Por perder, Mariano Rajoy ha perdido hasta su proverbial previsibilidad. "Sí presentaré mi candidatura", había dicho el jueves, tras asegurar que se sentía "con todas las fuerzas". 24 horas después, al llegar al Palacio de la Zarzuela, había cambiado de opinión, forzando al Rey a abrir una nueva ronda de contactos. ¿Qué había cambiado en ese tiempo? Según explicó el presidente en funciones, que se había presentado una alternativa con más votos que la suya. Es falso.
Rajoy se refería a la iniciativa lanzada por Pablo Iglesias para ir de la mano con el PSOE e IU. Pero esa hipotética coalición, que Pedro Sánchez se limitó a decir que estudiaría, no pasa de ser un desiderátum, un propósito atrabiliariamente expuesto al que no le cuadran ni los números, pues serían necesarios más votos de los que reuniría.
Explicaciones poco convincentes
Las explicaciones de Rajoy fueron surrealistas. Aseguró que no estaba en condiciones "todavía" de presentar una candidatura respaldada por una mayoría suficiente, y que eran necesarios "tiempo" y "margen de diálogo" para lograrlo. Lo dice alguien que no se ha reunido con ningún líder político en las últimas semanas y que ha reconocido que tiene la "agenda muy libre".
Está claro que, con su posición, Rajoy trata de evitar el desgaste de una sesión de investidura fracasada, al tiempo que al mantener su candidatura -que como él mismo reconoció cuenta con el rechazo de hasta 180 diputados- bloquea un posible acuerdo de los partidos constitucionales. Es lo del perro del hortelano: ni come, ni deja comer. Al sacrificar la posibilidad de que otro miembro de su partido intente recabar los votos que sabe de antemano que él no va a reunir, Rajoy está anteponiendo su interés personal al de su país y al del propio PP.
Mezcla de cobardía y cálculo
Cuando, tras anunciar su decisión de no comparecer ante la Cámara, EL ESPAÑOL le preguntó si contemplaba la opción de dar paso a otro candidato, Rajoy aseguró que no había que contradecir "la voluntad de la gente" y que, en ese asunto, estaba dispuesto a hacer "pedagogía". No cabe mayor desfachatez. Quien se ha hartado de dárselas de estadista queda retratado como un político de quinta categoría que sólo mira por sí mismo.
En el paso dado por Rajoy ha primado una mezcla de cobardia y cálculo político. Y al actuar así, obliga a Felipe VI a llevar la ficha de nuevo a la casilla de salida. El Rey decidió dar la oportunidad a Rajoy para cortar en seco una situación realmente rocambolesca por la propia actitud de los protagonistas: quien no tiene mayoría (Rajoy) había expresado su intención de presentar su candidatura, y quien gozaba de opciones de ganar (Sánchez) prefería que corriera el turno. En el comunicado tras reunirse el Monarca con Rajoy, la Casa del Rey dejó constancia de que había ofrecido la posibilidad de presentar su candidatura al representante de la lista más votada, como es lógico.
Cualquier cosa por el poder
Rajoy prefiere, seguramente, ganar tiempo con la esperanza de que la oferta de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez, que ha sido recibida en el PSOE como una ofensa y un "insulto", termine por liquidar al líder socialista. Eso podría desembocar en la defenestración de Sánchez y propiciar una ocasión de pacto que le permitiera perpetuarse. O, en su caso, podría precipitar nuevas elecciones, lo que le garantizaría repetir como cabeza de lista.
Si Rajoy ha sido incapaz de reunir una mayoría, lo lógico es que al mismo tiempo que declinaba someterse a la investidura anunciara su renuncia a liderar el proyecto del PP. Su repentina espantada, quedándose aterrado en el burladero, demuestra que es un político a la deriva, pero, sobre todo, que está dispuesto a cualquier cosa, incluso a exponerse al ridículo, por seguir en el poder.