Militares israelíes en el Corredor de Filadelfia al sur de Gaza.

Militares israelíes en el Corredor de Filadelfia al sur de Gaza. Reuters

Oriente Próximo

El golpe de Israel deja en manos de Netanyahu la opción de atacar Líbano o defender Cisjordania

Israel ha conseguido horas tomar la iniciativa gracias a sus ataques a Hezbolá. Netanyahu debe decidir hasta dónde quiere aprovechar esa ventaja.

19 septiembre, 2024 02:40

Tras las operaciones de los servicios secretos israelíes en las últimas 48 horas, dejando fuera de combate a miles de colaboradores de Hezbolá gracias a unos explosivos colocados en sus “buscas” y sus “walkie-talkies”, la duda que se plantea ahora mismo la comunidad internacional es si las intenciones de Netanyahu son netamente ofensivas, cara a un ataque total… o simplemente disuasorias ante un enemigo que intentaba subirse a las barbas.

Su posición hasta el momento ha sido ambigua respecto a una guerra abierta contra Hezbolá y, por extensión, probablemente, contra Irán, el país que patrocina a los terroristas.

Si sus socios de gobierno, en particular los líderes ultraortodoxos Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich han abogado desde el primer momento por una solución bélica al conflicto en la frontera con Cisjordania, lo cierto es que Netanyahu siempre ha sabido moverse en la ambigüedad.

Ni siquiera quiso tomar la determinación cuando su ministro de Defensa, Yoav Gallant, y el exjefe de las Fuerzas Armadas, Benny Gantz, le conminaron a un contraataque severo contra Irán, fuera directo o utilizando a una de sus guerrillas como objeto de escarmiento. Aquello terminó con la dimisión de Gantz, ministro sin cartera, la disolución en la práctica del Gabinete de Guerra y el inicio de las diferencias públicas con Gallant, cuyo puesto parece pender de un hilo.

En ese sentido, Israel podría estar ante una especie de “ahora o nunca”. Hezbolá no solo ha perdido a un número importante de hombres, sino que los restantes están incomunicados entre ellos. Sería muy difícil organizar a las tropas en caso de un ataque frontal del ejército israelí. La sensación de debilidad, además, es notable, así como el miedo: ¿Qué será lo siguiente en estallar? ¿Hasta qué punto se ha metido el Mosad en la organización chií y qué consecuencias cabe esperar? ¿Habrá este jueves una nueva sorpresa?

La teoría dice que siempre hay que atacar a un enemigo en estado de shock. El problema es que Netanyahu sigue siendo impredecible y nunca se sabe muy bien cuáles son sus objetivos: afirma que Israel está en guerra con Hamás y con Hezbolá y probablemente tenga razón, pero no se atreve a llevar esa certidumbre hasta sus últimas consecuencias. Sabe que, si ataca ahora Líbano, probablemente consiga un gran éxito político y militar. También sabe que Estados Unidos, o al menos la administración demócrata, no se lo perdonará nunca.

El desprecio a EEUU

Precisamente por eso, el propio Yoav Gallant afirmó este miércoles que no habían avisado a la Casa Blanca más allá de un mero mensaje anunciando una acción inespecífica.

Las relaciones entre Netanyahu y la administración Biden han sido muy tensas desde antes incluso de la masacre del 7 de octubre: el secretario de Estado, Antony Blinken, intenta moverse entre la fidelidad al aliado de toda la vida y la necesidad de que el conflicto de Gaza no escale a una guerra total en Oriente Próximo, sin acabar de conseguir resultados en ninguna de las dos áreas.

Al igual que le está sucediendo en Ucrania, este no asumir todas las consecuencias de una decisión impopular y jugar a agradar a todo el mundo -a los aliados árabes, a los votantes progresistas, al Estado hebreo, a los simpatizantes abiertamente sionistas…- le deja en una situación incómoda e impropia de una gran potencia. Zelenski no les avisó de su operación en Kursk y ahora Netanyahu les ignora en su decisión de atacar a Hezbolá en su propia guarida. Trump tiene ahí tema para un buen rato.

Dicho esto, la duda es hasta dónde quiere llevar Netanyahu el pulso. Que Israel se permita estirar la cuerda con Estados Unidos no implica que deje de necesitar su apoyo. Ha rechazado -también lo ha hecho Hamás- prácticamente todos los intentos de negociación en El Cairo y Doha. Y no han sido pocos.

El primer ministro israelí ha protestado abiertamente contra la administración demócrata y ha reclamado más ayuda militar y menos consejos. Ha reivindicado repetidamente la independencia de sus decisiones, tanto a la hora de entrar en la Franja de Gaza como en los distintos bombardeos sobre Gaza City, Jan Yunis o Rafah. Tampoco ha aceptado mediación alguna en la ocupación unilateral del Corredor de Filadelfia.

¿Ofensiva o disuasión?

El siguiente paso lógico en esa espiral de desencuentros sería atacar el Líbano, hacerse con la zona de seguridad que se supone en manos de la comunidad internacional, expulsar a Hezbolá varios kilómetros hacia el interior y esperar la respuesta de Irán. Si esta llega en los términos anunciados por el régimen de los ayatolás, probablemente sea el inicio de una guerra total. Si se queda solo en palabras, el éxito para Israel y para Netanyahu será total.

Y es que, al fin y al cabo, la fragilidad de Irán ya ha quedado expuesta anteriormente: Israel consiguió asesinar a Ismail Haniyeh, líder político de Hamás, en su habitación de hotel en Teherán, ni más ni menos. Es lógico que el régimen iraní se pregunte también qué puede esperar a continuación, como seguro que se lo están preguntando los militantes que aún quedan activos de Hamás.

El golpe en la mesa del Mosad, tras el fallo imperdonable que derivó en la matanza del 7 de octubre, hace que todos, ahora mismo, estén a la defensiva. Israel ha conseguido la iniciativa de un plumazo.

Por el momento, Gallant ya ha señalado que el conflicto ha entrado "en una nueva fase" y ha adelantado que ya hay tropas dirigiéndose al norte. "El centro de gravedad se mueve hacia el norte. Estamos desviando fuerzas, recursos y energía hacia el norte", ha declarado este miércoles durante una visita a una base de la Fuerza Aérea israelí, a 40 kilómetros de la frontera con Líbano.

En la misma línea, el jefe del Estado Mayor del Ejército israelí, Herzi Halevi, ha mantenido una reunión con el responsable del Comando Norte y ha aprobado "planes de ataque y defensa" en el norte. "Tenemos muchas capacidades que todavía no hemos activado", ha asegurado.

Ahora bien, también podría usar esa iniciativa para cimentar su propia seguridad. La alternativa a la ofensiva total sobre el Líbano sería aprovechar la incapacidad del enemigo para fortalecer las defensas y el orden en los territorios ocupados de Cisjordania, que ahora mismo son un reino sin ley entre los ataques de Hezbolá, los de las guerrillas ultraortodoxas, la incapacidad de la Autoridad Palestina y la inacción del gobierno de Tel Aviv, que le ha valido serias reprimendas por parte de la ONU y de Washington.

Si Irán se atuviera a una negociación que incluyera el compromiso de Hamás de devolver a los rehenes y el de Hezbolá de cesar sus bombardeos constantes, tal vez Netanyahu lograría frenar el ímpetu de sus halcones.

El problema de esta clase de acuerdos es que siempre van acompañados de una profunda desconfianza previa: Israel intuye que, en cuanto Hamás y Hezbolá vuelvan a estar activos, volverán a atacar. Es su razón de ser. A su vez, Irán sabe que Israel seguirá permitiendo asentamientos ilegales y haciendo la vista gorda ante los excesos. En el mundo que conocíamos, Estados Unidos y la comunidad árabe conseguirían convencer a ambas partes para llegar al menos a una tregua. El problema es que el mundo que conocíamos probablemente ya no exista desde hace tiempo.