Cuando estudiaba en el colegio, saqué un "No presentado" en Dibujo. Eso de dibujar, la verdad, no era lo mío; ya había obtenido una nota mediocre en el primer examen de evaluación, y no quería suspender; así que pensé: vaya, qué bien suena eso de “no presentado”. Y, claro, decidí autoexcluirme del segundo examen.
Cuando llegaron las notas a casa, mi padre no supo muy bien cómo tomárselo. "Eso de no presentado… ¿es aprobado o suspenso?", me preguntó, mirándome muy serio y sin saber si felicitarme o si limitar inmediatamente mis horas de televisión en blanco y negro.
Pues es… "no presentado", contesté. Arqueó una ceja al hoy estilo Nadal antes de alterarse bastante, al estilo de los padres de finales de los 70, y me pidió que no le tomara el pelo. "Pero si es la verdad…", aclaré.
- Sí, ya lo veo, dijo, pero ¿eso es aprobado o suspenso?, insistió.
- Pues es… "no presentado", zanjé, como pude.
No le sonó mal, que es como espera Rajoy que se tome la gente su no presentado en los debates electorales. Se trata de un no presentado lánguido, como anémico; como que se puso malo y qué le vamos a hacer: el chico no puede ir, otra vez será.
El de Rajoy es un no presentado del tipo es que estoy ocupado gobernando o narrando la Champions -que viene a ser lo mismo-, y no puedo ir, háganse cargo.
Es, en realidad, un no presentado como el mío en Dibujo, con la diferencia clara de que yo no era presidente del Gobierno, ni pensaba serlo nunca. En mi defensa, expondré que yo tenía más argumentos que él, porque mi profesor de Dibujo de los Escolapios era un impresentable a quien vi golpear a un compañero de clase con todas sus ganas y arrastrarlo por el suelo, y sacarlo del aula a tortas, y estoy seguro de que ni siquiera Pablo haría eso con Rajoy si fuera; lo de sacarlo del plató a tortas, me refiero.
Pero, por si acaso, el presidente no se presenta y que todo el mundo se quede con la duda de si se sabía los ríos o no; de si sabía cuánto era el coseno de pi/2 o no; de si sabía qué hay que hacer para que España se parezca al país que todos queremos, o no.
Lo de que vaya Soraya, como ocurrirá la semana próxima, que él tiene previsto seguir malo en cama para entonces, son las ganas de Mariano de mejorar su no presentado enviando a alguien a que le haga el examen. Es como buscar nota haciendo trampas. Eso, lo reconozco, también lo hice -¿quién no?-: lo de falsificar un DNI y enviar al que sí sabía latín a hacer tu examen era entonces bastante habitual. No es que esté del todo bien, pero bueno, al final me votaron; digo aprobé.
Ocurre, sin embargo, que ya no estamos en los 70, ya no hay profesores como el tipejo aquel, afortunadamente, y querer ser presidente del Gobierno sin presentarse a discutirlo con otros que también lo quieren ser es, como se decía tan a menudo hace poco, mucho morro.
O quizá, pensándolo mejor, si el presidente acaba aprobando, aunque sea por los pelos, será, simplemente, una gran estrategia. La mejor, de hecho, si, como quizá sea el caso, no te lo sabes.