Repasamos el comienzo del conflicto entre Uber y Google, uno de los más importantes del momento.
Uno de los conflictos más sonados en el sector tecnológico es el de Samsung y Apple. Son muchas las patentes y las copias que hay de por medio. El de Oracle y Google, otro tanto de lo mismo. Ahora, en cambio, se está oyendo bastante la batalla legal entre este último y Uber.
La historia se remonta hasta agosto de 2013, cuando Google compró Waze, una aplicación social y en tiempo real que permite comprobar el tráfico. El movimiento, que costó 1 300 millones de dólares, tenía el fin de enriquecer Maps con este nuevo servicio.
Meses más tarde, Google Ventures (la rama de Alphabet que se dedica al venture capital; capital riesgo en español) invirtió en Uber 258 millones de dólares. Fue un paso muy importante, pues no solo Google se convertía en el dueño del 7% de las acciones de la compañía, sino que además pasaba a ser miembro directivo.
Pero hasta entonces no se había producido ninguna disputa. No fue hasta que el directivo de Google abusó de su posición, momento en el que se creó un conflicto de intereses entre las dos compañías.
Google fuera de la junta directiva de Uber
El veto no fue la única consecuencia directa de esta trifulca. También por las mismas fechas, Uber invirtió 500 millones de dólares en su propio sistema de mapeado. De este modo, podrían alejarse poco a poco de Google Maps. Tanto es así que llevan ya un tiempo mapeando ciudades gracias a una flota de vehículos de la compañía.
En diciembre del mismo año (aún 2016) llega una noticia muy importante por parte de Alphabet (la matriz de Google): el coche autónomo dejará de ser desarrollado, o al menos como lo habíamos conocido hasta entonces. Más tarde se descurbió que realmente no dejaría de existir (pues echarían por la borda 7 años de investigación), sino que simplemente iban a pivotar hacia otro planteamiento. El proyecto en clave se llamó (y se sigue conociendo así) como Waymo.
Espionaje y robo de tecnología
Pero aquí no acaba todo; la lucha continúa, solo que ahora gira en torno a LIDAR. Estas siglas son el acrónimo de Light Detection And Ranging, la tecnología que es capaz de medir la distancia entre un sensor y un objeto por medio de ondas electromagnéticas. En muchos sectores, no solo en la industria del automóvil autónomo, se usa. En topografía, por ejemplo, es muy común.
El conflicto en torno a LIDAR es porque presuntamente, Anthony Levandowski, el que fue jefe del proyecto de conducción autónoma de Google, robó casi 10 GB de datos de esta tecnología (unos 14 000 archivos) en 2015, antes de marcharse en enero de 2016 (con pocas semanas de diferencia). Pero la cosa no queda ahí, sino que además fundó una startup que competiría de forma directa con estos llamada Otto (camiones autónomos), que más adelante sería comprada por Uber en agosto de 2016 (por la enorme cantidad de 680 millones de dólares).
Esto constituye, según Google, apropiación ilícita de tecnología (secretos comerciales y propiedad intelectual). Equivale, según las palabras del propio equipo en la plataforma de blogging Medium, a «haber robado la receta secreta de una compañía de bebidas».
Podría tratarse, incluso, no solo un caso de apropiación de tecnología, sino que además esa empresa podría haber sido creada como una empresa pantalla (con la única intención de servir de tapadera).
Un correo accidental, la clave
Pero, ¿cómo descubrieron la trama? Fue gracias a un correo que le llegó de forma accidental a uno de los empleados de Waymo. Tenía como destino a otros empleados de Otto, pero al parecer el proveedor cometió un fallo. El mensaje, que rezaba «OTTO FILES», adjuntaba archivos que hicieron sospechar a Google por el asombroso parecido entre su LIDAR y el de la nueva startup.
Por ello, a finales de febrero Uber fue demandada. La intención de este pleito es que Waymo sea recompensada económicamente, además de hacer que, por supuesto, Uber deje de infringir patentes. Constituye, realmente, la primera demanda entre estas dos compañías (concretamente en la Corte de California), pues hasta ahora el rifirrafe (cruzado) no había llegado a los tribunales.
Esto implica que no nos encontramos en una situación donde Google quiere hacerse con el mercado de Uber, sino en algo más complicado donde interviene el espionaje y el robo de tecnologías entre empresas.
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