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La neurobiología de la agresividad

16 diciembre, 2015 18:39

Como sabemos, toda conducta, pensamiento y aptitud mental se relaciona con el comportamiento del cerebro. En los últimos años, gracias al desarrollo de nuevas técnicas en neurociencia, se están consiguiendo grandes avances en la relación entre distintos desórdenes y las áreas cerebrales afectadas. Este es el primer paso para el desarrollo de fármacos o tratamientos que permitan actuar contra las enfermedades mentales, de gran importancia en nuestro tiempo. El último descubrimiento trata la agresividad y las conductas antisociales en los jóvenes.

La clave de la agresividad: Menor cantidad de sustancia gris

Investigadores de la Universidad de Birminghan, Reino Unido, han publicado este mismo mes en la revista JAMA Psychiatry un estudio en el que encuentran la causa de las conductas de agresividad y antisociales en jóvenes. Para hacerlo, tomaron los resultados de otros 13 trabajos realizados entre 2007 y 2015 en los que se comparaban las estructuras cerebrales de jóvenes con problemas de comportamiento y con un desarrollo típico. En definitiva, realizaron un estudio estadístico en el que participaron 350 jóvenes con conducta normal y 394 con comportamiento violento, todos ellos de entre 8 y 21 años.

El resultado fue que la mala conducta se relaciona con menores cantidades de sustancia gris en ciertas áreas del cerebro relacionadas con la interpretación de las expresiones faciales, la empatía, la toma de decisiones y el control de las emociones. En concreto, las zonas afectadas son la amígdala izquierda cerebral (lóbulo temporal), la ínsula bilateral, el córtex prefrontal ventrolateral e, inferiormente, el giro temporal superior. La sustancia gris está formada principalmente por las somas de las neuronas y no es capaz de transmitir con rapidez los impulsos nerviosos. Por tanto, se relaciona con la capacidad de procesar información.

Este estudio es de gran importancia porque el desarrollo de este tipo de conductas en la juventud se asocia con mayor riesgo de consumo de drogas, de desarrollo de enfermedades mentales y de una menor salud corporal en la vida adulta. Por tanto, atajar los desórdenes de conducta en las primeras etapas de la vida es fundamental para prevenir problemas más graves en años posteriores.
Sin embargo, aún no estamos preparados para entender el funcionamiento del cerebro. Por ello, no conocemos las causas de estas diferencias en la estructura cerebral. No sabemos si se deben a factores géneticos o si pueden relacionarse con abuso de drogas como el tabaco o el alcohol durante el embarazo, factores ambientales o al maltrato durante la niñez, por citar algunos ejemplos.

¿Cómo funciona el cerebro? 

Para poder estudiar las causas de los desórdenes cerebrales es necesario conocer cómo trabaja el órgano más importante de nuestro cuerpo. Y es que a veces su enorme complejidad hace que sea difícil hacernos una idea global que nos permita entenderlo. En general, puede decirse que el funcionamiento del cerebro es una conjunción de tres características.

La primera de ellas es el comportamiento eléctrico, que puede ser medido estudiando las ondas cerebrales a través de un encefalograma. Nuestros cerebros emiten hasta cuatro tipo de ondas: las alpha y beta predominan cuando se está despierto; las theta y delta son las propias del sueño y de ciertos estados de meditación profunda.
La segunda característica tiene que ver con la química del cerebro, regida por neurotransmisores y hormonas. Son dos las respuestas principales mediadas por los químicos: las respuestas que requieren una acción rápida, como la de luchar o huir cuando se detecta una amenaza, están controladas fundamentalmente por la adrenalina y el cortisol; las respuestas que implican relaciones sociales están a cargo de la dopamina y la oxitocina.
Por último, la estructura es la tercera particularidad que define nuestro cerebro. Está relacionada con las conexiones entre distintas áreas cerebrales y depende de la neuroplasticidad, la pérdida de neuronas y la neurogénesis. Todas ellas influyen en la cantidad de materia gris (procesadora) y blanca (integradora) en las distintas zonas cerebrales.

Las actividades eléctrica y químicas, así como la arquitectura cerebral están en constante modificación. El cerebro es un órgano cambiante que ha de adaptarse a las condiciones del medio. Por ello, los hábitos y comportamientos diarios influyen, a la larga, en nuestro cerebro. El entendimiento de estos eventos, conocidos como neuroplasticidad, y la relación causal que los provocan es fundamental a la hora de enfrentarnos a las enfermedades mentales, un problema creciente en nuestro tiempo. En España, se calcula que 1 de cada 5 personas terminará padeciendo algún desorden mental en su vida. Además, su desarrollo creciente hace que se espere que, en 2020, la depresión sea la principal causa de enfermedad en el mundo desarrollado.

En definitiva, el estilo de vida de nuestras sociedades no es bueno para nuestro cerebro. Para descubrir qué falla y cómo podemos prevenir y tratar las enfermedades mentales es necesario despejar las incógnitas que rodean al órgano que define cómo somos, qué pensamos y de qué manera actuamos.

Fuente | Psychology Today