En su último comunicado, ETA dice sentir “vergüenza y rabia” ante el trato que la UE da a los refugiados. Dando la razón a los chicos de la serpiente y el hacha, me sorprende tanta sensibilidad hacia el prójimo de los mismos que tuvieron a Ortega Lara metido dos años en un zulo. Siguiendo con la pirueta de hipocresía, la banda critica también los atentados de Bruselas por tener como objetivo a “simples ciudadanos”. Me pregunto qué tipo de alienígenas pensaba ETA que pululaban por Hipercor cuando puso la bomba, o de qué especie creyeron que eran los moradores de la casa cuartel de Vic.
El rescoldo etarra se da cínicos golpes de pecho ante las atrocidades del Daesh, y los que sabemos de qué va el cuento nos preguntamos si están de broma. Digámoslo de una vez: si ETA no dobló su historial de sangre, si no dejó más muertos y más mutilados y más familias destrozadas fue, simplemente, porque no estaba a su alcance. Hicieron lo que podían con los medios que tenían. Pero que me explique alguien la diferencia moral entre poner explosivos en un aeropuerto y dejarlos en el garaje de un supermercado, o que me aclare la diferencia entre degollar a un periodista en directo y la muerte a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco.
Si ETA hubiese contado entre sus huestes con algún voluntario para inmolarse, si no se hubiesen cuidado muy bien de tener despejado el camino de huida antes de apretar el temporizador del coche cargado de goma 2, su festival de destrucción habría sido mucho más rutilante. Por suerte para nosotros, los etarras siempre estuvieron preocupados por su propio pellejo. En su comunicado, ETA admite – en un sucedáneo de acto de contrición– que “cometió errores”. Llamar “error” a más de ochocientos muertos, a miles de mutilados, a tantas familias rotas, se me antoja una forma de pitorreo.
Leyendo el gimoteante panfleto se puede caer en la tentación de pensar que los etarras son chicos malotes susceptibles de enderezarse. Me preocupa que cale esa opinión entre las nuevas generaciones, aquellas que no vivieron los años de plomo, que ignoran que hubo una época en que no se cerraba una semana sin un muerto. Temo que con las declaraciones buenistas, con la falsa compasión hacia los refugiados y las lágrimas de cocodrilo por los muertos del IS, ETA consiga que la historia la mire con benevolencia.
El olvido de lo que fueron sería la última forma de humillación a sus víctimas. Seremos sus cómplices si lo consentimos.