¿Nuestro cerebro sabe medir el tiempo?
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Para empezar tenemos que saber que nuestro organismo tiene varias formas de medir el tiempo, según el neurólogo Warren Meck, de la Universidad de Duke (EE.UU.). La primera y más importante es aquella que controla los estados de sueño-vigilia, los ritmos circadianos. Es decir, tenemos una serie de hormonas y estímulos cerebrales que controlan cuando necesitamos dormir, como la melatonina. Por eso tenemos el ritmo alterado cuando viajamos, nuestro ritmo circadiano es de 24 horas y si vamos a otro país donde la hora es totalmente diferente nuestro cuerpo no sabe controlarlo hasta que pase un tiempo. Hay estudios que indican que si se aísla a una persona 2-3 días, pierde totalmente la noción del tiempo porque sin luz, no hay control de este ritmo, nos podemos volver literalmente locos.
Las otras dos formas son la capacidad de medir milisegundos, muy útil para la realización de acciones de psicomotrocidad fina. Y por último la capacidad de medir lapsos de tiempo de segundos o minutos (alterada según si las acciones que realizamos nos divierten o nos aburren, ya lo intenté explicar un poco con el artículo del Efecto Reminiscencia).
Hace varias décadas se creía que nuestro cerebro usaba un sistema parecido a un cronometro básico, basado en contar movimientos (como los tic-tac de un reloj), en este caso impulsos cerebrales. Pero realmente el mecanismo es otro.
Dean Buonomano, profesor de Neurobiologia y Psiquiatría dice que cada vez que nuestro cerebro procesa un estimulo (como el ruido de un coche), empieza una cascada de reacciones entre las neuronas y sus conexiones, dejando una huella o “recuerdo” que permite a nuestra máquina de pensar juntar toda la información y codificar el tiempo.
Por ejemplo, cuando tiramos una piedra a un lago se producen una serie de ondas. Cuanta más distancia recorran estas ondas de agua, más tiempo tardaran en desaparecer. Si oímos dos píos de un pájaro, el primero estimula a algunas neuronas auditivas, las cuales a su vez estimularan a otras neuronas que se excitaran también.
Estas señales entre neuronas van de una a otra durante apenas medio segundo, de la misma forma que las ondas se van extendiendo y desapareciendo con el tiempo cuando tiramos la piedra al agua. Cuando se produce el segundo pio, las neuronas aun no han vuelto a su estado de reposo y, como resultado, sentimos un sonido diferente al primer pio, dando lugar a esa sensación de sucesión de sonidos rápida. Es decir, cada acontecimiento es codificado teniendo en cuenta los anteriores.
El neurólogo W. Meck cree que este control del tiempo lo llevan a cabo las neuronas espinosas, pero que la velocidad con la que miden el tiempo es modificable, ya que tiene que ver con la dopamina. Si hay más dopamina, el tiempo va más deprisa. Esto podría explicar por qué cuando nos aburrimos, tendremos menos estímulos, menos dopamina, por tanto el tiempo “irá más despacio”. Y la situación contraria, cuando nos divertimos y hay mas estímulos, mas dopamina, “pasa el tiempo más deprisa” (esto último es una teoría personal, en otro artículo intentaré profundizar más sobre este neurotransmisor).
Así que, al fin y al cabo, tenemos un relativamente buen despertador en la cabeza. Cuidadlo bien, ya que es una de las partes más importantes de vuestro cuerpo durante toda la vida.
Vía: Xataka Ciencia.