La culpa la tiene el fútbol o los americanos. Qué se yo. Llevamos toda la vida jugando a indios y vaqueros como en las novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Y así andamos todavía. Moros o cristianos. Blancas o negras. Azul o rojo. Mar o montaña. Liso o gotelé. O simpatizas con el Barça o con el Real Madrid. Y si no perteneces a uno u otro te pierdes en la espiral del silencio y te tragan los faunos. La polarización ha hecho siempre más fácil la decisión: buenos o malos. Local o visitante. Susto o muerte.
Yo, incrédulo, pensé que los nuevos partidos llamados emergentes venían a ofrecer consenso y a abanderar las telas del diálogo. Pero no. Todos, viejos y nuevos, llevan semanas abanicándose con el discurso de Luis XIV: el Estado soy yo.
Seguramente tenéis razón en el argumento de la perversidad y malicia del bipartidismo a la norteamericana, pero resulta que ahora tenemos exactamente el doble. Dos y dos. Y en lugar de pluralidad parece que me he quitado las gafas. Haga usted mismo, querido lector, las combinaciones. La teoría política y el sentido común dicen que la presencia de más partidos es maravillosa: más voces y más pluralidad en el parlamento sin mayorías absolutas implica diversidad. Obvio. Hay que buscar consensos, las leyes serán meditadas y las decisiones filosofadas, rumiadas y bien caviladas. Oh, qué ponderación. El diálogo. El ágora griego. El equilibrio. La democracia pura y blanca. Aplausos. ¡Bendito seas voto entre todos los votos y bendito el fruto de tu urna, Jesús!
Pero en este ejercicio de marketing mediático, los viejos y los nuevos partidos no han hablado de diálogo y nos han vendido lo mismo. Poco programa, poca propuesta y mucho humo. Sólo he oído: el otro o yo.
Esta campaña pasará a la historia porque hemos dejado de jugar al fútbol para comernos unos a otros en el parchís. Cuatro colores y cuatro cubiletes. Dejando de lado a Garzón y a Herzog porque "molestan" en el nuevo bipartidismo de cuatro colores. No hay sitio para ellos. ¿No pregonaban todos pluralidad? Al final, ficha blanca decide.
Y así andamos, digo. Son las últimas horas para decir que el naranja no es como el azul, que el morado no quiere al rojo, que el rojo puede con el azul y que el azul teme la mezcla del resto. Qué marrón. Vayan limpiando los pinceles señorías para el domingo porque toca mezclar óleos en el lienzo de la legislatura.
Como quien aplaca al niño para que no llore: "ya está cariño, ya está, no es nada, ya pasó". El lunes, Dios dirá.
Se acabaron por hoy los abrazos a señoras en los mercados, los besos a los niños, las frases ingeniosas del nuestro y atroz si es del otro, los carteles, los debates, los comentaristas de fondo, los atriles, los hipsters, los viajes, las plazas llenas, los aplausos, los autobuses forrados, la propaganda y las farolas con pendones. Ahora viene lo bueno: confirmar las mentiras. Porque ahora, a buen seguro, en un despacho tocará tomar café con aquel demonio que enviabas al infierno. Y tan amigos.
El cinismo se acaba esta noche. Empieza otro: el del aguarrás.