En esta campaña electoral que ya afronta la recta final, algún político se ha sentido en la obligación de decir que había leído a Kant. Y algunos comunicadores han escrito sobre lo importante que sería para la política que quienes aspiran a los cargos de gobierno fueran lectores de obras filosóficas. Algún político ha ido más lejos y ha afirmado que él introduciría reformas en los planes de estudio para que la filosofía tuviera el lugar que merece en la educación.
Leer a Kant puede llegar a ser una ordinariez. Sobre todo si se hace para aparentar lo que no se es: una persona culta. Y, más aún, si se afirma haberlo leído sin ser cierto. Más les valdría a quienes así actúan leer alguna breve introducción a la Historia de la Filosofía que les pusiera al día de lo importante que es el sentido histórico de la existencia humana. Para saber, al menos, que hubo otros filósofos anteriores a Kant y que después de éste ha habido otros muchos que se han ocupado de reflexionar sobre el mundo y el hombre. El pensamiento tiene algo de realidad orgánica, de crecimiento que se produce sobre la bases que otros han construido. Como la ciencia.
Claro que el político debe ser una persona culta, cultivada. Pero eso se consigue también mediante el conocimiento de otras ramas del saber como la historia o la literatura, la geografía o las matemáticas, por poner solo unos ejemplos. Sin embargo, la sabiduría del político debería ir por otro camino.
Hay una sabiduría que puede alcanzarse sin libros; estos sólo nos ayudan si nos hacen crecer como personas
A mí me asombraron por su verdad unas palabras de Ernst H. Gombrich, el afamado autor de La Historia del Arte, en una joya que dedicó a su nieto: Breve Historia del Mundo. Al contarle la historia de los antiguos egipcios escribió: "¿Quieres oír un refrán escrito por uno de ellos hace 5.000 años? Tendrás que prestar un poco de atención y reflexionar bien acerca de él: «Las palabras sabias son más raras que el jade; y, sin embargo, las oímos de boca de pobres muchachas que dan vueltas a la piedra de moler»". Hay una sabiduría -la única que merece tal nombre-, que puede alcanzarse sin los libros, aunque estos puedan ayudar si su contenido nos hace crecer como personas.
Por eso me parece que este pensamiento de Marco Aurelio -del que quizás haga yo una interpretación un tanto libre- establece una equivalencia entre leer y una cierta forma de vivir que merece ser considerada: "No te es posible leer. Pero dominar la cólera sí es posible. Pero controlar los placeres y los dolores sí es posible; pero estar por encima de la vanagloria sí es posible; pero no enfurecerse con las personas insensibles y desagradecidas, más aún, preocuparse de ellas, sí es posible". Es como si nos propusiera: procura comportarte de este modo y alcanzarás la sabiduría que ahora no puedes conseguir por medio de la lectura.
Podemos decir que existe una barbarie de los que leen, una deshumanización 'ilustrada'
Los libros no valen demasiado si no ayudan a conseguir ese perfil humano que parece propugnar Marco Aurelio. Los libros no sirven si no nos ayudan a ser hombres o mujeres en sentido cabal. El no tener esto en cuenta hace que exista una barbarie de los que leen, una deshumanización ilustrada, porque al escoger las lecturas no se ha elegido el camino de la verdadera humanidad.
Luis Goytisolo escribía hace algún tiempo "¿Qué importancia tiene el logro de que cada vez haya menos analfabetos? Lo importante no es saber leer, sino utilizar ese saber de forma que contribuya eficazmente a la formación del individuo, a un mejor conocimiento del mundo y de sí mismo que le permita vivir la vida con la mayor plenitud posible". Y advertía del peligro de esa "tendencia a la liquidación de un conocimiento de la vida que desde los griegos ha dado la medida del progreso humano".
El saber del político, más allá de cuestiones técnicas, ha de ser el de conocer a las personas y sus problemas
El saber del político, dando por supuesto la necesidad de una competencia técnica -si se puede hablar así, sobre el gobierno-, está necesitado de la actitud vital de aquellas muchachas egipcias que daban vueltas a la piedra de moler. Necesitan de un conocimiento de las personas, de sus necesidades y problemas, de un acercamiento a sus angustias y también a lo que constituye para ellas motivo de felicidad, sin necesidad de programarlas para conseguir un dominio que les constituya en esclavos.
El político necesita adoptar permanentemente una actitud de respeto ante cualquier persona, que se traduce sobre todo en la lealtad y la veracidad. Y esto se puede aprender ya desde la familia, en la escuela, en la convivencia, sin necesidad de leer a Kant. Leerlo puede tener, para algunos, una consecuencia nefasta: incapacitarles para ejercer su papel, al instalarles en un mundo ajeno a las preocupaciones de los hombres.
*** Juan Andrés Muñoz Arnau es profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de La Rioja.
*** Ilustración: Jon G. Balenciaga.