En su primer viaje oficial a Cataluña, que tuvo lugar el 16 de Febrero de 1976 -hace casi 40 años- el entonces Rey de España y hoy Rey Emérito pronunció un discurso en el Ayuntamiento de Barcelona en el que dijo, entre otras cosas, las siguientes: "Quisiera hoy reafirmaros la importancia excepcional que atribuyo a Cataluña, y a la personalidad catalana, en el conjunto de las Tierras de España. Importancia atestiguada, en primer lugar, por la historia. Cataluña ha sido llamada puerta de España, y en verdad por ella llegaron a la Península Ibérica aportaciones sucesivas de pueblos que han contribuido a formar la raza y el carácter de los catalanes y de los demás pueblos hispánicos".
"Yo quisiera convocaros hoy a todos a una gran tarea de ilusión y entusiasmo para el futuro, desde esta Barcelona, ánima y guiadora, como ha sido llamada, Cap i Casal de Cataluña".
"Una obra de unidad de la que vendrá nuestra fuerza, con el fin de que un Estado fuerte asegure a nuestro pueblo, en la dura competencia internacional, el progreso y el bienestar a que tiene derecho".
"A esta gran tarea común, Cataluña puede hacer una contribución esencial inapreciable. El apego del catalán a la libertad es legendario, y a menudo heroico. El catalán es amigo de lo concreto, y por ello es realista, ordenado y laborioso. Florece en esta tierra el espíritu de solidaridad, es fácil la cooperación, la apertura y la comprensión para con los demás. Por ello, que vuestro ejemplo y vuestra voluntad decidida haga que estas virtudes catalanas ejerzan una beneficiosa influencia sobre muchos otros españoles".
Es sin duda un buen mensaje como lo son las palabras de un poema de Salvador Espriu que me ha hecho llegar un amigo catalán y que dice así en versión castellana: "A veces es necesario y forzoso que un hombre muera por un pueblo, pero jamás ha de morir todo un pueblo por un hombre solo: recuerda siempre esto, Sepharad. Haz que sean seguros los puentes del diálogo y trata de comprender y de estimar las diversas razones y hablas de tus hijos".
Estos dos mensajes sirven de prólogo a una convicción: tenemos que poner en marcha un nuevo proceso entre Cataluña y el resto de España. Un proceso intensamente positivo, en el que tendremos que tener en cuenta dos ideas básicas:
La primera es que, por más razones absolutamente válidas que se formulen en contra de una secesión de Cataluña, los sentimientos independentistas, soberanistas y nacionalistas en sus distintos grados irán fluctuando pero seguirán ahí. No existen fórmulas mágicas para que desaparezcan estas tensiones. No se pueden arreglar para siempre jamás. Los nacionalistas escoceses perdieron hace un año su referéndum de una forma clara (55,3% no, 44,7% sí) y ya están manifestando su deseo de un nuevo referéndum sobre la base de que las circunstancias van a ir cambiando.
No son situaciones similares desde el punto de vista histórico pero tengamos en cuenta el dato y recordemos también que Cataluña lleva hasta el momento tres declaraciones unilaterales de independencia fallidas. 1873, José García Viñas y Paul Brousse; 1931, Francesc Maciá; 1934, Lluis Companys. No podemos aceptar la idea de una cuarta declaración ni la puesta en marcha de un proceso de independencia. No hay una base objetiva para ello y aún menos una legitimación moral.
Nada válido se puede edificar sobre unos comicios basados en el enfrentamiento radical como principio absoluto
Los independentistas decidieron convertir unas elecciones autonómicas en un plebiscito y por más que intenten lo contrario acabarán asumiendo que se equivocaron. No se puede alterar la naturaleza de unos comicios para convertirlos en un debate entre el sí y el no a la independencia, ni formar –para beneficiarse de la ley D’Hondt– una coalición electoral entre partidos y movimientos sociales con serias diferencias ideológicas y esperar que el resultado final no refleje este conundrum, esta ceremonia de la confusión que ha impedido valorar programas y propuestas y ha generado una situación política realmente irreal. No es ese el camino. Tienen que dar sin vacilaciones un paso atrás. Nada válido se puede edificar sobre unos comicios basados en el enfrentamiento radical como principio absoluto.
La segunda idea es que a partir de ahora habrá que poner un especial énfasis en dejar bien claro a Cataluña nuestro interés en buscar fórmulas válidas de encuentro. Ya hemos insistido con razón y con fuerza en los riesgos reales de una secesión. Habrá que hacer ahora un cántico al potencial inmenso en todos los órdenes que generaría la normalización política. Tenemos que ser conscientes en este sentido de que como consecuencia del absoluto desencuentro político no solo se ha roto el diálogo en este terreno, sino que han quedado afectados seriamente todos los demás diálogos, incluyendo el empresarial, el cultural, el de los medios de comunicación y especialmente el social. Hay que revertir el proceso.
Hay que enriquecer a fondo la comunicación entre las dos ciudadanías. Hay que recuperar todas las relaciones en su integridad y esa tarea solo la pueden asumir las sociedades civiles respectivas. Hasta las próximas elecciones generales, el estamento político seguirá manipulando sectariamente las elecciones del 27-S y preparando con toda prisa y sin ninguna pausa las generales de diciembre. No tendrán tiempo ni interés para reflexiones serias y análisis serenos.
La sociedad civil catalana ha reaccionado con tardanza, ambigüedad e incluso miedo a los retos del 27-S
Tendremos que contemplar inermes el juego inevitable de descalificaciones absolutas y ofertas maravillosas incumplibles. Son, por lo tanto, los círculos de pensamiento, las fundaciones, las universidades, los sindicatos, los empresarios, los intelectuales, los que tendrán que ofrecer a la sociedad fórmulas constructivas y nuevas ideas que pongan en marcha un diálogo fértil, un diálogo sincero, capaz de afrontar la enorme complejidad de este proceso. La sociedad civil catalana, que es muy activa y eficaz en todos los sectores, ha reaccionado con tardanza, con ambigüedad e incluso con algún miedo a los retos que planteaba el 27-S. A última hora hubo una reacción más positiva que deberá mantenerse en los próximos tiempos con más fuerza y más constancia, porque ya nadie puede ignorar el riesgo que genera el desentendimiento y el abandono cuando está en peligro un futuro digno.
No se trata en todo caso de sustituir o desplazar al estamento político catalán o al español. Se trata de que la sociedad civil asuma la responsabilidad de sosegar los ánimos y divulgar mensajes positivos y constructivos durante el largo periodo –cuatro o cinco meses como mínimo- de un proceso electoral dramático, un duelo apasionante entre la vieja y la nueva política, en donde todos los partidos van a utilizar lenguajes y establecer estrategias que podrían elevar el tema catalán y otros muchos temas a situaciones extremas irreversibles.
Hay que recordar con insistencia a unos y a otros -aunque parezca estéril- que nadie puede tener toda la razón y que solo a través del diálogo se pueden discutir las soluciones correctas, las soluciones civilizadas.
No es justo, no es aceptable para la ciudadanía española en su conjunto que en este momento histórico tan complejo, tan volátil y tan incierto a nivel global, se nos obligue a vivir una crisis en gran parte artificial y radicalmente innecesaria que puede llegar a dañar seriamente -de hecho ya ha empezado a hacerlo- nuestra imagen política y nuestra situación y capacidad económica. Hay que empezar desde ya un nuevo proceso.
***Antonio Garrigues es jurista y presidente de honor del despacho de abogados Garrigues.