El del pasado lunes fue el último debate del siglo XX. Una antigualla en blanco y negro montada para el sostenimiento de un bipartidismo inane, también informativo, que afortunadamente se esfuma para no volver. Un debate añejo y casposo tanto en las formas como en el fondo que ganaron los ausentes por el simple hecho de no estar ahí. Un cara a cara que dejó al desnudo el desgaste, la falta de ideas y de ambición de los dos grandes partidos de este país que cada vez habitan más y más alejados de sus conciudadanos; un cara a cara en el que la mentira se convirtió en argumento, las medias verdades en verdades absolutas y el engaño en virtud. Una pelea barriobajera capaz de aniquilar cualquier atisbo de esperanza y que proyectaba un país del que más vale salir corriendo. "El hambre de voto genera monstruos", escribía este mismo lunes en EL ESPAÑOL Peio Riaño al intentar enriquecer esta patética campaña electoral con algo de la sapiencia de Antonio Machado a través de su heterónimo Juan de Mairena. Porque monstruos fueron Rajoy y Sánchez. Monstruos que más que devorar a sus contrincantes acabaron devorándose a sí mismos. Y a todos nosotros.
Pedro Sánchez, que fue el menos monstruo de los dos protagonistas, no acabó de rematar un debate que parecía ser su última oportunidad de dar un puñetazo en medio de una campaña en la que todavía no ha dado el nivel que se le presumía. Su principal problema no fue, como le reprochan, la mala educación de señalar que Mariano Rajoy no es una persona decente -palabra ajustada si tenemos en cuenta el "sé fuerte Luis", los sobresueldos, las cajas de puros, Gürtel, Púnica, los arquitectos de Génova y las mil y una informaciones sumariales que afectan tanto por acción u omisión al partido que él todavía preside… ¿cómo si no deberíamos llamar a todo esto?-, su principal problema fue ser incapaz de hacerse creíble con el resto. El candidato del PSOE tiene graves dificultades para que aquello que expone, salvo excepciones, no pase de ser una retahíla de tópicos y lugares comunes, sin más chispa que la provocada por un argumentario de cartón piedra. Hay que valorar que fuera atrevido y decidido. Y sobretodo valiente, aún sabiendo que la palabra corrupción ha estado y sigue estando demasiado cerca de la calle Ferraz desde mucho antes de que él llegara. Habló sin cortarse de Bárcenas, de los SMS, de la corrupción a espuertas de los populares… Se echó encima de un Rajoy que amenazaba con evaporarse del plasma, que parecía pedir ayuda a derecha e izquierda, que parpadeaba continuamente, que boqueaba como aquellos peces a los que les falta oxígeno. Pero Sánchez se quedó ahí, sin llegar hasta el final por falta de solidez, permitiendo incluso que una parte de los televidentes llegaran incluso a sentir lástima del pobre perro apaleado.
"Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente" debe de ser una de la frases de Groucho Marx que más gusta a Jorge Moragas, jefe de campaña del presidente del Gobierno. Con ella se explica que le haya construido a su candidato un camino electoral sin espinas y sin más debate que el estrictamente necesario. Y con ella se explica también el desánimo de los populares tras el revolcón sufrido en el único debate celebrado por el candidato. Un revolcón sin paliativos. Lo peor que puede decirse de Mariano Rajoy es que el lunes estuvo al nivel que se esperaba. Nadie esperaba más, ni tan siquiera los suyos. Convirtió, sobre todo él, la mentira en argumento, las medias verdades en verdades absolutas y el engaño en virtud. No se molestó en disimular ninguna de sus limitaciones ni tuvo un solo segundo de autocrítica. Se le vio apático, cansino y cansado. Sin reflejos. Él es así y así, debe pensar, ha llegado a presidente del Gobierno. Rajoy fue a vender su libro de páginas en blanco y sólo se activó cuando le llamaron indecente. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Se vio claro que se desenvuelve mejor con Bertín que con Bárcenas, e infinitamente mejor con María Teresa que con Esperanza. Se gusta más con las fichas de dominó en las manos y el habano entre los dedos que rebatiendo con la contundencia que debería hacerlo un verdadero líder. Le importa un bledo que la mayoría de los analistas económicos -especialmente- y políticos que siguieron el debate llegaran a la conclusión de que miente más que habla. En este país la sinceridad esta sobrevalorada, debe pensar. Los ciudadanos le damos pereza. Y mucho me temo que si no lo impedimos el domingo con nuestro voto estamos condenados a cuatro años más sin esperanza.