Nosotros somos títeres. Y titiriteros son los que nos llevan y nos traen del cero a la nada. Titiriteros de verdad no son los dos encarcelados sin fianza este pasado fin de semana por apología del terrorismo. Titiriteros a tiempo completo son aquellos que modifican la realidad a su antojo; los que mueven los hilos y juegan con nosotros escondiendo o mostrando la bolita cual trileros en función de su libre albedrío; los que modulan el tiempo y el espacio de todo aquello que nos rodea. Titiriteros con mayúscula son aquellos que sitúan en la diana a titiriteros de caja baja. Nosotros, repito, sólo somos títeres.

Pero aún en el papel de simples monigotes tenemos la capacidad de comprobar que vivimos en un país en el que uno de cada dos días la mierda nos llega al cuello. Un país en el que la corrupción forma parte inherente a nuestro hábitat cotidiano y en el que demasiados corruptos no solo no son encarcelados y perseguidos hasta el final sino que en muchos casos –Rita Barberá es el último y bochornoso ejemplo– son protegidos y amparados por un sistema judicial perverso y por aquellos partidos a los que parece preocuparles mucho más su silencio que su verdad. Un país en el que el robo masivo, continuado y sistemático llevado a cabo bajo el amparo y la permisividad de algunos de los principales grupos políticos –PP, PSOE y CiU especialmente, pero no solo ellos– se ha normalizado hasta el extremo de parecernos un simple resfriado en una sociedad que sin embargo agoniza.

Como simples títeres hemos asistido al espectáculo que han montado los Titiriteros con mayúscula en torno a La Bruja y Don Cristóbal. Y como siempre sucede en nuestro país, las dos Españas se han puesto en marcha. Los unos –Podemos, IU y un amplio sector del PSOE– defendiendo lo indefendible por chapucero y lamentable, eludiendo cualquier responsabilidad por acción u omisión –¿por qué no ha cesado aún Manuela Carmena a su concejala de Cultura?– y echando mano una vez más de una demagogia más propia de parvulario que de una sociedad madura. ¿Qué grito no hubieran puesto en el cielo esta izquierda exquisita si en lugar de haber mostrado una pancarta con ¡Gora Eta! los títeres de abajo hubieran exhibido o exclamado ante los pequeños, por ejemplo ¡Viva Franco!? Podríamos escribir usted y yo, y acertar de pleno querido lector, toda la artillería gramatical que hubiera lanzado por doquier.

Luego están los otros, con el Partido Popular a la cabeza y a la cola, intentando que las ramas impidan ver ese bosque repleto de podredumbre que crece inexorablemente a su alrededor. Una colección de granujas ilustrados que intenta desesperadamente desviar la atención que aplasta a un PP valenciano que quiere cambiarse hasta el nombre, a un presidente en funciones al que sólo parece interesarle su propia subsistencia y a un partido en defunción permanente que no para de escribir un párrafo de su propio obituario cada día que pasa.

Y en el medio, para completar todas las pistas de este ridículo circo de papel maché, el último Titiritero, con mayúscula, de esta tragicomedia hasta cierto punto imaginaria: un juez descerebrado que ha tenido a bien convertir en héroes, modelo Darío Fo, a un par de desarrapados, titiriteros de caja baja, que no deberían estar bajo ningún concepto entre rejas salvo que el mal gusto tenga pena de cárcel sin fianza.

¡País!