Ante una situación sin salida lo único que queda, paradójicamente, es salir. Dar por perdida la situación y abandonarla. Escapar, aunque la tal situación esté fabricada con nuestros rastros. Así Esperanza Aguirre, que ha escogido el día de los enamorados para dimitir como presidenta del PP madrileño quizá por amor a sí misma, para que no la mezclen con su obra. Ahora ella está fuera y su obra dentro, aunque ya veremos si con tentáculos para atraparla.
Aguirre ha querido darse un par de gustazos además, ya puestos. El primero, el de ingresar en la más selecta aristocracia española, que no es la nominal, a la que ya pertenece ella, sino esa otra tan selecta que en España casi no cuenta con nadie: la de los dimisionarios. Es un estamento con escasísima densidad de población, cuyos miembros tienen al menos una proeza biográfica: la de haber dimitido. Gente rara y poca. Su españolidad está en cuestión.
El otro gustazo que se ha dado Aguirre es, naturalmente, el de dejar a Rajoy en evidencia, un gesto de antiamor en pleno San Valentín. Ha sido una dimisión pasivo-agresiva: su repliegue (pasivo) violenta al que se obceca en no replegarse. Aguirre le ha demostrado en las narices que se puede hacer, incluso que se debe hacer. Ahora Rajoy está como aquel cobardón de los trampolines, que se quedaba rezagado cuando los demás ya habían saltado y le hacían carantoñas desde la piscina.
Hubo otra ocasión en que los dos estuvieron arriba y se despeñaron juntos: cuando el accidente de helicóptero de 2005. Lo que se produjo entonces casi como tragedia, sin consecuencias, podría repetirse ahora como comedia con consecuencias. Consecuencias beneficiosas, dentro de lo malo. Como escribe Ana Romero en EL ESPAÑOL, “crece la llamada al ‘patriotismo’ de Rajoy para que ‘abdique’...”. En realidad, el propio presidente en funciones se marcó el camino a sí mismo cuando le retiró la mano a Pedro Sánchez. Lo que tiene que hacer es retirar la otra mano también, y un pie y otro pie, y retirarse entero.
Aguirre ha movido ficha y ha removido el gallinero popular: ese gallinero de gaviotas de corral, rebozadas en estiércol. Con su salida ha querido transmitir la idea no de que ha salido sino de que está aparte, de que siempre lo ha estado. Pero casualmente releí este fin de semana los poemas de su tío Jaime Gil de Biedma y me encontré esta muestra de romanticismo familiar: “[...] interpretamos / los detalles al pie de la letra / y el conjunto en sentido figurado”. Aún pretenderá una absolución de conjunto, sin entrar en los detalles.