Qué razón tenía Felipe González cuando decía que un expresidente es como un jarrón chino: da igual donde lo pongas, siempre queda mal. Y eso que a mí me encantan los chinos, y también sus jarrones.
Pero su argumento estaba cargado de ingenio y de sabiduría. Por eso asombra que haya querido colocarse, cuando no se le esperaba, no sólo en el centro del salón de las casas de los españoles, sino también en el de Ferraz y en el del hemiciclo donde se hace –o se intenta hacer– política.
De repente, después de tanto tiempo con los bonsáis, quien pudiera considerarse el expresidente que más ha hecho por el progreso de España en el último medio siglo, aborda en El País el cambio de ciclo con mucho más rechazo que preocupación. Desea que el PP no bloquee a su partido; o, si hay que afrontar la realidad derivada de los resultados del 20-D, propone a los socialistas el gran sacrificio, el de permitir que los populares continúen en el poder.
Al final, González y Aznar no están tan lejos, como acaban demostrar los dos, para júbilo de Pablo Iglesias, que explotará hasta la extenuación las similitudes existentes entre las últimas declaraciones de los dos políticos. El líder popular, aún presidente de honor, sostiene que la formación morada es toda una “amenaza” para la democracia. Según González, Podemos pretende “liquidar el marco democrático de convivencia y, de paso, a los socialistas”.
En esto último acierta Felipe. Aunque debería agregar que eso nunca sería posible si no fuera por la ayuda mayúscula de una dirección socialista que, ella sola y sin grandes esfuerzos, aniquila cada día un poco más la confianza de sus votantes. Muchos seguidores naturales del PSOE han optado por apoyar a Iglesias no tanto por su brillantez populista, sus malabarismos ideológicos o su poderosa escenografía, sino por la torpeza continuada de unos líderes socialistas incapaces de conectar con sus electores potenciales.
Por eso, sobre todo por eso, el famoso sorpasso de Podemos y sus confluencias está a tiro de piedra. Por eso, también, a Pablo le preocupa poco la situación actual: o bien culmina en la vicepresidencia del Gobierno de Sánchez, perfectamente colocado para después zampárselo o, en un escenario surgido de unos nuevos comicios, optaría a unos resultados aún más favorecedores. En cualquiera de los dos casos, si las estrategias ni las personas cambian, Podemos fagocitará más pronto que tarde lo que queda del PSOE.
Felipe, con su sorprendente salida del retiro a sólo dos días del Comité Federal, también contribuye a ello. Quizá haría mejor si se mantuviera como los jarrones chinos: siempre en medio, pero en silencio.