Resumen de lo publicado.-Navarrete y su amigo Lenin han cometido un atraco en el centro de Madrid. Juan Ramón Jiménez opina sobre los nuevos poetas españoles.
El joven estaba nervioso. El tranvía le había dejado en el cruce con Serrano, y bajó hasta el número 38 de Pradilla. Era la primera vez que visitaba a alguien tan famoso. La interviú era para la nueva revista que habían montado un puñado de alumnos de la Residencia de Estudiantes. Una revista ingenua, amateur, pero hecha con entusiasmo, y cuando habló por teléfono con Zenobia –Juan Ramón jamás se ponía- tartamudeó de tal manera que suscitó su simpatía. "Normalmente no da entrevistas, pero como usted me ha caído en gracia voy a ver si le convenzo…". Le dio las señas de esta casa, en pleno barrio de Salamanca.
-¿Buscaba usted a alguien, joven? –le preguntó el portero, saliéndole al paso.
-Tengo una cita con don Juan Ramón Jiménez. Me está esperando en su domicilio. Es para una entrevista.
El portero le indicó el piso –un bajo- y le acompañó hasta la puerta, como si desconfiara. El joven llamó. Al poco le abrió Zenobia, bien vestida y elegante. La mujer del poeta lo acogió con una sonrisa y lo llevó hasta un despacho. Le indicó que esperara. El joven observó a su alrededor. La habitación era amplia y confortable. La decoraban un espejo de marco dorado y varios cuadros antiguos, paisajes decimonónicos, provenientes seguramente del comercio de antigüedades de la esposa de Juan Ramón. Miraba uno de ellos cuando llegó el poeta.
- Buenos días –dijo, cohibido.
Juan Ramón, calvicie incipiente, canas en la barba, ojos cansados, le indicó que se sentara en el diván y se interesó por la revista. El joven, enrojeciendo, farfulló que era una nueva iniciativa de la Residencia. "Claro, la Residencia", murmuró Juan Ramón. El poeta consideraba que aquello era un vivero de enemigos estéticos, donde no hacía tanto Neruda había dado una conferencia, y el estudiante aprovechó para felicitarle por el éxito de sus últimos libros.
-Gracias. Al final he triunfado de la crítica cerril de antaño. Pero ¡qué bellos los tiempos de la juventud! Juventud, divino tesoro, como dijera Rubén. No la dispense –añadió, viendo que el joven sacaba la libreta- y, si me hiciera caso, trabajaría de memoria. Nunca he creído en la retranscripción no filtrada de la realidad.
-Discúlpeme, don Juan Ramón, pero como es mi primera entrevista, me siento más cómodo… Me gustaría, como va a ser una revista dirigida a la juventud, preguntarle qué opina de los nuevos poetas.
-Supongo que se refiere a García Lorca, Alberti y el resto de esos universitarios que se las dan de modernos y no hacen más que plagiarme callando mi nombre –Juan Ramón difícilmente disimulaba su irritación -. Con su actitud desorientan al público y a la crítica, que nunca ha entendido nada. Tengo anotados todos los plagios que me hacen, de concepto y hasta de letra… Mire usted. –Se fue a un escritorio y sacó tres libros y varias revistas donde había subrayado versos -. Lo pienso recoger en un folleto y editarlo para que todos sepan a qué atenerse. En España no hay nadie más que Machado y yo en poesía. Solo nosotros nos conservamos puros. Estos poetillas universitarios son unos cucos que nos despojan y fingen ignorarnos.
-Pero sus versos se leen mucho, y su Platero es tremendamente popular –dijo el joven, que empezaba a lamentar haber llamado a la puerta de los dioses.
-Desde luego, tengo mi público, una minoría selecta. En Norteamérica la Hispanic Society edita mis libros, y en las universidades sirven de tema para tesis. Pero es amarga esa incomprensión para alguien que ha influido tanto en la nueva generación. Mi Diario de un poeta reciencasado abrió el camino a la imagen nueva que muchos pretenden haber descubierto –dijo Juan Ramón. Sus manos acariciaban las barbas plateadas del resentimiento.
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