Este fin de semana, y aún hoy también, los yihadistas, sin pegar un solo tiro, han vuelto a ganar: Bélgica sucumbe al estado de sitio en su ciudad principal, atormentada por los planes de los terroristas huidos, mientras el resto de las capitales europeas continúa dolorido por el 13N.
Tras la tensión que lo cierra todo en Bruselas, desde los colegios a los supermercados, incluso las oficinas y las calles, no se puede negar que los pistoleros que consideran que Alá es grande y que en su nombre tirotean a desconocidos han conseguido, al menos en parte, lo que querían: por un lado someternos a su macabra agenda y, por otro, atemorizarnos.
Aunque en realidad lo de ganar, siempre que no exista una puntuación objetiva, sigue siendo relativo: Antoine Leiris, uno de los que más ha perdido en el trágico fin de semana parisino, solo les concede una pequeña victoria: le devastó la pérdida.
Lo contó en una carta a los terroristas que mataron a su mujer en el Bataclan publicada en su Facebook. Le Monde la llevó a su portada, y ya ha dado la vuelta al mundo. La determinación de este periodista de France Bleu resulta irrefutable: su gran victoria, algo que no podrán arrebatarle los terroristas, será hacer feliz a su hijo de 17 meses, a pesar de las balas que quebraron tantas vidas en la sala de conciertos. Su otra gran victoria es que carece de tiempo que ofrecerle a los asesinos: “No tendréis mi odio”, escribe.
En este mundo en el que reaccionamos a todo con extrema velocidad, como si nuestra respuesta inmediata ya llegara tarde, Leiris, tras enterrar a Helène, su esposa de 35 años, no pide que lluevan misiles sobre Siria; tampoco tanques que arrasen Raqa; de hecho, ni siquiera está dispuesto a sacrificar su libertad a cambio de más seguridad. Lo que reclama es que no se extraigan conclusiones rápidas, que no se caiga en la estupidez. Y reflexión.
Pero el mundo surca vertiginoso los acontecimientos, dejando uno tras otro sin siquiera haberlos asimilado, o haber deliberado sobre ellos, y ya ha dado tiempo a que la extraña coalición franco-rusa, cada componente con sus propias razones y una común, bombardee por mar y por aire al bastión del ISIS, provocando más destrucción y más muerte. Seguramente, acribillando también a muchos civiles, aunque nunca los veamos.
Y esto, desde luego, no se parece a la reflexión que pide el periodista francés, sino precisamente a lo contrario: a una acción instintiva, sin estrategia ni objetivos más allá de la represalia, o la venganza.
El Bataclan, donde murió Helène, está situado en el bulevar Voltaire. Qué enorme paradoja. El gran filósofo ilustrado francés era, precisamente, un audaz defensor de la tolerancia y de la convivencia pacífica entre religiones y creencias. Los terroristas, a pesar de su atroz provocación, a pesar de su imperdonable embestida, lograrían abatirlo y afligirlo hasta donde es posible pero, probablemente, tampoco se ganarían su odio.