Benjamin Netanyahu en su visita este jueves a soldados israelíes en Rafah.

Benjamin Netanyahu en su visita este jueves a soldados israelíes en Rafah. Reuters

Oriente Próximo

Netanyahu huele sangre: aplaza el alto el fuego por la debilidad de Hamás tras el posible asesinato de Deif

Los problemas de Hamás acercan a los terroristas al acuerdo de alto el fuego… pero alejan a su vez a Israel, cuyo gobierno ve una oportunidad de obtener más concesiones en la negociación.

19 julio, 2024 02:26

Va a cumplirse una semana del devastador ataque de las FDI sobre la residencia de Rafa'a Salameh, el líder militar de Hamás en Jan Yunis, y aún no está claro si Mohammed Deif está o no en la lista de víctimas. El detalle no es banal: Deif es el jefe del ala militar de Hamás en Gaza, puesto que comparte en la práctica desde el 7 de octubre con Yahya Sinwar. Ambos planearon la masacre en Israel y ambos han estado encargados de la cautividad de los rehenes y de esquivar el hostigamiento de las tropas israelíes.

La muerte de Deif dejaría a Hamás sin uno de sus máximos responsables. Una muerte que, unida a la ya confirmada de Salameh, dejaría a los hermanos Sinwar demasiado solos en lo alto de la cadena de mando. Sea como fuere, lo que las FDI saben con certeza es que Hamás está ahora mismo contra las cuerdas. Un alto mando del ejército israelí describió de la siguiente manera el comportamiento errático de las milicias terroristas en la última semana. “Parecen zombis”, afirmó al The Times of Jerusalem.

El ataque llegó además en un momento en el que ya se estaba rumoreando la voluntad de una parte importante de Hamás de llegar cuanto antes a un acuerdo para un alto el fuego. Una vez convencida la delegación de Doha, encabezada por Ismail Haniyeh, solo faltaba convencer a los terroristas de la Franja, cuya situación cada día era más desesperada.

La acción de las FDI sin duda ha empeorado las cosas para Hamás y será difícil que Sinwar pueda seguir justificando su postura contraria a ningún tipo de negociación.

El acuerdo que parecía inminente

El problema ahora está en el otro lado. Israel estuvo durante dos semanas a un paso de firmar el acuerdo de alto el fuego que ellos mismos habían puesto sobre la mesa y que tanto Estados Unidos como Egipto y Qatar habían reformulado para hacerlo aceptable a los ojos de los palestinos.

Se trataría del mismo plan de paz que presentó Biden ante la opinión pública en mayo y que siguió defendiendo la semana pasada en redes sociales. El plan con el que él mismo pretendía dar un golpe de autoridad sobre la mesa de cara a las elecciones estadounidenses de noviembre.

Estados Unidos estaba volcado en ese acuerdo, como lo estaban sus aliados árabes y como empezaba a estarlo Hamás: tres fases, empezando por el intercambio inmediato de un número importante de rehenes por presos palestinos en cárceles israelíes, siguiendo por el alto el fuego indefinido de las tropas israelíes y continuando por la negociación de una tregua duradera. 

Todo ello derivaría en la retirada de Israel de la Franja y el abandono del poder por parte de Hamás, sustituidos los terroristas por una figura de consenso avalada por la Autoridad Palestina y el mundo árabe.

Las FDI estaban a favor de ese plan, los negociadores obviamente lo estaban e incluso Yoav Gallant, ministro de Defensa y mano derecha de Netanyahu en todo este conflicto, llegó a declarar que el acuerdo era inminente y necesario.

Todos coincidían en la salida diplomática menos el propio primer ministro. En primer lugar, por convencimiento: él dio su palabra de que Israel lograría una “victoria total” y acabaría por siempre con Hamás, trayendo de vuelta a los rehenes. En segundo lugar, por necesidad política: sus socios ultraortodoxos de gobierno nunca aceptarían ningún acuerdo de ninguna clase, condenando al país a sus sextas elecciones en cinco años.

¿Qué puede obtener Israel ahora?

Así pues, aunque la debilidad de Hamás obliga a los palestinos a contemplar con mejores ojos cualquier alto el fuego, a Netanyahu le empuja a seguir con la vía militar para conseguir más contrapartidas. Así lo expresó el primer ministro ante la Knéset (el equivalente al Congreso en Israel) el pasado miércoles e insistió públicamente el jueves: cuanto más golpeada esté Hamás, cuanto más precisos sean los ataques israelíes, más posibilidades tendrá el Estado hebreo de conseguir sus objetivos.

¿Qué objetivos serían esos? En principio, Netanyahu no se ha movido nunca del maximalismo de la victoria absoluta y definitiva sobre Hamás. Ahora bien, teniendo en cuenta que las propias FDI a través de su portavoz y de su jefe de operaciones han repetido varias veces que eso no es posible, probablemente el Gobierno israelí acepte algo menos, siempre que se parezca mucho a una rendición.

Como mínimo, querrá reservarse el derecho a retomar las operaciones militares en cualquier momento, que era el principal punto de enfrentamiento durante las negociaciones.

Hamás quería una garantía por parte de Estados Unidos de que la tregua sería duradera y no una simple estratagema para liberar a los rehenes antes de continuar la guerra en la Franja.

Por su parte, Israel no estaba dispuesto a ofrecer garantía alguna a ese respecto y ahora será aún más difícil convencer a Netanyahu. Hamás está grogui y en Tel Aviv lo saben. Cómo será la cosa que ni siquiera ha salido Hezbolá a amenazar con ataques ni guerras totales en el frente norte. Irán permanece también en absoluto silencio.

Preparando la transición

Hamás lleva semanas preparándose para alguna clase de derrota. Sus reuniones con Nasrallah, el líder de Hezbolá, y las cesiones desde Doha, así lo apuntaban. Se llegó a anunciar que estarían dispuestos a ceder el gobierno de la Franja si eso servía para una estabilidad permanente.

Saben que el tiempo se agota y que Israel sigue sin ceder. Hubo un momento en el que Sinwar vio en ello una victoria, pues los ataques indiscriminados a civiles, aún criticados esta misma semana por Antony Blinken, no hacían sino dañar la imagen pública del enemigo.

Pasados los meses, ya es difícil verlo así. Los enormes daños reputacionales que ha sufrido Israel no han mermado su voluntad y ya no van a hacerlo, digan lo que digan en el Tribunal Penal Internacional o en las Naciones Unidas. Mientras, los gazatíes siguen muriendo a miles y los líderes de Hamás están cada vez más expuestos, sus movimientos monitorizados en cuanto salen de los túneles que aún los protegen.

Dicho esto, los túneles son largos y complejos y los liderazgos en toda guerrilla terrorista se suceden con cierta facilidad. Siempre hay alguien dispuesto a tomar el relevo, con suficiente formación militar como para alargar la guerra. Las protestas en Israel en favor del regreso inmediato de los rehenes, que llevan más de nueve meses en condiciones lamentables, probablemente hagan que, en algún momento, Netanyahu tenga que cerrar un acuerdo. El mejor posible dentro de un margen limitado de tiempo.

Y una vez los cautivos estén en casa, como temían Saniyeh y Sinwar, lo más seguro es que las operaciones de “eliminación” de los mandos terroristas continúen, así como las operaciones en campos de refugiados y grandes ciudades. La guerra podrá pausarse, pero no parece que vaya a detenerse en seco.