"¿Harán las paces?". Juro que ese fue el rótulo que le colocaron bajo la barbilla a José Luis Corcuera en un cara a cara con una periodista de uno los shows políticos de la mañana. La emergencia de Corcuera, a estas alturas, como estrella de la telecracia nos tiene a todos fascinados.
En realidad no es cosa de tanto mérito. Cualquiera conoce cuáles son las normas del espectáculo político-televisivo de hoy, lo que marca la diferencia es tener la desvergüenza suficiente para someterse a ellas. "Cualquiera puede ser un Sex Pistol", como reconocieron los precursores del punk en The Great Rock ’n’ Roll Swindle. Cualquiera al que no le importe asimilarse a Johnny Rotten, se entiende.
Por lo demás, Corcuera dijo algo razonabilísimo. Algo que quizás olvidan esos socialistas nocilla que se refieren con mohín de náusea a "la vieja guardia". A saber, que estas elecciones las han ganado los pensionistas. Gentes, o sea, con edad suficiente como para haber aprendido a disfrutar del placer de lo previsible.
Pablo Iglesias sólo es un miembro selecto de ese numeroso grupo de iluminados que, en feliz fórmula del siempre añorado Javier Pérez-Cepeda, están convencidos "de que el fracaso del colectivismo se debió a que no lo dirigieron ellos". Si fuéramos profesores del campus de Somosaguas diríamos que es un fenómeno consustancial a las crisis cíclicas del capitalismo.
Resulta aterrador ver a todo un secretario general del PSOE convertido ante Iglesias en el desquiciado catedrático de El Ángel Azul. David Gistau lo resumió en su crónica para ABC del Comité Federal de los socialistas con una precisión atómica: Podemos "hizo una propuesta concebida para no ser aceptada. Sólo que Sánchez es capaz de aceptarla".
Pedro Sánchez tuvo la oportunidad de prestarle un último servicio al partido. Podía haberse inmolado favoreciendo con su abstención un gobierno del PP con Ciudadanos y hubiera permitido con ello una transición tranquila. Con más refinamiento que Corcuera, es lo que le han sugerido Javier Fernández, Susana Díaz o Eduardo Madina.
Ya es tarde. Sánchez ha convertido su problema en el problema del partido. Es verdad que el PSOE se enfrenta a un grave peligro. Podemos trabaja con éxito por ocupar el espacio de la socialdemocracia. Pero resultaría todavía más peligroso que fuera la socialdemocracia quien trabajara por ocupar el espacio de Podemos. Las elecciones, Pedro, no las gana la militancia.