Resumen de lo publicado.- Azaña se muestra confiado de ganar las nuevas elecciones. Ángel Navarrete, el último de los autores del atraco de la Villa que queda por detener, sigue desaparecido.
El viaducto había sido el puente de hierro que salvaba, por lo alto, la gran hondonada de la calle de Segovia. Desde arriba se tiraban al vacío, tradicionalmente, los suicidas, y abajo, por donde circulaban los tranvías, había alguna losa partida en pedazos en la que alguien había grabado una cruz. La gente que pasaba solía mirar hacia arriba, por prevención; y por arriba se miraba alrededor, con morbo, por si merodeaba cerca algún desgraciado. Según escribiría Barea más tarde, el piso del viaducto en aquellos tiempos temblaba cuando pasaban los soldados a caballo. También, a lo largo de la barandilla, paseaba una pareja de guardias con la misión de evitar que los suicidas se tirasen y los desesperados, precavidos, debían esperar a que fuera de noche, tarde, para esquivarlos.
Con los años, la vieja estructura de hierro se había sustituido por un moderno puente de hormigón, aunque todavía no estuviese acabada la obra. Esta noche quienes cruzaban el viaducto eran Cansinos y Assens, prestigioso crítico y traductor, poeta, memorialista y autor de novelas de ningún éxito, y media docena de escritorzuelos en ciernes, que se le arrimaban para ver si se les pegaba algo de su cultura. Cansinos, necesitado de adulación, tenía por costumbre dejarles que lo acompañaran a su casa, al otro lado del viaducto, después de la tertulia, y aprovechaba el camino para seguir pontificando.
Hoy su víctima era Baroja. Lo llevaba despellejando desde que se le había nombrado miembro de la RAE.
-Nada menos que Baroja, el escritor menos formal de este país. Y lo nombran, desde mayo, académico. Ya tiene su sillón con su letra correspondiente en ese Olimpo donde figuran las medianías gloriosas que hacen de limpiabotas: limpian, fijan y dan esplendor. ¡El autor de Mala hierba! ¡El despreciador de la gramática, el hombre que no sabe si se ha de decir "bajó en zapatillas por la escalera" o "bajó de zapatillas", convertido en uno de sus sacerdotes, el hombre rebelde y huraño haciéndose recibir entre prelados melifluos…!
A Cansinos le costaba disimular la envidia. Él, autor de tantísimas traducciones y mil artículos y libros de todo tipo, había trabajado el idioma mucho más que Baroja. Había leído diez veces más, e intrigado el doble. Conocía los entresijos del mundo literario como nadie. Pero nada de ello le había valido el reconocimiento, y al cabo de los años seguía viviendo en la misma buhardilla destartalada, con su hermana, y pasando privaciones a su entender indignas de su aristocrática cultura.
- ¡Baroja, el iconoclasta, vestido de frac y luciendo su medallita con el gesto compungido de Ricardo León!
El hecho era chocante. Alguno lo interpretaba como una claudicación y una nube de reporteros había caído sobre el antiguo anarquista para comprobar si seguía siendo el mismo hombre. Pero Baroja los había recibido sin dar importancia a su elección y explicando que había aceptado por no desairar a sus amigos.
- No tiene problemas en besar el anillo del obispo de San Luis de Potosí, ni en escuchar reverente el Venicreator Spiritus que encabeza las sesiones. Pero seguirá escribiendo, como siempre, sin hacer caso de la gramática…
- ¿Y tan malo es eso? –se atrevió a decir uno de sus acompañantes -.¿Por qué don Pio no había de ser académico, como su amigo Azorín? ¿No es eso un triunfo del espíritu libre en el vestusto templo del idioma?
- Lo peor es que don Pío es un hombre callejero, que ni siquiera asiste a tertulias de café, con lo cual no hará gran uso de su sillón y ni siquiera tendremos la novela de la academia y los académicos…-terció otro de los jóvenes, secretamente barojiano.
Nada de lo que hablaba aquella gente parecía presagiar la tragedia que estaba a punto de cernirse sobre todos.
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