La chica que veis en la portada de este artículo se llama Lil Miquela. Es una influencer de Instagram y cuenta a día de hoy con 1.5 millones de seguidores en dicha red. En sus fotos podemos verla en la playa, en museos y posar con robots. El caso es que Lil Miquela no es real, como claramente se puede apreciar en la foto. No es ni una IA ni un robot: es una persona virtual.
Esta influencer ha sido creada digitalmente con gráficos de movimiento, y aunque esto no es nuevo ya que hay muchas creaciones digitales en Internet y televisión, suponen un negocio importante para las empresas de publicidad.
Influencers y creadores de contenido virtuales: existen y son el futuro
Quizás esto no tenga demasiado sentido al principio. Muchas de las marcas que trabajan a día de hoy con influencers necesitan de las personas físicas para promocionar sus productos y para llevar a cabo sus campañas de publicidad. Por lo tanto, ¿cómo podría un ser creado digitalmente generar ingresos por publicidad?
Aunque parezca increíble, Lil Miquela ha conseguido generar ese dinero. Empresas importantes como Barney’s y Supreme han trabajado con esta influencer para acuerdos de publicidad. Incluso ha promovido que otras empresas como Betaworks se arriesguen e inviertan en la creación de estos influencers digitales. De hecho, esta misma ha hecho una inversión de nada más ni nada menos que de 200 000 dólares en 10 empresas para este cometido.
Según Betaworks la clave del éxito de Lil Miquela ha sido precisamente su factor de entretenimiento; la gente sabe que no es real pero les gusta ver cómo hace cosas que haría una influencer normal y corriente. También la empresa alude a que el interés que genera Miquela es debido al avance de las redes neuronales, que permiten a los modelos digitales ser muy parecidos a influencers reales y así aportar más al realismo que intentan desprender. La ecuación entonces es fácil: lo que se busca es crear a una modelo digital incluso mejor que Miquela.
Las ventajas de estos creadores digitales son muy variadas. Primero se quita el factor humano de la ecuación, por lo que las situaciones más desagradables que podría provocar una persona real con una empresa desaparecen. Todo se gestionaría mediante ordenador y gracias al aprendizaje automático y a la IA estos modelos podrían interactuar con sus seguidores en redes como Instagram o Twitter.
Esto por supuesto no es perfecto. Por ejemplo, Microsoft ya lo intentó con “Tay”, una IA potenciada para que tuiteara como un adolescente. Tuvo que ser deshabilitada al día siguiente porque había aprendido comentarios sexistas y racistas en Twitter y los estuvo reproduciendo. Betaworks por su parte espera que las relaciones humanas entre IAs sean lo más sanas posibles.
Y no es que haya pocas empresas interesadas en este tema. Grupos de capital de riesgo están invirtiendo en creadores de contenido virtuales y también están apoyando la tecnología de IA. Spark Capital, por ejemplo, impulsó una ronda de inversión de unos 125 millones en Brud, la compañía que creó a Lil Miquela. Otras empresas se están centrando en crear tecnología que pueda originar a estos creadores e influencers digitales como Shadow, Superplastic y Toonstar.
Es cuestión de tiempo que esta tecnología se aplique tanto en nuestra vida que no sepamos qué persona de nuestro Instagram es real, es una IA, un robot o quién sabe, incluso un holograma. El futuro da miedo, sí, pero también curioso. A mí al menos me gustaría ver a uno de estos modelos digitales anunciar un videojuego. Por lo menos el cometido publicitario lo cumpliría.