¿Cómo las distracciones afectan a nuestra concentración?
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Para explicarnos el estudio que acaban de publicar en la revista Cerebral Cortex, investigadores del Beckman Institute for Advanced Science and Technology (Universidad de Illinois, Estados Unidos) nos describen una situación cotidiana: nos encontramos caminando después de ir a comprar, cargados con alimentos y con el móvil pegado a la oreja. Estamos hablando con nuestra madre, que aún no conoce el funcionamiento de whatsapp y que nos acaba de pasar el número de teléfono de su anciana tía. Tenemos que recordar dicho número porque cuando lleguemos a casa tendremos que llamarla. De repente, un perro callejero, ladrando y gruñendo, pasa corriendo rápidamente por nuestro lado y, claro está, nos asusta. ¿Seremos capaces de recordar el número cuando lleguemos a casa? ¿Qué hubiera pasado si en lugar de esta distracción negativa nos hubiera distraído un lindo perrito moviendo la colita?
¿Cómo afectan a nuestro cerebro las distracciones negativas como las del perro enfadado? ¿y las positivas? Los científicos conocen bien la respuesta a la primera pregunta: las distracciones negativas interfieren con nuestra capacidad para mantener la concentración. No obstante, hasta ahora nunca se había examinado cómo el impacto de una distracción emocional positiva afecta a nuestra eficacia a la hora de conseguir llevar a cabo una tarea en términos de rendimiento y mecanismos del cerebro. Pues bien, es lo que han hecho los investigadores mencionados al principio de este artículo.
Y la conclusión a la que han llegado es que tanto las imágenes positivas y negativas afectan el cerebro y pueden producir respuestas emocionales igualmente intensas, pero que las distracciones positivas están relacionadas con un mayor rendimiento, en comparación con la distracción negativa. En otras palabras, la visión del perrito contento llama la atención, pero no va a interferir con la realización de la tarea en cuestión (recordar el número de teléfono).
La explicación de esto radica en el cableado de nuestros cerebros. Como indican los expertos, los estímulos positivos son menos imperativos que los negativos, ya que el coste inmediato de no prestar atención a ellos es más pequeño. Por ejemplo, evolutivamente, no prestar atención a una fuente de posible alimento suele ser menos dramática que no prestar atención a algo peligroso, como un depredador.
Imágenes del cerebro
En el trabajo no sólo investigó la diferencia entre las distracciones positivas y negativas, sino que se evaluó cómo responde el cerebro durante estas distracciones a través de imágenes de resonancia magnética. Los participantes primero tuvieron que visualizar el rostro de varias personas que debían mantener en su mente durante unos segundos. Tras este lapso de tiempo se les pidió que indicaran si habían visto las caras específicas o no. Durante la espera fueron sometidos a visualizar una mezcla de imágenes positivas, neutras y negativas, seleccionadas con la intención de producir respuestas intensas. Las respuestas cerebrales para evaluar las zonas activadas en el cerebro fueron registradas en todo momento.
Los científicos detectaron cambios en las regiones cerebrales involucradas en la memoria de trabajo y de la atención, las cuales permanecen en sintonía cuando tratamos de mantener información en nuestra mente. Los resultados mostraron que las distracciones negativas reducen fuertemente la actividad en estas dos regiones. Sin embargo, las distracciones positivas parecen tener menos impacto en la actividad de estas dos áreas pero, en cambio, más actividad en la corteza prefrontal ventrolateral, una región asociada con el control de las emociones.
Esta respuesta del cerebro podría explicar por qué podemos seguir realizando tareas con la misma eficacia cuando experimentamos una distracción positiva: tales distracciones tienen efectos menos efectos negativos en las áreas del cerebro involucradas en la habilidad de mantenerse concentrado y, por el contrario, aumentan la actividad en las áreas que nos están ayudando a hacer frente a la distracción.
Fuente | Beckman Insitute