Twitter no es periodismo: lo decía Màxim Huerta pero toca repetirlo por la última víctima de la confusión creciente entre estos dos ámbitos: mi compañera de columna Marta Rivera de la Cruz. El periodismo es un oficio que implica vocación, compromiso y deontología -en variables destilaciones-, mientras que a la red no hay modo de presuponerle nada. Si un periódico es una sociedad que conversa con cierto orden, Twitter es una corrala en festivo o un bar de carretera a la hora del coraje, raíz semántica de carajillo.
La combinación creciente de periodismo y Twitter da lugar a toxicidades groseras. Rivera de la Cruz ha sido apalizada por los mismos compañeros que clamaron contra la lapidación de Guillermo Zapata. Se ha querido levantar un cadalso forzando la asimilación, pero nada tienen en común el pérfido sentido del humor del concejal de Ahora Madrid y el pésimo control de riesgos de la candidata de Ciudadanos en su actividad tuitera. La mujer ha debido de salir escaldada porque desde que la emplumaron apenas piola, ni sus explicaciones en EL ESPAÑOL han tenido eco en Twitter pese a que estamos en campaña y pese a la disponibilidad conocida de los hombres y mujeres del joven que quiere ser Kennedy.
Si quieren conocer a un tipo pídanle un chiste. Por sus bromas conocimos al muchacho Zapata, que, para más inri, quiso zanjar el asunto arguyendo una razón elocuente de su singular humanidad: "humor negro", ¡toma combo!
Y si quieren conocer a un medio fíjense qué tipo de entrevistas censura o cómo ahorma sus titulares.
Del zagal Zapata se debe decir que pidió disculpas y se puede señalar el aprovechamiento que sus rivales hicieron de sus despreciables bromas sobre el holocausto o la mutilación de Irene Villa por los secuaces de ETA. Pero del asunto Rivera no hay más conclusión que la manipulación de unos tuits irónicos sobre quienes anteponen al crimen sus "explicaciones políticas" sin reparar en la carga atenuante que implica este razonamiento.
A partir de ahí, el bar en armas elevado a noticia, mezclado con la equivocación de Marta Rivera al defender que puede ser incomprensible que un mismo delito merezca distintas penas: es decir, nazi y machista. Con tales ingredientes el morteruelo ha resultado intragable, por más que el asunto ha servido para rescatar la pasión de Zapata pretextando que su "linchamiento" fue un "mal precedente".
Uno no es un moralista y abreva en la barra Twitter más o menos torpemente. Pero el asunto trasciende el caso Marta Rivera porque obliga a pensar sobre la ventana de oportunidad que el nuevo periodismo -que se apoya y nutre de las redes sociales- abre al amarillismo.