Los SMS que doña Letizia se cruzó con López Madrid no tendrían mayor trascendencia si no fuera por pequeños detalles. Reto a cualquiera de quienes leen estas líneas a exhibir en público, al azar, algunos de sus guasaps personales. Faltaría agua para enfriar tanto sofoco. Ocurre, empero, que la esencia de la Corona es la diplomacia, entendido el término en su acepción más llana como sinónimo de sagacidad y disimulo, y si ésta se descose, surgen "hilillos" como los del Prestige.
En la institución monárquica, y a contracorriente del mundo, las palabras pesan tanto o más que los hechos. Pues bien, los hechos dicen que sus majestades se desmarcaron del yerno de OHL en cuanto fueron conociéndose sus oscuras actividades. Son éstas las que han provocado, a la postre, que unas conversaciones que nunca deberían haber salido del teléfono móvil hayan acabado siendo aireadas en un sumario judicial. Que el pájaro no merecía la confianza regia lo demuestra que, para fardar, le mostrara a su ligue la cháchara electrónica con sus altezas.
Pero decía que, en las alturas del trono, las palabras están sobrevaloradas. Lo grave de los SMS es que la gente puede ponerse de puntillas sobre ellos para asomar la nariz en Palacio. Podíamos sospechar que la reina era menos fina, elegante y cosmopolita de lo que nos sugieren sus apariciones públicas, tan perfectas, tan cuidadas hasta el último detalle, y ahora sabemos que dice "compi yogui" y "merde". Vale, en la intimidad.
El oficio de rey (y de reina) es un poco como el de los actores. Aunque sepamos que están representando un papel, queremos que sean creíbles. Los mensajes a López Madrid abren un boquete en la Zarzuela y entregan abundante munición a los anti. Al final, tenemos una reina más borbona de lo que creíamos, que se defiende en francés y chupiguay. Ya veremos si el juancarlismo da paso al letizismo.