El fin del bipartidismo el pasado 20-D no está teniendo su correlato en un cambio de la cultura política a la hora de afrontar las negociaciones poselectorales. Diez días después de los comicios generales, y una vez constatada la enorme dificultad de los partidos para alcanzar un pacto de investidura que garantice la gobernabilidad de España, tanto la Moncloa como Ferraz han hecho del inmovilismo su principal estrategia.
Se puede alegar que es lógico que tanto Mariano Rajoy como Pedro Sánchez, legítimos candidatos de los dos partidos mayoritarios, intenten presidir el próximo ejecutivo y quieran hacer valer sus posiciones antes incluso de empezar a tantear sus apoyos, ya que con la aritmética parlamentaria es inobjetable que quien pretenda ser investido necesitará el respaldo o la abstención de otras formaciones.
Descartada una gran coalición
Puede parecer normal incluso que, una vez descartado por el PSOE cualquier pacto con el PP, lo que impide de momento la alternativa de una gran coalición con Ciudadanos que garantice la estabilidad que necesita España para emprender las reformas pendientes, el presidente y el líder socialista exploren sus posibilidades.
Pero no deja de ser sintomático que los dos grandes perdedores de las elecciones, los mismos dirigentes y equipos que han cosechado para sus partidos los peores resultados de su historia, se muestren tan taxativos e inflexibles. Resulta que después de haber perdido la confianza de cinco millones de votantes -el PP perdió 3,5 millones de votos y el PSOE más de 1,5 millones- los dos máximos representantes del bipartidismo insisten en hacer de la trinchera su única respuesta al varapalo recibido en las elecciones.
El PP, sin renovación
Mientras el presidente negaba este martes la evidencia de que su candidatura es el principal obstáculo para encauzar un acuerdo entre partidos y aseguraba que si hay que repetir elecciones él volverá a ser el candidato del PP, el responsable de Organización socialista, César Luena, insistía en que el PSOE retrasará la celebración del preceptivo congreso interno que piden los barones.
Tanto uno como otro intentan blindar a toda costa sus liderzagos. Rajoy ha pasado de decir que él se presentaría para lidera de nuevo el PP en caso de celebrarse un congreso -como pidó Aznar- a cerrar la puerta a la renovación de su partido. Su obstinación contrasta con que ya ha habido voces en el PSOE, como la de Guillermo Fernández Vara, que han dejado caer la necesidad de que el PP presente otro candidato para llegar a un acuerdo. La actitud del presidente es comparable a la de Artur Mas en Cataluña, que después de tres meses con la Generalitat en funciones admite que la CUP puede vetarlo como presidente, pero no como candidato.
Sánchez, en manos de Iglesias
En cuanto a Pedro Sánchez, es evidente que prefiere entregar su futuro político al resultado de una negociación destinada al fracaso con Podemos, ya que los barones no aceptarán nunca el derecho a decidir que defiende Pablo Iglesias, a someterse al juicio de su partido cuando corresponde, según los estatutos.
Pablo Iglesias se muestra igual de inmovilista en sus posiciones porque cree que saldría más fortalecido si se repiten los comicios. Tan solo Albert Rivera está dispuesto a respaldar una gran coalición con tal de no someter a la ciudadanía a la tensión de unas nuevas elecciones. Pero lo ciertamente preocupante de momento es que ninguno de los actuales candidatos de los dos únicos partidos con alguna posibilidad de formar Gobierno hayan dicho todavía que España no puede permitirse el lujo de tener un ejecutivo en funciones durante meses. La actitud de Rajoy y Sánchez está siendo la prueba palmaria de hasta qué punto la vieja cultura política puede ser incompatible con el nuevo tiempo.