¿Para qué engañarnos? Los españoles dejamos caer nuestros votos en la urna como el bombardero Enola Gay dejó caer la bomba atómica sobre Hiroshima: con la voluntad de hacer el mayor daño imaginable al mayor número de enemigos posible. Si no fuera porque los anulan, todos los votos españoles llevarían escrita la dedicatoria personal de su autor. "Cómete esta, Mariano". "¡Viva España, Arturito!". "¡Recuerdos de parte de Susana, don Pedro!". Que el voto sea secreto joroba mucho por estos pagos porque una venganza sin firma es una subversión del concepto original.
En realidad, el voto-bomba no es tan irracional como puede parecer a primera vista porque la mayor parte de su coste es externo (es decir que lo pagan los demás, como las flatulencias en los ascensores o los hijos chillones en un restaurante). Si un voto a nuestro partido preferido nos reporta un beneficio indeterminado a largo plazo pero el voto-bomba nos procura una pequeña pero veloz satisfacción mezquina, ¿por qué no darse el capricho?
Desde un punto de vista estrictamente realista, el crimen a la hora de votar sí paga. Nuestro voto no cambiará el resultado de las elecciones, pero la recompensa por depositar un voto terrorista en la urna es inmediata. Como un tiramisú en mano contra una maravillosa dieta macrobiótica volando.
Yo no tengo problemas en confesar que en las elecciones generales votaré a Ciudadanos. Tendrían que atarme el próximo 20 de diciembre para privarme del placer de darle mi voto, por primera vez desde que tengo derecho a ello, a un partido cuya victoria jeringaría a casi el 80% del arco político español. A los del PP, a los del PSOE, a Podemos, a Carmena y a Colau, y a los partidos nacionalistas catalanes y vascos. Cinco o seis votos en uno, ¿alguien da más?
El voto a Ciudadanos es tan impecablemente letal que parece haber sido diseñado en un sótano secreto del Mossad. Como una bomba de racimo política, Ciudadanos se come el centro político entero, masacra al PP, humilla al PSOE, a Podemos le arrebata la bandera del regeneracionismo, aniquila el cupo fiscal vasco y saca a patadas de su zona de confort a los independentistas (porque nada les convendría más a estos que cuatro años más de bipartidismo PP-PSOE).
El de Ciudadanos es un placer tan culpable que hasta debe de ser pecado. No diré que es mejor que el sexo pero anda ahí, ahí