Resumen de lo publicado. -El escándalo del estraperlo ha dejado fuera del Gobierno al líder del Partido Radical, Alejandro Lerroux. Pla trata de hacer indagaciones en todo lo relacionado con la denuncia Strauss.
Hacía un tiempo otoñal, con nubes cada vez más grises, anunciando nuevas precipitaciones. La luz, tristona y vespertina, desaseaba la ciudad. A Madrid, como a casi todas las ciudades españolas, la luz la vestía mejor que cualquier traje salvo las perlas de la iluminación nocturna, que la mejoraba al desdibujar la miseria de algunas casas, disimulando las peores fachadas y en general uniformando lo que los americanos llaman el skyline.
Para mejorar la estación de Atocha, con su antipática arquitectura de hierro –Pla era un fanático de la piedra tradicional y un enemigo declarado de todo lo industrial- no hacía falta mucho, aunque en esos momentos, según salía del taxi, como otros viajeros, a la puerta de la misma, no se podía decir que tuviera un ánimo contemplativo. Sin tiempo que perder, se precipitó hacia los andenes de donde salía cada día el expreso nocturno con destino a Barcelona. Era a última hora de la tarde y en nada ya estaba en el interior de la estación, caminando entre personas abrigadas cargadas de maletas y locomotoras humeantes que pitaban en medio del trasiego iluminado por las farolas.
Pla se encaminó hacia la cabecera de ese tren que hacía bastante que no cogía. Cada vez que lo tomaba se acordaba de la primera vez, años atrás, junto con otro periodista que despotricaba contra la costumbre de que los viajeros llevaran guardapolvos.
Siguiéndole la corriente, Pla tampoco se lo puso. En cuanto enfilaron el túnel de la Argentera, un espeso humo de carbón fue infiltrándose por las ventanillas entreabiertas y cubriendo sus camisas blancas y pieles hasta que parecieron más gitanos o mineros recién salidos de la mina, que señoritos barceloneses camino de la capital. ¡Cuántas veces había viajado en aquel expreso nocturno donde coincidían todos los catalanes que tenían negocios en Madrid!
Pero hoy no venía por motivos personales y nada más subir al vagón se apresuró por el pasillo hasta llegar a los coches cama. Volvió a mirar su reloj: tenía quince minutos. Acababa de enterarse de que la tramitación de la denuncia Strauss la llevaría el juez Bellón, magistrado de la sala primera del Supremo, quien, según le había informado la secretaria de Cambó, viajaba hoy a Barcelona. El Gobierno se había preocupado de designar un juez especial, de gran prestigio, para significar que perseguía el esclarecimiento total de los hechos. Comprobando que el vagón restaurante estaba vacío, pasó a los coches cama. Por el pasillo se hablaba de los escándalos del Partido Radical, y alguno consideraba que si ni siquiera las derechas podían tener un comportamiento decente, el régimen estaba acabado.
- Qué quiere que le diga, así es la República. La Niña Bonita nos ha salido rana. En esto ha acabado, y no es más que el principio.
- Señor Bellón… –dijo Pla, asomándose por la puerta abierta del último compartimento.
El juez –se conocían de vista- se hallaba sentado en la cama del sleeping. Estaba arreglando sus cosas y volvió la cabeza con extrañeza. La suspicacia y la alarma se dibujaron en su alargada cara. Todavía no estaban tan lejanos los tiempos en que un magistrado podía ser abatido a tiros por algún anarquista incontrolado, y Pla lo tranquilizó con una sonrisa amable.
- No se preocupe, soy Josep Pla, periodista de La veu de Catalunya y corresponsal en Madrid. Vengo de la parte del señor Francesc Cambó, a quien bien conoce… –Aquello relajó la expresión del magistrado y Pla, sin tiempo que perder, continuó-. El señor Cambó quiere transmitirle un mensaje que puede ser importante para sus gestiones con la Generalitat, en la ciudad de Barcelona… Solo le robaré unos minutos. ¿Le importa si me siento un momento? No se preocupe que pienso bajarme antes de que arranque el tren…
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