La historia de un hombre que fue despedido por un algoritmo demuestra que la automatización no es todo ventajas.
Cuando Ibrahim Diallo fue despertado a las 7 de la mañana por la reclutadora de la empresa en la que estaba trabajando, preguntando si estaba bien, no se esperaba que fuese el inicio del fin de su etapa en la compañía.
Cuando llegó al trabajo, pasó la tarjeta a la entrada y el sistema no le dejó entrar, no le dio mucha importancia. Esas cosas pasan, y el encargado de seguridad lo sabía y le dejó pasar. Por si acaso, habló con el mánager del proyecto, pero este no era consciente de ningún problema.
Al día siguiente ocurrió lo mismo. El sistema no le dejaba entrar, y necesitó de la ayuda de seguridad. Poco a poco, las puertas de la empresa se le iban cerrando. Cuando por fin se sentó delante de su ordenador, se dio cuenta de que el software de seguimiento de proyectos que usaban le había cerrado la sesión; a todo el mundo le funcionaba, pero se dieron cuenta de que el nombre de usuario que aparecía en sus proyectos estaba en gris.
Expulsado poco a poco, paso a paso, de su trabajo
Ibrahim Diallo empezaba a sospechar que algo iba mal. El ordenador de repente mostró una gran ventana de error que le pedía reiniciar el sistema; algo que no hizo porque tenía la impresión de que entonces no tampoco podría iniciar sesión en Windows.
Las piezas empezaron a encajar. Había sido despedido, y todos los sistemas de la empresa estaban expulsándolo poco a poco; el único problema de esa teoría es que nadie, ni su mánager ni su directora, tenían constancia de ello. Creían que era un simple problema técnico, que iba a ser solucionado por la división de soporte.
Pero no fue solucionado. En vez de eso, recibió un correo confirmando que, en efecto, había sido despedido. Su contrato tenía una duración de tres años, como parte del desarrollo de una herramienta con un presupuesto de varios millones de dólares; apenas llevaba ocho meses en la empresa.
Alguien, por alguna razón, le había despedido. Pero no pasaba nada. La directora sabía que era un problema, y que Diallo era un miembro necesario del equipo. Iba a hacer unas llamadas. Todo se iba a arreglar.
Finalmente Windows se reinició por si solo por una actualización, y se quedó sin acceso; sólo le quedaba su máquina con Linux, con la que tuvo que “hackear” el sistema para poder conectarse al servidor y hacer algo.
Al día siguiente, dos personas se acercaron a su mesa. Eran guardas de seguridad, que le informaron de que tenían que “escoltarlo” fuera del edificio. Habían recibido un correo, aparentemente amenazante, de que hiciesen su trabajo y expulsasen a alguien que ya no trabajaba en la empresa. Ibrahim Diallo estaba en la calle, preguntándose quién era el responsable.
Despedido por un algoritmo
Resultó que no era “quién”, sino “qué”: el software de gestión de personal de la empresa, que había decidido que ya no formaba parte de ella.
El problema radicaba en su anterior jefe había sido despedido y estaba trabajando desde casa durante un periodo de transición hasta que el siguiente tomase su puesto; durante este periodo, esta persona simplemente dejó de trabajar, seguramente no muy contenta de hacerle el trabajo a su sucesor. Y como parte de este trabajo, estaba comprobar que Ibrahim Diallo, que trabajaba como contratista, siguiese en su puesto de trabajo.
Como esta comprobación no se realizó, el sistema asumió que Diallo había sido despedido, e inicio un proceso automático que no podía ser parado. El sistema tomó el control, enviando las órdenes necesarias a las personas adecuadas. Una serie de correos, escritos en rojo y con un lenguaje que no daba lugar a interpretaciones, ordenaban eliminar los permisos del usuario, revocar el acceso, escoltarlo fuera del edificio, etc. Los mensajes no admitían respuesta, eran automáticos.
Cada vez que se completa un proceso, se empieza el siguiente; empezando por el sistema de llave electrónica, que detectaba si la clave asociada con el usuario había sido escaneada. Después vino la cuenta de Windows, la cuenta del programa de gestión, y así hasta que toda la presencia de Diallo en la empresa había sido eliminada, sin que nadie pudiera hacer nada.
Lo que pasa cuando una máquina es la encargada de la decisión final
La única solución, después de tres semanas, fue que la empresa le contratase otra vez; tuvieron que realizar todo el proceso de contratación de nuevo, crear un nuevo usuario para cada función, crear una nueva tarjeta… todo porque, para el sistema, Diallo ya no era trabajador de esa empresa pese a que todo el mundo quería que siguiese siéndolo.
Pero pese a que había vuelto, las cosas no fueron las mismas; había sido expulsado como un simple ladrón, y la vuelta y las explicaciones después de tanto tiempo no fueron fáciles. Diallo decidió salir de la compañía, esta vez por su propia voluntad.
Para Diallo, este es el tipo de problemas que ocurre cuando una máquina es la encargada de tomar la decisión final. La automatización es una gran ayuda, sobre todo en empresas de ese tamaño; pero si los mánagers, directores y mandamases de la compañía no pueden hacer nada frente a la decisión de una máquina, ¿quién es el que realmente dirige la empresa?
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