El proceso independentista se salva in extremis tras devorar a su principal muñidor. Artur Mas ha intentado presentar este sábado su renuncia en favor del alcalde de Girona y presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia, el convergente Carles Puigdemont, como un sacrificio personal en aras de la continuidad del plan soberanista. Pero lo cierto es que su inmolación política no ha respondido a un arrebato de generosidad de última hora, sino a un calculado control de daños dado el callejón sin salida al que se veía abocado.
La negativa de la CUP a respaldar su investidura y, principalmente, el rechazo de ERC a reeditar Junts pel Sí con él como candidato han terminado provocando su renuncia como aspirante a la reelección después de tres meses de negociaciones fallidas entre las facciones independentistas.
En la tesitura de firmar el decreto de disolución del Parlamenrt y convocar nuevas elecciones en marzo, Artur Mas intentó el viernes blindar su liderazgo al frente del proceso -este viernes- con un movimiento inesperado, al ofrecer a ERC entrar a formar parte del Govern en funciones a partir del lunes. La negativa de los republicanos a reeditar la coalición atando de nuevo su suerte a la de Mas es lo que ha precipitado este nuevo escenario, que permite al mismo presidente que ha dividido a la sociedad catalana, que ha destrozado a su partido y que ha acabado generando enormes focos de tensión en el independentismo presentarse ahora como generoso servidor de la patria y como legítimo tutor del nuevo tiempo.
La asimilación de la CUP
De ahí el empeño que ha puesto Mas durante su comparecencia en hacer pasar su renuncia táctica como un sacrificio personal; su insistencia en presentar a Carles Puigdemont como su elegido para recoger el testigo del procés; y su empeño en subrayar los "errores" de la CUP, que con este acuerdo se compromete formalmente con Junts pel Sí.
De hecho, la incorporación de los antisistema al matrimonio de conveniencia independentista entre convergentes y republicanos es la clave de este pacto in extremis que permite a Mas apuntarse el tanto de la domesticación de la CUP. En contrapartida a la renuncia del heredero político de Jordi Pujol los antisistema votarán como presidente este domingo en el Parlament al número 3 de la lista de Junts pel Sí por Girona -en lugar de a Junqueras o Romeva como querían- y comprometen su disciplina de voto en el futuro. No en balde, dos de los diez diputados cupàires se sumarán a la coalición entre convergentes y ERC para cederles la mayoría de 64 diputados que no obtuvieron en las urnas, frente a los 63 que suman las demás fuerzas, y que -con las abstenciones del resto de parlamentarios anticapitalistas- permitiría a Junts pel Sí sacar adelante cualquier iniciativa.
Nuevo escenario nacional
El pacto entre los partidos independentistas también posibilita a Mas aparentar ante el secesionismo que salva la honra tras perder los barcos. Y da un importante balón de oxígeno al plan soberanista y abre un nuevo escenario a nivel nacional. Los partidos independentistas han sabido aprovechar la situación de bloqueo político e institucional en España tras el 20-D para ultimar su pacto. Esta gran coalición por la ruptura obliga a los partidos constitucionalistas a estar a la altura de las circunstancias para poder responder con solvencia al desafío.
Artur Mas ha acabado sirviendo de alimento a la criatura que él mismo creó para que el monstruo continuara con vida. Clave del acuerdo entre fuerzas tan dispares como la CUP y las que integran Junts pel Sí es que han encontrado un candidato de consenso. La sociedad no entendería que en Cataluña, después de tres meses de negociaciones fallidas y enfrentamientos internos los partidos secesionistas sea capaces de ponerse de acuerdo mientras en España los grandes partidos constitucionalistas siguen cada uno en su trinchera.