Este pasado domingo el compositor Gabriel Erkoreka estrenó en el Auditorio Nacional de Madrid su última obra, Zuhaitz. Se trata de un concierto para txalaparta y orquesta, con referencias folclóricas vascas, interpretado y cantado en euskera por el trío de percusión Kalakan. El estreno fue celebrado con una ovación sonora.
No es el tipo de música que a mí me conmueve pero la experiencia sirvió para recordar lo agradable que es vivir en una ciudad sin pasiones identitarias. Poco exigente. Libre, es decir. Yo no sé si Madrid llega a ser “la capital europea de la libertad”, como ha declarado Albert Boadella a EL ESPAÑOL, pero al menos aquí uno no tiene que ir arrastrando su identidad como una losa. Y si lo hace lo que encuentra es curiosidad, comprensión y afecto.
Después del Zuhaitz de Erkoreka, la Orquesta Nacional interpretó la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler, el perpetuo forastero: bohemio para los austríacos, austríaco para los alemanes y judío para todo el mundo, “siempre un intruso, nunca bienvenido”. Aquí gusta mucho la Quinta de Mahler. Seguro que no me equivoco si digo que, de un tiempo a esta parte, es una de las obras más programadas en la capital.
Lo normal, que es la convivencia pacífica entre los diferentes, en Madrid es habitual. Y eso es lo que a los forasteros nos hace querer tanto a esta ciudad en la que en realidad nadie se siente forastero.
En otros lugares la normalidad es cada vez menos habitual. En el gerundense pueblo de Jafre han declarado enemigos del pueblo a Albert Boadella y Dolors Caminal. Lo han hecho sin una declaración formal. Con la contundencia de los hechos: un rosario de agresiones y amenazas culminadas por la publicación en un diario local de una invitación a abandonar el pueblo. Está escrita con el formato de una noticia.
“El matrimonio españolista se ha convertido en una molestia para los vecinos”, subtitula el diario, que arranca su libelo recordando la plácida unidad de criterio que Boadella y Caminal han venido a perturbar: “Más del 85% de los votos de las elecciones plebiscitarias del pasado 27-S fueron a parar a Junt pel Sí y la Cup. Es decir que solo 1 de cada 10 habitantes del pueblo no son independentistas”. Me pregunto para qué he ido tan lejos si la ignominia viene perfectamente resumida en el titular: “Boadella y su mujer ponen en pie de guerra a toda la población de Jafre”. Ponen. Toda.
Un exconcejal jafrense explica que el matrimonio es polémico. Jafre es un pueblo muy sensible. La polémica de los Boadella Caminal consiste en habitar. Una suerte de provocación presencial y ni siquiera porque cuando unos vecinos talaron y arrojaron a su jardín los tres cipreses que el dramaturgo había plantado, el matrimonio llevaba cinco semanas fuera de casa, trabajando en el montaje del Don Carlo de Verdi.
Boadella ha solicitado una reunión con la alcaldesa de este pueblo de 387 habitantes. Ella no puede ocuparse por el momento del asunto. Su antecesor tampoco pudo. Cuestiones de agenda.