La descortesía de Mariano Rajoy al no estrechar la mano tendida de Pedro Sánchez en su encuentro en el Congreso de los Diputados llevaba un mensaje implícito: nunca facilitará otra investidura que no sea la suya. Es un recado para quienes aún veían posible la abstención del grupo parlamentario popular ante un acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos. Una forma de escenificar que no habrá otra alternativa al actual bloqueo político que ir a nuevas elecciones.
Fue un gesto intencionado. La propia secuencia le delata. Primero intenta sentarse para no tener que saludar a Sánchez, obviando un protocolo que ha repetido un millón de veces. Después, al ademán de Sánchez, responde echándose mano a los botones de la chaqueta. Por si quedara alguna duda, en ningún momento dijo en sus explicaciones a los periodistas que no se había dado cuenta de que Sánchez le hubiera ofrecido su mano.
Sánchez se equivoca
En realidad, el líder del PP utilizó una cita que se sabía de antemano estéril para dinamitar cualquier esperanza de entendimiento con Sánchez. Su postura encierra una evidente contradicción, pues en las últimas semanas no se ha cansado de repetir que la mejor solución sería un pacto del PP, PSOE y Ciudadanos.
Sánchez se equivoca al exculpar el desplante de Rajoy y presentarlo como una "anécdota". Con esa actitud trata de aparecer como un estadista que no se deja arrastrar al barro y mantiene las puertas abiertas al diálogo con el PP. Dijo que en privado se habían saludado con normalidad, pero eso no hace sino agravar la trascendencia política de un desaire perfectamente calculado. Estamos ante un hecho inaudito. Ni en los tiempos en los que las relaciones entre el Gobierno y la oposición han sido más tensos en Democracia, un presidente de España le ha rechazado la mano a su rival. Y la reunión era un acto en un marco institucional, como la ronda de consultas del candidato a la investidura.
Asuntos excéntricos
Estamos ante una nueva transgresión de Rajoy en su gestión de los resultados electorales que crea un mal precedente. Ya rompió con las normas no escritas al rehusar por dos veces en la Zarzuela la posibilidad de presentarse a la investidura. Eso ha permitido a Sánchez robarle el protagonismo y comparecer ante la opinión pública con una aureola institucional de la que carecía.
El feo de Rajoy a Sánchez dejó en mera anécdota su entrevista: apenas veinticinco minutos en los que no se habló ni de corrupción ni de Cataluña, y donde los asuntos tratados fueron tan excéntricos respecto a la ocasión como el déficit, los refugiados o la relación del Reino Unido con Bruselas.
Hacia nuevas elecciones
Lo que no es una anécdota es que el mismo día en el que Rajoy ofrecía su cara más áspera, Esperanza Aguirre había tenido que dar explicaciones en la comisión de investigación de la Asamblea de Madrid y el abogado del PP había justificado ante la juez la destrucción de los discos duros de los ordenadores que utilizaba Luis Bárcenas como el resultado de aplicar los protocolos del partido, exculpando a María Dolores de Cospedal. Son situaciones así las que llevaron a Albert Rivera a reafirmarse, horas antes de la reunión de Rajoy y Sánchez, en su idea de que el líder del PP carece de credibilidad para liderar cualquier impulso de regeneración.
El desplante de Rajoy es un aviso claro de que prefiere nuevas elecciones a cara de perro antes que dar un paso atrás en su pretensión de seguir siendo presidente. Los ciudadanos habrán tomado nota de cuáles son sus prioridades y cuál es la dinámica que generan.