Me siento a escribir la siguiente columna medio llorando por razones que al lector le pueden dar hasta risa. Es posible que el lector no sospeche lo llorona que yo soy cuando no me propongo disimularlo a sangre y fuego. Ejemplo: me ha hecho llorar la muerte de David Bowie. Yo en general paso de la música pop y de sus ídolos como de los reyes godos puestos en fila. Pero existe una canción de Bowie, Wild is the wind, que se me parece más que una gota de agua a ninguna otra. Una canción que es casi yo. Entonces Bowie muriéndose así sin avisar y a traición me deja tarareando a solas lo que sólo él y yo sabemos... de mí.
Segunda llantina épica de la temporada: la suscitada por la magistral, cinematográficamente soberbia, conmovedora primera aparición del viejo Han Solo, con Chewbacca en los talones, en la última entrega de la serie Star Wars, la primera que ha vuelto a emocionarme como la primera (redundo adrede). Tranquilos que esto no es un spoiler. Yo me eché a llorar en medio del cine cuando todavía no había pasado nada. Simplemente había visto entrar por la puerta del Halcón Milenario al héroe del hiperespacio de mi niñez.
Tomas edad y distancia y te das cuenta de que tus héroes lo son, y lo son tan intensamente, por algo. Porque encarnan algo que hoy tú ya no sabes dónde se fabrica, si es que se fabrica aún. Fulgores de verdad y de belleza, de deslumbrante coraje vintage, enterrados bajo toneladas y toneladas de chatarra cósmica.
Y como no hay dos sin tres, para acabar de llorar a moco tendido nada más me faltaba la investidura de Carles Puigdemont como 130º president de la Generalitat. Dicen que en el resto de España están nerviosos y que no les van a pasar "ni una". Pues qué bien.
Entonces, ¿qué necesidad había de dejarles pasar tantas como han ido colando hasta ahora, haciendo pedorreta de las leyes y de los votos? ¿El dret a decidir era esto? ¿El derecho a pasarse por el arco del triunfo (o del fracaso...) el resultado real de las elecciones? Atención que este Puigdemont puede no ser sólo "Mas de lo mismo". Ser de Girona imprime pasión y carácter (lo sé porque yo también soy de ahí) y un plus de convencimiento que para bien o para mal no cabe en la cínica pechera de Artur Mas y otros indepijos de Can Fanga (Barcelona).
Hace tiempo que el prusés se cuece como una carlinada antimetropolitana. Como una deliberada autopueblerinización aguda: si no podemos ser Estado, ¡seamos más de pueblo que nadie! Jordi Pujol tampoco era fino ni se peinaba y miren a dónde llegó. El delfín de Mas puede salirle (y salirnos) tiburón o hasta ballena blanca. Y en la Moncloa, ¿habrá Capitán Achab?