El histórico triunfo el domingo de la oposición en Venezuela no permite sin embargo ser demasiado optimistas sobre su capacidad para superar sin dificultades ni sobresaltos 17 años de pesadilla chavista. La Mesa de Unidad Democrática aplastó en las urnas al Partido Socialista Unido de Nicolás Maduro, al haber obtenido de momento 99 de los 167 escaños de la Asamblea Nacional: aunque quedan por repartir 22 diputados ya es evidente que la oposición contará con una mayoría muy holgada.
En teoría, el bloque ganador tendría fuerza suficiente para intentar revertir en el Parlamento la ley que permitió a Hugo Chávez copar el Tribunal Supremo de jueces afines en 2004, aprobar una amnistía para excarcelar a los 80 presos políticos e incluso iniciar la reforma la Constitución.
No obstante, como las presidenciales no se celebrarán antes de 2017, la parálisis institucional parece insalvable mientras los hombres fuertes del régimen no decidan ser consecuentes con el resultado de las urnas. Esta posibilidad sigue siendo remota pese a que el anuncio el domingo del ministro de Defensa, en el sentido de que respetaría la legalidad democrática y constitucional, alejaría en principio las tentaciones golpistas del presidente Maduro, que la semana pasada dijo estar preparado "militarmente" para defender la revolución.
Sencillamente, no existen garantías suficientes que permitan identificar la falta de carisma de Maduro con un compromiso firme del estamento militar con un poder legislativo en manos, a partir de ahora, de quienes han dirigido la oposición al régimen.
Estado de carestía sin parangón
Por si fuera poco, a la situación de incertidumbre institucional se suma un estado de carestía y violencia sin parangón en el resto de Latinoamérica. El desplome del precio del crudo y la crisis han dado al traste con la mezcla de derroche asistencial y caudillismo en la que se basaba el denominado socialismo del siglo XXI.
Después de 17 años de bolivarismo, Venezuela es un estado al borde del abismo. Pese a ser uno de los países más ricos del mundo, debido a sus reservas de gas y petróleo, el país está desabastecido, vive sumido en la violencia, sufre una corrupción rampante con vínculos flagrantes con el narcotráfico y depende financieramente de los préstamos chinos.
En esta encrucijada es fundamental el respaldo de la comunidad internacional, cuyos líderes han celebrado el triunfo electoral de la oposición. La normalización democrática de Venezuela exigirá grandes dosis de prudencia. Los vencedores ya han dicho que buscarán la reconciliación nacional, un compromiso de cautela imprescindible para intentar sacar adelante las reformas que necesita el país.
Las elecciones venezolanas no se pueden comparar a las celebradas hace apenas dos semanas en Argentina, en las que Mauricio Macri dio carpetazo a doce años de kirchnerismo, porque la realidad de ambos países es muy distinta. Con todo, es indudable que estos comicios estaban planteados como un plebiscito que, con fortuna, podría anticipar el principio del fin del bolivarismo.