La coincidencia, en la misma mañana, de una operación de la Policía Judicial contra el clan Pujol y la escenificación en el Parlament de un acuerdo de Junts Pel Sí y la CUP para seguir avanzando en pos de la independencia, resume perfectamente en qué ha devenido Cataluña: un revoltijo entre el latrocinio y los delirios de políticos iluminados que la van acercando al precipicio.
Se da la circunstancia de que son dos fenómenos que se retroalimentan. Quienes tienen las manos manchadas con el púrpura de los billetes de 500 euros empujan a favor del secesionismo para evitar que el Estado de Derecho actúe contra ellos -ahí hay que incluir a la Convergència de Artur Mas-, y los líderes independentistas pretenden acelerar las etapas hacia su objetivo antes de que la sociedad catalana descubra que su castillo no sólo está construido con frágiles naipes, sino que además se asienta sobre una charca putrefacta.
A estos protagonistas se sumó el presidente del Gobierno leyendo una declaración institucional de evidentes ribetes electoralistas. Tras haber dejado pasar varias ocasiones para abortar el desafío secesionista, Rajoy ha ido a comparecer con solemnidad teatral ante los españoles justo al día siguiente de haber disuelto las Cortes, coincidiendo con el sprint final hacia el 20-D.
En el ámbito judicial, la operación contra los Pujol se llevó a cabo el mismo día que EL ESPAÑOL desvelaba que la familia del expresident ha trasladado el botín que guardaba en Andorra a paraísos fiscales del Caribe. La Audiencia Nacional ya ha citado a declarar como imputados a Josep y Pere Pujol Ferrusola en el marco de la investigación sobre las actividades delictivas de su hermano Jordi.
Cabe preguntarse si esta gran operación, con registros en domicilios y empresas, no debería haberse realizado mucho antes. Y sobre todo, si no eran necesarias medidas más contundentes como reclamaban la UDEF y la propia Fiscalía. No se entiende que ni un solo miembro del clan haya dormido en comisaría.
Casta nacionalista
Artur Mas, que también sabe lo que es ser beneficiario de cuentas en el extranjero, puede seguir el mismo camino que su padre político si se demuestra, como todo apunta, que Convergència cobraba el tres por ciento de las obras que licitaban Administraciones en las que gobernaba. No era España quien robaba a los catalanes, sino su casta nacionalista.
Pese a estos antecedentes, el Junts pel Sí de Mas y de Junqueras ha tenido la irresponsabilidad de pactar con la CUP una declaración política que plantea la creación de un "Estado catalán independiente en forma de república". Sus impulsores presentan como "proceso de desconexión democrática" del Estado una iniciativa profundamentemente antidemocrática: es ilegal y no cuenta con el respaldo ni de la mitad de los catalanes.
Estamos ante un salto cualitativo desde el punto de vista retórico, pero sin ninguna consecuencia jurídica, por cuanto se trata de una propuesta que aún deberá ser sometida a debate y porque empleza a un futuro Gobierno catalán que aún no existe la apertura de un "proceso constituyente".
Sorprende por ello la rapidez con la que Rajoy ha respondido a esta provocación, más aún por la pasividad que ha demostrado a lo largo de la legislatura en este asunto. Con mayor motivo pudo haber actuado cuando Mas anunció que desobedecería la resolución del Constitucional sobre la consulta soberanista y no lo hizo. Tardó tres días en responder retóricamente a la desobediencia consumada el 9-N y le han bastado tres horas para reaccionar ante una amenaza escrita en un papel.
El artículo 155
En la lectura de la declaración, Rajoy insistió en poner al TC como freno primordial a las pretensiones de la Generalitat, obviando mencionar el artículo 155 que le faculta para intervenir en la comunidad autónoma.
La expresión que empleó el presidente para manifestar su determinación en la defendesa de la unidad -una nación de ciudadanos "libres e iguales", dijo-, es el nombre de una plataforma surgida precisamente por la falta de respuesta del Gobierno al movimiento independentista.
Hasta el 20-D a Rajoy le interesa sobreactuar en su firmeza ante Mas; de la misma forma que Mas necesita el choque de trenes para ocultar el problema de la corrupción y apurar sus opciones de ser president. De ahí las prisas por subirse en marcha a la locomotora que le ha puesto la CUP y su interés en acelerar la colisión con el Estado. Seguramente, Mas también prefiere medir su desafío con Rajoy antes que con otro presidente.
Ahora bien, en medio de este conflicto, y con Rajoy o sin Rajoy en el Gobierno, sólo hay una cosa clara: el proceso separatista está abocado al fracaso. Lo más que pueden conseguir sus impulsores es acabar siendo inhabilitados y que Cataluña pierda temporalmente el autogobierno.