Me acuerdo del día en que nos enteramos de lo de Magic Johnson. Recuerdo los detalles. El titular que leí al recoger el periódico del suelo del descansillo cuando salía hacía el colegio. Los comentarios consternados. Aquella rueda de prensa que doblaron en el telediario. Su compañero en el Dream Team Karl Malone hace hoy una descripción precisa de lo que sentimos al ver a Magic ante las cámaras: "Todos creíamos que estábamos viendo a un cadáver andante". El sida es el leviatán de mi generación.
Prevalecían por entonces incontables supersticiones, hijas del miedo. En 1992, lo de compartir vestuario con un portador del VIH era un asunto de debate. De debate, insisto. Igual que la presencia de un alumno infectado en un colegio cualquiera.
Yo por entonces no conocía a Cazuza. El cantante brasileño había muerto poco más de un año antes de que el base de los Lakers anunciara su enfermedad. Murió con 32 años, arrasado. No pesaba ni 40 kilos. Hacía un año que ya no se trataba en Boston. Le habían retirado el visado cuando reconoció la enfermedad. Nadie en Brasil se había atrevido a publicar lo que estaba en boca de todos hasta que Cazuza le espetó a los periodistas de Folha de Sao Paulo aquello de: "¿Tienen el coraje de beber de mi vaso? Escriban que tengo esa cosa maldita".
Para sopesar con justicia de qué manera el mundo va mejorando conviene recorrer la distancia que va desde Cazuza a Charlie Sheen, Magic Johnson mediante.
Sheen reconoció la semana pasada que era portador del VIH en una entrevista a la NBC. Tendrá que cuidarse y seguir los tratamientos, como cualquiera que tenga una enfermedad crónica. Será un tipo saludable y nadie le dedicará una portada como la que la revista Veja le hizo a Cazuza. Tendrá que hacer frente a su irresponsabilidad por no haber advertido a sus amantes del riesgo que corrían. En cualquier caso ese riesgo es infinitamente menor de lo que era hace dos décadas y esto es lo que nos permite sostener que el optimismo tiene una base racional y que, aunque no estemos programados para asumirlo, no existen demasiadas razones para la nostalgia.
A esta reflexión se le podrá oponer el clásico reproche: no todos progresan como nosotros, los prósperos. Pero hasta en eso podemos constatar un triunfo: Entre 2005 y 2013, el número de muertes relacionadas con el sida descendió un 39% en África subsahariana, según datos de la ONU.
Hoy es un buen día para cumplir con el mandato de Paul Johnson. En medio del caos y después de la masacre conviene reservarse al menos una columna para constatar que las cosas, a pesar de todo, van a mejor.