La cantidad de amigos catalanes que me he venido echando en los últimos tiempos, antinacionalistas todos menos uno, me ha ayudado a escapar de la dialéctica tramposa del nacionalismo, que establece que hay un conflicto entre Cataluña y España. No. Si hay un conflicto, es porque los nacionalistas lo han creado, caprichosamente. Y no es en primer lugar con España, con su España mental, sino con los catalanes que no son nacionalistas. Son estos el estorbo para sus delirios que les queda más a mano.
La dialéctica Cataluña-España es aberrante y abusiva, porque en su proyección abstracta violenta a unos seres concretos: los catalanes no nacionalistas. Estos asisten de pronto a la invasión de su propio país por parte de una porción de sus paisanos que se arrogan la posesión del país entero, para sacarlo de quicio. Lo que está pasando sería aberrante y abusivo aunque los independentistas fuesen mayoría. Y lo es aún más cuando apenas alcanzan el 48% del electorado. Están “junts” entre ellos: el 52% está separado. Al crisol del nacionalismo le falta más de la mitad de la “nación”.
No es de extrañar, pues, que sea una misión prioritaria para ellos extranjerizar a quienes se oponen. No es ya que los españoles pasen a ser extranjeros en Cataluña; es que a los propios catalanes se les niega (en tales usos retóricos, para empezar) la condición de catalanes. Hace un par de años traduje la Historia mínima del siglo XX, de John Lukacs (ed. Turner). Desde entonces, dado nuestro desdichado momento, no hago más que recordar lo que dice de la Alemania de entreguerras: “Cuando el nacionalismo sustituyó a las versiones antiguas del patriotismo, se buscó enemigos entre los conciudadanos”.
Esta distinción entre nacionalismo y patriotismo viene de una frase autobiográfica de Hitler: “Yo era nacionalista, pero no patriota”. Artur Mas y los suyos podrían decirlo también. Hasta el mismísimo Godwin estaría de acuerdo en que lo de la “democracia corregida” de ahora, como lo de que al pueblo (¡al Volk!) “no lo pararán ni tribunales ni constituciones” de hace unos años, invita a traer a Adolf a la conversación.
Los nacionalistas hablan de “junts” y hablan de “tots”, y esta apropiación deja en una incómoda nebulosa civil (frágil, vulnerable, marginada por definición) a los que no están juntos con ellos ni pertenecen a ese todos que se arroga el 100% cuando no es más que el 48%.
El nuevo jefe del circo castizo es ese Puigdemont que algunos ya invitan a pronunciar (¡asentirá otra vez a Godwin!) Putschdemont. El hombre, más fiel a este mote que a su apellido, hablaba de expulsar a “los invasores” de Cataluña, como los belgas expulsaron a los nazis. Llamando de este modo invasores nazis a los que son tan belgas o catalanes (¡o españoles!) como él, el tío nazi.