que de escuchar, han sido responsabilidad de las presiones de la ultraderecha, lo sabremos pronto. Lo que tarde esa ultraderecha en abandonar el gobierno o lo que tarde Netanyahu en liberarse de su yugo, aunque sea momentáneamente.

De momento, es imposible adelantar nada, porque la política israelí se ha convertido en un enigma. Hay demasiada gente con demasiado poder diciendo demasiadas cosas contradictorias. Si eso cambiará o no con unas nuevas elecciones (las sextas desde 2019), tampoco lo tiene nadie demasiado claro.