Siempre es recomendable, en todos los órdenes de la vida, arreglárselas para no tener un muy mal concepto de uno mismo. Lo que se da en llamar autoestima, o aprecio de sí propio, es una herramienta útil para afrontar retos y llevar adelante proyectos de toda índole. Sin embargo, y como pasa con cualquier herramienta, conviene no abusar de ella y dimensionarla a lo que uno es y a la tarea de que se trata. Cuando te pasas de frenada en la autoestima, deja de ser un recurso para convertirse en lastre, impedimento y, en casos extremos, hasta en una tara.
Podemos y sus confluencias recibieron el 20-D, en números redondos, el voto de 5.100.000 españoles. Un logro sin duda impresionante, si se considera que hablamos de una fuerza política inexistente hace tres años. Sin embargo, eso tan sólo representa una quinta parte del voto emitido (bastante menos del censo), con la circunstancia añadida de que otras dos fuerzas quedaron por delante y de que el partido del que Podemos está más cerca, el PSOE, tiene opciones de pacto mucho mayores que las que tiene la formación morada. Entre los actores significativos, Podemos sólo puede mirar, justamente, al PSOE. Semejante coyuntura aconsejaría más prudencia y humildad que las exhibidas hasta la fecha por Pablo Iglesias. También diríase que invita a ser menos perentorio en el establecimiento de exigencias y la imposición de vetos a quien hoy por hoy, aunque no sea fácil, parece ser el único capaz de articular una posibilidad de gobierno que revierta y dé por periclitada la aplastante hegemonía ejercida por el PP de Rajoy en el cuatrienio precedente.
Por motivos que ellos sabrán, y cálculos que seguramente tendrán hechos, los dirigentes de Podemos (y no hay que incurrir en la torpeza contraria, subestimarlos) han apostado, desde el principio y en ello siguen, por una estrategia opuesta, a ratos incómoda para su único socio posible, a ratos rozando el puro y simple sabotaje. Quizá tengan mejor información e intuición que los demás, su reciente éxito los avala, pero es también un hecho que sus resultados se quedaron al final cortos para el discurso al que se aferraron (el famoso «asalto de los cielos»), por lo que también consta ya un buen tropiezo en su currículum.
Tal vez (el tiempo lo dirá) el momento sea más de controlar la autoestima, las prisas y la ambición, para poder comenzar a dar pasos, cortos para sus aspiraciones y las de muchos de sus electores, pero difícilmente reversibles, si se consigue que tengan el consenso que no tenían las políticas del PP. Lo que aparece como alternativa, en caso contrario, es una vuelta a la casilla de salida en la que, quién sabe, puede ser que Iglesias, que tanto ha presumido de saber lo que quieren los electores de otros, se encuentre con que ha defraudado a alguno de los suyos.